No caigamos en el desánimo. Difícil tarea, sin duda, cuando la crisis actual, agravada por la pandemia, profundiza el cercamiento de nuestras condiciones de vida. Cuando, además, pareciera no haber otro horizonte común que el acotado por la hegemónica teoría del derrame, según la cual el bienestar general es únicamente una derivada de la ganancia corporativa. Cuando el empleo y las políticas públicas, principales intermediaciones entre bienestar y ganancia –extremos de dicha teoría–, evidencian su impotencia para frenar el exponencial proceso de precarización de la vida. Cuando ya no pueden esconderse, si alguna vez se pudo, las múltiples dominaciones y expulsiones sobre las que se asienta la trampa de la acumulación que sostiene ese supuesto derrame. Cuando la máxima de “los mercados y las grandes empresas, primero” nos conduce palpablemente a un escenario de colapso ecológico y crecientes desigualdades, control social y violencia. Pues sí, a pesar de todo ello, no caigamos en el desánimo.
Porque el capitalismo, el heteropatriarcado y la colonialidad entretejen un sistema apabullante, pero no divino. No es nuestro destino histórico inexorable. La clase trabajadora pudiéramos seguir pedaleando para mantener la rueda capitalista, confiando en alcanzar ciertas cotas de bienestar gracias a nuestras luchas en favor de mejores condiciones laborales, una fiscalidad progresiva, y políticas sociales justas. Sin renunciar a la disputa en estos ámbitos, también pudiéramos tomar la determinación de romper con este estrecho esquema, cuyo proyecto no solo hace aguas dada la actual crisis de onda larga, sino que ataca lo vivo. Tenemos capacidad para ello: si movemos la rueda, también podemos pararla. Y bajarnos. Qué sucedería si nos atrevemos a ampliar la mirada y prefigurar e implementar formas alternativas de organizar la vida en común, más allá de la centralidad de los mercados y de las empresas transnacionales.
Nuestra propuesta de antídoto contra el desánimo pasa por la elaboración y puesta en práctica de agendas y estrategias de transición que, por un lado, nos permitan mitigar los impactos derivados de la decisión de desmantelar la rueda capitalista. Estos, sin duda, serán notables, dada la asimetría de poder y la desposesión continuada que hemos sufrido en términos de propiedad y control de los medios básicos de reproducción de la vida, hoy convertidos en medios de acumulación de capital. Por otro lado y al mismo tiempo, las propuestas de transición deberían situar en un horizonte viable profundas transformaciones de las tramas, estructuras y sentidos comunes hegemónicos. Nuestro enfoque asume, por tanto, una tensión permanente entre presente y futuro; entre lo urgente y lo estratégico; entre prácticas y relatos; entre lo actualmente central, lo situado en los márgenes y lo emergente.
Esta tarea no es ni podrá ser sencilla. ¿Cómo la aterrizamos a la práctica? ¿Qué referencias nos ayudarían a articular estrategias a tal efecto? ¿Con qué fuerzas políticas impulsarlas? ¿De qué modo romper con el estrecho marco que nos ofrece la agenda socialdemócrata, esto es, la versión progresista de la trampa de la acumulación? ¿Cómo, en sentido contrario, evitamos perder el contacto con el proceso real de actuación en pos de un horizonte ideal? ¿Qué valor damos a las diferentes propuestas que están hoy sobre el tablero político, o a otras aún por posicionarse?
Un marco de referencia inacabado para transitar fuera de la rueda
Muchas preguntas en búsqueda de respuesta. Respuestas que, en ningún caso, pueden ser definitivas, máxime en el sistema hipercomplejizado y el contexto incierto en que vivimos. Desterrando cualquier pretensión de dogma, de agenda cerrada y totalizadora, asumimos la parcialidad y el carácter situado de nuestras propuestas, para así poder desarrollar un sincero diálogo horizontal e interseccional.
Desde ahí, y asumiendo nuestro sesgo economicista y europeo (escribimos desde Euskal Herria), planteamos el siguiente marco de referencia para la transición fuera de la rueda capitalista, basado en cuatro ejes complementarios: gaiaización, desmercantilización, descorporativización y territorialización de la organización colectiva de la vida.
Estos ejes son únicamente puntos de partida para la posterior elaboración de agendas y estrategias contextualizadas, nunca un edificio acabado. Los entendemos como faros que nos ayuden a navegar la complejidad de la contienda política actual y a prefigurar sendas por las que transitar del actual marco de lo posible, definido por el crecimiento capitalista, a otro alternativo que posicione una reorganización profunda de las bases del capitalismo a partir de una redistribución radical y multidimensional en favor de un común diverso.
La primera implicación de asumir este marco de referencia pasa por una redefinición integral y democrática de sentidos comunes, valores y prioridades socioeconómicas. Esto es incompatible con la primacía de la acumulación como valor hegemónico, ya que esta ataca los mínimos democráticos y pone en riesgo la sostenibilidad de la vida. La desposesión, minorización y descentramiento de los mercados capitalistas y las empresas transnacionales (espacio y protagonistas, respectivamente, de dicha acumulación), se convierte en condición necesaria.
En segundo término, nuestro horizonte exige la ampliación del debate político, hoy en día acotado fundamentalmente al crecimiento mercantil y a las intermediaciones basadas en la redistribución de recursos, siempre dentro de la teoría del derrame. Planteamos abrir todas las ventanas políticas desde una mirada integral de la redistribución (riqueza, renta, trabajos, derechos, tiempos, saberes, materia, energía, bienes comunes, etc., que incluya también la redefinición crítica de las intermediaciones clásicas) atravesada por una perspectiva de clase, feminista y decolonial, que ponga especial énfasis en la propiedad, control y gestión colectiva de los principales medios de reproducción de la vida.
Tercero y último, abogamos por redistribuir revirtiendo las múltiples dominaciones inherentes al capitalismo, sus caras b. Descentraríamos así a mercados y grandes empresas, y, en sentido contrario, se posicionaría en el centro lo que y quienes sostienen realmente la vida, tal y como se está evidenciando a lo largo de la pandemia, dando valor y protagonismo a los trabajos emancipados, los cuidados mutuos, las economías populares y campesinas, los territorios y los bienes comunes, a partir del fortalecimiento de la alianza público-comunitaria.
Bajo esta perspectiva de vuelco de prioridades y de ampliación del debate político, pasamos a explicar los ejes que aterrizan nuestro enfoque. Es un ejercicio necesariamente esquemático dado que se trata de un artículo de opinión; tras una sintética explicación de nuestra acepción de cada término, apuntamos ideas-fuerza que lo desarrollan políticamente. A su vez, realizamos algunas reflexiones sobre temas candentes en las agendas de las izquierdas: renta básica, cuidados, fiscalidad, green new deal, digitalización, etc., evaluando su potencialidad para favorecer la salida de la rueda capitalista y articularse con otras iniciativas en estrategias de transición, nunca exentas de tensiones.
Gaiaización
Gaia, Pachamama, Ama-Lurra… distintas palabras para nombrar la compleja trama de la vida y afirmar que lo socioeconómico no es más que un subsistema que dentro de un planeta finito y semicerrado. El decrecimiento de la base material de cualquier sistema socioeconómico (la reducción de la cantidad de energía y materia disponibles, así como la disponibilidad de sumideros para los residuos) no está en cuestión; se producirá sí o sí. El debate real que enfrentamos es cómo se distribuirá esa menguante base material, si desde premisas emancipadoras o, al contrario, ecofascistas.
La fe de la teoría del derrame en que la tecnología desmaterialice y vuelva sostenible la economía, sin cuestionar la acumulación, se muestra como una absoluta quimera. Bien al contrario, es preciso integrar a la economía dentro de los límites físicos del planeta y su naturaleza semicerrada, así como abordar una profunda redistribución ecológica a escala global. Esta gaiaización de la organización de la vida es una apuesta inevitable.
Como desarrollo de dichas apuestas, planteamos tres ideas-fuerza. En primer lugar, es clave avanzar en procesos de planificación democrática en la generación, utilización y gestión de energía, materiales y residuos. No asumiremos la gaiaización de la organización de la vida hasta que superemos los mercados y los precios como fórmulas de distribución de recursos en favor de planes a todas las escalas (desde lo global a lo local) que, desde una perspectiva de derechos, redefinan la propiedad, gestión y uso de la base material del sistema socioeconómico en función de las prioridades sociales y asumiendo los límites biofísicos. Para ello, es fundamental situar ciertos ámbitos en la órbita público-comunitaria, generar espacios de gobernanza global capaces de enfrentar una redistribución ecológica, así como plantear el cierre gradual de sectores y empresas específicas, acompañado de mecanismos de compensación social.
En segundo término, abogamos por la regulación democrática de los bienes naturales. Desterrar la maximización de la ganancia corporativa de ámbitos como la tierra y el agua; apostar inequívocamente por las economías campesinas y la agroecología como modelo; regular precios en el ámbito energético y favorecer la generación limpia y local (eliminando todo pool y/o monopolio), impidiendo la pobreza energética; y limitar la generación de residuos, asegurando su recogida y tratamiento sostenible (normativa de envases, apuesta por sistemas como el puerta a puerta), pudieran ser pasos fundamentales en este sentido. Además, proponemos la prohibición de megaproyectos como herramienta extractiva al servicio de los mercados globales.
Por último, planteamos la confrontación estratégica con el relato del capitalismo verde y el green new deal, que coloniza hoy el imaginario político y mediático, incluso de alguna izquierda. La apuesta verde de las élites globales es fruto de la necesidad del capitalismo por mantener su consumo incesante de recursos, ante el agotamiento de materiales y energía fósil. Al mismo tiempo, funciona como lavado de cara que oculta la práctica de depredación y mercantilización de todo lo viviente bajo el acto de fe en la desmaterialización. Entender el colapso como momento crítico para ensayar otras formas de organizarse desde las restricciones ecológicas vigentes podría complementar los esfuerzos de planificación y regulación necesarios para la gaiaización de nuestros modos de vida.
Desmercantilización
Sabiéndonos hoy por hoy dentro de la rueda, apostamos por mitigar la esclavitud del salario, esto es, la hegemonía del ingreso individual como forma de resolución de nuestras vidas, para avanzar en fórmulas no monetizadas ni individualizadas de organización social a través de una alianza público-comunitaria que ensaye nuevas fórmulas de copropiedad y cogestión. En definitiva, se trata de descentrar los mercados capitalistas, el espacio natural en el que explota, domina y ejerce su control el poder corporativo.
Planteamos tres ideas-fuerza que desarrollan este eje. La primera consiste en la colectivización de los principales medios de reproducción de la vida. Abogamos por la publificación, desde nuevas concepciones de lo común y a partir de planificaciones democráticas, de aquellos sectores que definamos colectivamente como sectores esenciales por estar directamente vinculados a la sostenibilidad de nuestras vidas. Entendemos que están sin duda dentro de esta categoría y que, por tanto, habría que situarlos fuera del ámbito de los mercados: los cuidados, especialmente los vinculados a la infancia y situaciones de dependencia (atacando su doble privatización: en lo privado-mercantil y en lo privado-doméstico); la agricultura y la alimentación; la energía y los bienes naturales; la educación, la salud y los servicios sociales. A la par, debería también primar el interés general sobre la ganancia en ámbitos clave para el presente y futuro de nuestro sistema socioeconómico, como las finanzas, por un lado, y los datos y la inteligencia artificial, por el otro. Esta apuesta por lo público-común pasa también por apoyar e impulsar fórmulas que impugnan la propiedad privada, rompiendo incluso con la legalidad vigente, como la okupación o los centros sociales autogestionados.
La segunda se refiere a la redistribución, revalorización y reorganización de todos los trabajos. Frente a la división internacional sexual y racializada de estos, así como a su lógica inherente de competición transnacional por situarnos en las escalas superiores de la jerarquía laboral global, es clave apostar por su redistribución, tanto en lo referente al empleo como a los no remunerados en su cara b; y por su revalorización, conectando su valor con el aporte al sostenimiento de la vida, no al proceso de acumulación. Esto daría lugar a una reorganización de los trabajos, en la que los más esenciales sean los primeros en salir del terreno mercantil capitalista. Abogamos así por sacar de los hogares una pluralidad de trabajos que han de ser responsabilidad colectiva, como los vinculados a situaciones de dependencia; impulsar una legislación laboral que defienda la vida que hay tras la mano de obra, con énfasis en los derechos de conciliación; fortalecer los derechos laborales del empleo de hogar y combatir la figura de falsa autónoma; revisar las tablas salariales desde su aporte a la sostenibilidad de la vida; establecer topes salariales máximos y mínimos; reducir la jornada laboral sin rebaja salarial; revertir las brecha salarial de carácter racial y sexual; y garantizar las condiciones de negociación de la clase trabajadora y sus organizaciones sindicales.
La tercera plantea la desmercantilización y deslaboralización del marco de derechos. Si estos hoy se encuentran fundamentalmente vinculados al mercado laboral (desempleo, pensiones, viudedad, estatus migratorio, etc.) y/o atravesados por cierto nivel de copago en su materialización, planteamos su transición hacia su consideración como derechos ciudadanos, más allá de si se ha cotizado o no, o de si existe o no una caja común. Y planteamos un proceso de regularización incondicional y extraordinaria, apelando si es necesario al momento crítico.
Desmercantilizar ámbitos, trabajos y derechos es un eje clave para romper con la trampa de la acumulación. ¿Qué decir entonces de la renta básica universal? En nuestra opinión, en la medida en que garantiza ingresos individuales para consumir en el mercado, se trata de una propuesta posicionada dentro de la rueda capitalista –aún deslaboralizando su acceso–, que no podemos situar como eje vertebrador de nuestro horizonte emancipador. No obstante, si su puesta en marcha no sustituye, sino que complementa derechos, avanza en mecanismos de carácter colectivo, y se aplica con una vigencia determinada dentro de una estrategia de transición de mayor calado, pudiera ser una herramienta útil.
Descorporativización
De manera complementaria a la desmercantilización, revertir el ingente poder acumulado por las corporaciones en favor de la clase trabajadora –sobre todo el de los sujetos que, dentro de ella, se sitúan hoy en su cara b–, es un eje fundamental. Además de desmantelar el espacio natural de la acumulación, se apuesta por fortalecer el poder popular regulando al poder corporativo y recuperando espacios democráticos.
En este sentido, abogamos primero por el desmantelamiento de la arquitectura político-jurídica de la impunidad corporativa. Las grandes empresas han pergeñado un modelo global de gobernanza que, bajo una ínfima intensidad democrática, blinda sus intereses en base a una especie de constitución corporativa global. Es clave derribar esta arquitectura al servicio de las multinacionales, desde los organismos económicos multilaterales (OMC, FMI, BM, etc.) a los peligrosísimos tratados de comercio e inversión de última generación. Además, es importante meter en agenda un análisis crítico de proyectos regionales como el europeo, cuyos tratados y cuyo sistema euro estrecha el marco de lo posible a una perspectiva estrictamente neoliberal.
En segundo lugar, apostamos por regular al poder corporativo en favor de la clase trabajadora. Más allá de las propuestas laborales ya explicitadas, planteamos el incremento de las pensiones mínimas; la regulación de la vivienda (precios, suelo, prohibición permanente de desahucios, parque público estrictamente vinculado a alquiler social, vivienda en cesión de uso); la asunción de la ciudadanía universal frente a las leyes de extranjería; el control del mercado para impedir oligopolios y concentraciones de capital; el impulso de estrategias de defensa de los derechos y reciclaje de las trabajadoras en empresas y sectores en desmantelamiento; y la auditoría ciudadana sobre la deuda ilegal, ilegítima, insostenible y odiosa. En coherencia, abogamos por una fiscalidad progresiva que prime la imposición directa sobre la indirecta, con énfasis en las ganancias corporativas, el patrimonio y las rentas medias y altas. Es fundamental luchar contra el fraude, recuperar los impuestos sobre las grandes fortunas, eliminar toda la ingeniería vinculada a deducciones y bonificaciones, así como ensayar propuestas complementarias para momentos excepcionales, por ejemplo las diferentes variantes de tasa covid. Estas se sitúan indudablemente dentro de la rueda, pero tienen potencial para posicionar la obligación de que quienes más tienen, más pierdan ante las crisis.
Tercero, planteamos la descorporativización desde el impulso de iniciativas y sistemas basados en otras economías, favoreciendo el aumento de escala de los espacios que ocupan la economía solidaria, transformadora y popular, la soberanía alimentaria, las cooperativas, las PYMES, etc. Las instituciones públicas deberían acompañar este proceso priorizándolas en base a normativa y cláusulas en la compra e inversión pública, y favoreciendo propuestas innovadoras como las cooperativas integrales de cuidados, entre otras medidas posibles.
Finalmente, mención aparte merece la descorporativización de la economía digital. Esta, pese al relato de su carácter colaborativo y horizontal, ha hecho avanzar al poder corporativo a donde antes nunca había llegado, tanto en tamaño como en capacidades. Unas pocas empresas estadounidenses y chinas controlan todo el proceso económico, desde la materia prima (datos) y los espacios (plataformas), hasta los muy diversos servicios de inteligencia artificial. Las izquierdas no se pueden permitir asumir esta realidad acríticamente; la creación de bancos públicos de datos y el desarrollo público-social de servicios en favor del interés general son elementos indispensables en toda estrategia emancipadora.
Territorialización
La tendencia hacia una mayor hiperconexión global, deslocalización y complejización de los circuitos socioeconómicos ha demostrado su fragilidad e inviabilidad, además de haber generado un marco corporativo de gobernanza y un patrón muy desigual de poder y acumulación a escala internacional. Apostamos por revertir la actual primacía de lo global en favor de lo local y lo cercano, lo asumible en términos de ecosistemas, lo abarcable política y democráticamente, sin por ello plantear la eliminación definitiva –aunque sí la redefinición de roles– de las escalas global, regional y estatal.
Proponemos como primera idea-fuerza un nuevo modelo de gobernanza global, en base a una nueva arquitectura política, con capacidad real para enfrentar democráticamente los retos que compartimos, como el cambio climático, la redistribución ecológica o las migraciones. Estos desafíos evidencian la inter- y ecodependencia del conjunto del planeta, por lo que necesitamos avanzar en estructuras democráticas y sentidos comunes que los aborden de manera decidida y estableciendo compromisos vinculantes.
En segundo término, planteamos la revisión de la figura del Estado-nación, en línea opuesta a la actual captura corporativa. Creemos que este puede cumplir un papel dentro de la apuesta por una alianza público-comunitaria, pero debe redefinir su naturaleza en este sentido, además de avanzar en la respuesta a las legítimas demandas de autodeterminación y soberanía de los pueblos. Es clave arrebatar este debate de cualquier horizonte supremacista y de blindaje de comunidades-fortaleza, siempre con la prioridad por lo local como horizonte y con la conjunción de las soberanías feminista, alimentaria y energética.
En último lugar, defendemos el arraigo de los modelos socioeconómicos en el territorio, la simplificación y el acortamiento de los circuitos económicos. Las cadenas alimentarias y las de cuidados son dos ámbitos estratégicos por los cuales comenzar esta relocalización. En esa misma lógica, abogamos también por abrir el debate sobre la recampesinización de nuestras sociedades, rompiendo con el pensamiento de fatalidad urbana que está en la raíz de nuestras nociones de progreso.
Continuando el debate
Gaiaizar, desmercantilizar, descorporativizar y territorializar la organización de la vida, revirtiendo prioridades y abriendo el marco de lo posible desde una redistribución radical e integral atravesada por la clase, el feminismo y la decolonialidad, es la identidad de nuestro marco de referencia. Dado su carácter inacabado y situado, nos gustaría seguir debatiéndolo, alimentándolo y enriqueciéndolo junto a otras. Y que, a su vez, sirviera como herramienta de contagio, discusión e inspiración para impulsar y multiplicar diferentes estrategias de transición, a partir de sujetos, agentes, situaciones y contextos diversos.
El reto de fondo está en combinar ejes, ideas-fuerza y propuestas concretas dentro de estrategias que aúnen con audacia horizonte y urgencia, cara a y cara b, redistribución, reconocimiento y representación. Es una tarea plagada de tensiones, urgente y necesaria en estos momentos críticos de agudización del conflicto capital-vida. Pongámonos a ello, para no caer en el desánimo.