Me pregunto cuál ha sido el quid para que tanta gente en España, al margen de su adscripción o simpatía política, en el arco que va de la izquierda hasta el centro, nos hayamos alegrado tan de corazón con la moción de censura del pasado 1 de junio. Lo más obvio correspondía al habernos librado de un gobierno que era ya más un lastre para la democracia que un activo político de cara a una ciudadanía aburrida por la corrupción. Más: abrumada por un ambiente intelectual en el que ni la modernidad como tradición ni la postmodernidad como ruptura han tenido cabida. Una especie de niebla ominosa y triste, esperpéntica y metida en un bucle similar al día de la marmota. Las mismas palabras, los mismos gestos, los mismos prejuicios, los mismos tics, los mismos decretazos de los viernes, los mismos lobbies financieros, el mismo tancredismo, los mismos recortes y mordazas, los mismos horizontes grises. El triunfo de la moción de censura fue como la explosión de un sol de mediodía en pleno Parlamento que disipó todas las nieblas. El mal sueño había terminado. De pronto. Y hasta aquí lo evidente.
El efecto sorpresa desbordó en entusiasmo con el nombramiento del Consejo de Ministras (por goleada). Una alegría redoblada que duró como tres días de fiesta. La gente votante de Podemos estaba especialmente contenta según encuestas. Curioso, porque la cúpula se resentía de una supuesta exclusión. En general, el entusiasmo del progresismo celebraba los últimos acontecimientos políticos y la victoria de Pedro Sánchez. Y no porque el gabinete fuera más o menos de izquierdas, no. Se ha dado un imponderable que desde ahora tendremos que valorar como más relevante que la bipolaridad clásica. Era un gabinete propio para abordar los retos de un siglo XXI que amanece. Un gabinete comprometido con el mundo que viene y no amarrado al que se va. Ya no se trata de escorarse cuanto más a la izquierda mejor, sino de acompasar nuestro ritmo con el tiempo histórico. Los valores que antes apreciábamos en la izquierda tradicional hay que transferirlos desde ahora a la vanguardia, a quienes van delante, a quienes están más preparados profesional y personalmente, a quienes son más capaces de empatía con el mundo, que piensan en la gente que vive en un planeta amenazado y que sabe que las viejas estructuras mueren sin que las nuevas acaben de nacer. La vanguardia está ahí para eso: para ayudar a alumbrar un mundo nuevo. Son como las parteras de ese mundo. ¿Qué ha pasado para que las encuestas reflejen una subida notable del PSOE y un retraimiento de Podemos?
Aventuro que los votantes de izquierdas acaban de adoptar una nueva vara de medir. Pedro ha dado el sorpasso sobre el resto de los partidos por un nuevo proyecto de modernidad. Ojo, nuevo, ya que en España ni siquiera hicimos la primera revolución burguesa, y resolvimos la postmodernidad con la “movida” y no leyendo a Foucault. Actualmente estábamos como flotando en una ‘época póstuma’, que diría la epistemóloga Esther Díaz, en un devenir asentado en una crisis sin claves ciertas ni final seguro. Rasgar las nubes y escribir en el cielo la palabra FUTURO nos ha cambiado el ambiente emocional y mental. Y ese futuro no sería creíble sin la palabra mujeres. Es nuestro tiempo y esperemos que sea el inicio de lo que las mujeres llevamos tiempo reclamando: una sociedad igualitaria, pero no igual, sino diferente en sus valores y en su modo de habitar nuestro planeta.
La lección política que nos ofrece el sorpasso de Pedro es que nuestras proyecciones no pueden reducirse a resolver, en la dimensión plana de la bipolaridad de derecha/izquierda, la gestión de nuestra democracia y de nuestros modelos de vida. Somos seres de cuatro dimensiones y el abajo/arriba y detrás/delante, además del tiempo, son variables ineludibles para introducir en el análisis político. Y resulta que la vieja izquierda y la nueva izquierda envejecida van quedando muy atrás de lo que nos reclama un tiempo proyectado hacia el futuro. Tan atrás como el siglo XIX. Y creo que ese ha sido el éxito de Pedro, que ha mirado hacia adelante y ha elegido un Consejo de Gobierno proyectado a ese futuro, lejos de capillitas ideológicas y de camarillas familiares. Muchos de los elegidos ni siquiera pertenecen al Partido. Es un cambio de paradigma y un ejemplo para quienes se refugian en los fieles a su persona para ser líderes. Pedro se la ha jugado y posiblemente se ha dejado asesorar por un buen oteador del mundo que viene. No es nada definitivo, pero sí un paso adelante en la buena dirección. Las personas elegidas han demostrado su profesionalidad, su experiencia y su compromiso con lo público, pero todo eso mirando hacia el futuro y sin dejar a nadie en el camino según las declaraciones que hemos escuchado. La música suena bien. Y todavía estamos tarareando el estribillo.
De momento, tanto la rápida y generosa respuesta de acoger a los migrantes a la deriva frente a las costas de Italia, como la resolución de la inesperada crisis ministerial ponen de manifiesto que las primeras impresiones eran válidas. El estribillo continúa en el aire y la música nos sigue gustando. Es la marca España que queremos y no la de “el novio de la muerte”.