Hace pocos días, el creador de contenido en redes sociales Ángel Gaitán decía en televisión, y en horario de máxima audiencia, “soy facha”. Reivindicaba con altanería el término explicando que lo era si ser facha significa “ser normal, ser español, querer a tu país, trabajar, hacer cosas por los demás (…) y yo creo que es que hay muchos más fachas de los que nos pensábamos en España, lo que pasa que teníamos la palabra mal enfocada”. Es decir, parecería que Gaitán y otros españoles, antes de su aparición en televisión, pensaban que “ser facha” era algo de lo que no debían hacer alarde en determinados contextos, pero que, tras la resignificación del término propuesta por él mismo, podían comenzar a enarbolar con el mismo orgullo con el que mostraba la bandera española mientras realizaba su discurso en prime time. La constitucional, por cierto, que otra cosa hubiese sido hacerlo con la del pollo. A mí este discurso me dejó aturdido, confundido y casi cariacontecido. ¿A alguien se le ocurre que en Alemania, una noche de domingo tras una catástrofe natural, una persona con éxito en redes sociales salga en la televisión diciendo que sí, que es nazi, y a mucha honra?
Hasta ese momento, la reapropiación de términos que yo conocía era la que habían hecho, por ejemplo, los afroamericanos dentro de la cultura Hip-Hop a finales del siglo XX con el término nigger (“negrata”), utilizado despectivamente por los europeos esclavistas hacia los africanos esclavizados casi desde los inicios del comercio de personas a través del Atlántico, en el siglo XVI, pasando por los blancos estadounidenses de ayer y de hoy con creencias supremacistas y racistas. La idea de la resignificación de los calificativos despectivos por parte de los colectivos oprimidos es sencilla: si me llamas negrata para insultarme, me apropio del término llamándome yo mismo negrata y así pierde su intención de hacerme daño. Un ejemplo más cercano de reapropiación de un calificativo utilizado en un inicio para ofender es el que hicieron en nuestro país los homosexuales con el término “marica” o “bollera”.
Sin embargo, y aquí está el meollo de lo que digo, la realidad es que la reapropiación de términos despectivos no funciona igual en un sentido que en otro, ya que lo que le da significado a que un afroamericano o un/a homosexual se reapropien de un término utilizado para ofenderles es la pertenencia a un colectivo oprimido. Las personas de extrema derecha, que son los verdaderos fachas y no lo que describe Gaitán, no pertenecen a un colectivo oprimido de ningún tipo, sino más bien al contrario. Sí es cierto que pertenecen a un colectivo que en un tiempo no muy lejano de nuestra democracia no podían hacer alarde públicamente de su ideología ultranacionalista, intolerante, iliberal y antidemocrática, como sí hacen ahora tanto en medios de comunicación convencionales como en redes sociales. Pero no se puede comparar ser un blanco ultranacionalista con ser un negrata o una bollera, como parece que pretende el discurso desacomplejado de la extrema derecha.
Asimismo, conviene puntualizar que lo que Gaitán define no es ser facha (como ya he explicado, persona de ideología de extrema derecha, intolerante, antidemocrático e iliberal). Una persona que quiere a su país y que hace cosas por lo demás es más bien un patriota, algo que son muchos en este país y que no depende de a quién voten en las elecciones ni de mostrar más o menos la bandera rojigualda. Sin ir más lejos, el mismo Pablo Iglesias se ha definido como patriota en múltiples ocasiones. Así que no, Ángel, no tenías la palabra mal enfocada, ya que ser facha sigue siendo, a pesar de tu intención, algo reprochable. Según tu definición, también son patriotas (que no fachas) cualesquiera de los servidores públicos que han estado y están trabajando en las consecuencias de la DANA, así como las ONG oficialistas que tan criticadas han sido por ti y otras personas desde el día después de la catástrofe.
También es importante decir que los verdaderos fachas, sin embargo, no son patriotas, ya que solo quieren a su país cuando este es como a ellos les gustaría que fuese. Esta es una España imaginada, por cierto, alejada de la realidad multicultural de nuestra sociedad. No son patriotas los fachas cuando solo protegen a “los españoles” (¿quiénes son los “verdaderos” españoles, por cierto? ¿lo deciden ellos?) o cuando socavan deliberadamente la confianza en los poderes públicos, menospreciando lo que ellos llaman el “Estado fallido”. No son tampoco patriotas los fachas que solo reconocen a sus líderes, pero no a aquellos que han sido elegidos democráticamente, poniendo así en cuestión los mismos principios de la democracia parlamentaria. No son tampoco patriotas los fachas, en definitiva, cuando no toleran a las personas que no piensan como ellos.
El discurso de Gaitán se une así a una peligrosa corriente reaccionaria que confunde el significado de las palabras. Un ejemplo de esto es cuando Enrique Cerezo, presidente del Atlético de Madrid, dijo con orgullo antes del último derbi que en la afición del Atlético no hay ni racistas ni antirracistas. O como cuando alguien dice aquello de “ni machismo ni feminismo, igualdad”. Pues no, señor, ya que ser antirracista y feminista, ya seas negrata, marica o bollera, o todo a la vez o ninguna de ellas, es lo que se debe ser. Y ser facha (o racista u homófobo) es lo que no se debe ser si ser facha sigue significando, a pesar de la ignorancia de Gaitán y otros, ser un ultra intolerante y antidemócrata.