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Los sexos, el género y la 'Ley Trans'

Sexóloga y técnica de igualdad, feminista y en condición trans
Varias personas marchan con la bandera trans en la manifestación del Orgullo Crítico en Madrid de 2017.

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Hace unas semanas se publicó un documento del PSOE en la que expresaba varios temores sobre el concepto “mujer” y sobre el “borrado de las mujeres” que podría acarrear la ‘Ley Trans’, incluida en el acuerdo de gobierno estatal con Unidas Podemos, subrayando la necesidad de acreditar diagnosticando la identidad de las personas en condición trans desde el exterior –patologización–.

En esta cuestión chocan dos niveles: por un lado, los partidos de gobierno. El PSOE ha aprobado este tipo de leyes en varias autonomías que gobierna y llama la atención que ahora que no es responsable de las políticas de igualdad estatales –que gestiona en el nuevo Gobierno de Coalición Estatal Unidas Podemos– muestre este cambio de postura.

Sin embargo, el choque más fuerte es a nivel teórico entre diferentes posicionamientos con respecto al sujeto del feminismo. Un choque que, sí o sí, acaba provocando daño en la vida real de las personas en condición trans. Ante la noción patologizante antes mencionada se propone la autodeterminación de género, que es traducida en la mayoría de las ocasiones como la opción de elegir la identidad. Y en contraposición, un sector cada vez más visible y ruidoso que se autodenomina “feminismo radical” o “Radfem” –que excluye a las mujeres en condición trans del movimiento feminista por considerarlas hombres, y relaciona las vivencias de las personas en condición trans con una Teoría Queer que, simplificando a una de las claves de la discordia, indica que nuestra identidad es culturalmente construida y se puede moldear– reduce el sexo, y, en este caso, el Ser Mujer, a genitales y cromosomas. En un choque cada vez mayor con las Radfem, quienes toman partido por postulados cercanos a las teorías de género –incluidas, simplificando una vez más, las Teorías Queer– denominan a las primeras “TERF” (feministas radicales trans-excluyentes) y las acusan de esencialismo biologicista, supeditando la influencia de la sexuación fisiológica a la construcción cultural y a la socialización.

Y he ahí donde se nos revela el conflicto de fondo: ¿las mujeres –y por ende, os hombres, y, por extensión, las personas– somos construcción cultural? ¿Podemos decidir o es posible moldear quiénes somos? Si esto es así, ¿tienen sentido las políticas de igualdad? ¿Las personas en condición trans –o, en realidad, cualquier persona– eligen, o SOMOS desde siempre, aunque mostremos u ocultemos nuestra identidad? Cuando decimos que somos más que genitales y cromosomas, ¿nos vale esa definición limitada de los sexos traducida solo a genitales y cromosomas, que ha servido históricamente para mantener una autoridad que subyuga a las mujeres a ser seres reproductores? Si el género es una categoría analítica que ha servido a parte del movimiento feminista para analizar opresiones, más que una dimensión humana, ¿cómo es posible que la identidad de cualquiera –identidad de género– se base en esa opresión?, ¿es la opresión la única dadora de identidad?, ¿dónde queda la emancipación de las mujeres?, ¿cómo explicar qué es ser mujer más allá de genitales, cromosomas y opresiones? Ni la simplificación exclusivamente fisiológica ni la construcción exclusivamente social y cultural nos dan respuestas suficientes porque no podemos seccionar nuestras vidas en dos partes, la cultural y la biológica, sino que ambas cuestiones interaccionan permanentemente en nuestras vidas. Como explicita Lucía González Mendiondo en su libro ‘El género y los Sexos: repensar la lucha feminista’ (2020): “la realidad humana no es simple ni simplificable, no es siempre cuantificable, y no puede reducirse a roles y conductas. El binomio teórico sexo/género es insuficiente [...], por lo que debemos plantear la necesidad de abandonarlo como marco explicativo si pretendemos acercarnos a tal realidad”.

Una aproximación más verídica a esa realidad es que nos sexuamos a lo largo de toda nuestra existencia, conformándonos como sujetos sexuados, de forma que la superación de las desigualdades inevitablemente tiene que pasar por la comprensión de las diferencias, por valorarlas, no negarlas ni parcializarlas. La comprensión de estas diferencias es la que nos va a llevar al abandono del “dimorfismo/binarismo” sexual desde donde se nos presenta “lo femenino como exclusivo de las mujeres” frente a “lo masculino como exclusivo de los hombres”, el “ser mujer” enfrentado al “ser hombre”, como dos realidades estancas y opuestas, para pasar a valorarlas como un continuo sexual y en favor de un concepto explicativo fundamental: la INTERSEXUALIDAD, entendida ésta más allá del reiterativo reduccionismo genital y cromosómico con el que esta palabra es simplificada para volver a hablar, una vez más, solo de genitales y cromosomas mezclados o “ambiguos”. O tal y como la definía Hirschfeld a principios ya del siglo pasado: “[...] Junto a características puramente masculinas y femeninas también hay otras que no son ni masculinas ni femeninas, o mejor expresado, son tanto masculinas como femeninas. Pero que ese monto de características no condiciona la completa igualdad de los sexos, está fuera de toda duda: los sexos pueden ser de igual valor o tener los mismos derechos, pero sin duda no son iguales”.

Y no, no hay autodeterminación ni identidad de género, sino la posibilidad de ser libres en la gestión de las decisiones que tomemos para expresar a los demás esa identidad sexuada que no elegimos. El sexo, es decir, quiénes somos, es una noción tan psicológica y sociológica como biológica. Pero, sobre todo, e interconectando estos tres ámbitos, es un concepto biográfico, porque ninguna mujer es la misma mujer que otra, y porque el concepto “sexo” (sexus, sexare: corte, diferenciación de los demás, Identidad) nació hace miles de años cuando ya reflexionaban sobre estos mismos dilemas como para volver a vaciarla de contenido, y da un aporte diferente de las palabras “genital” u “opresión” como dadoras de Identidad.

Las definiciones de las palabras son importantes, tanto en los debates teóricos como en el mundo jurídico, que son los que legislan las realidades concretas. Los trabajos para conseguir una proposición de ley técnicamente segura están en marcha, pero hay personas en las que todo ello tiene un impacto fundamental en sus vidas, vidas concretas que han visto distorsionadas sus existencias, relatadas por otros hasta lo grotesco durante demasiado tiempo. Mientras veamos a la ‘opinología’ campar a sus anchas en los medios de comunicación veremos choques de trenes incesantes entre ambos posicionamientos, y responderemos a los problemas que nos dan a entender no solo las condiciones trans, sino aquellas relativas a las mujeres (a los hombres, y, en general, a los sujetos sexuados) de forma mediocre y deficiente.

“Continuamente decís que puedo ser una chica masculina, que está bien, que no pasa nada, puede que le sirva a alguien, pero yo soy un chico y a mí no me escucháis ni me veis”, dice Ion (nombre falso), niño de siete años, a su madre. Podemos responder a Ion, a otras personas en condición trans, y a la preocupación por la desigualdad, el borrado de las mujeres o al reduccionismo sobre nuestras identidades. Pongamos la respuesta real sobre la mesa. 

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