Si hablamos de una 4ª ola feminista, habrá que establecer que hablamos de algo reactivo, ya que toda ola es reactiva, es decir, es algo que supone un avance frente a un repliegue. Hablamos entonces de una 4ª ola como reacción, como impulso hacia delante, frente a la actual contrarreacción patriarcal. Preguntarnos si se está realmente produciendo esta ola será preguntarnos qué la impulsa, cómo se expresa y quiénes la protagonizan. Me voy a referir sólo brevemente al qué y al cómo, para centrarme en lo que me parece urgente que nos volvamos a plantear hoy: el quiénes, es decir, el sujeto político del feminismo.
Tras las grandes conquistas feministas, lo que hoy está sacando al feminismo a las calles y haciéndolo un movimiento de masas yo diría que es -no sólo pero sí centralmente- una auténtica insurrección, una rebelión contra la violencia patriarcal. Una violencia en sentido amplio, que se expresa de muchas maneras: como violación, como acoso, como maltrato, como asesinato, como desigualdad económica y laboral, como pornografía, como prostitución, como trata… Hoy habría que añadir otros fenómenos de este poder sexualmente expresado, como la práctica de los vientres de alquiler. Por tanto, en cuanto al qué de esta cuarta ola, el qué la impulsa, yo diría que fundamentalmente es una rebelión contra lo que creo que se está configurando como el nuevo paradigma del patriarcado: el patriarcado violento.
En cuanto al cómo se expresa esta reacción, el feminismo está aglutinando a muchos sectores sociales, a muchas mujeres y a muchos hombres en sus masivas manifestaciones contra esa violencia. De lo que se trata es de crear en todos ellos no sólo rechazo, sino también conciencia crítica: es decir, que no se queden sólo en condenar los efectos más cruentos de esa violencia, como los asesinatos de mujeres, sino que tomen conciencia de que se trata de un poder sexualmente expresado de muy diversas maneras y que es estructural al sistema patriarcal.
Si atendemos ahora al quiénes protagonizan esta nueva ola, hay que recordar brevemente que a partir de los años 80 del siglo pasado el feminismo reconoció la diversidad entre las mujeres por raza, clase, preferencia sexual, etc. Y lo hizo sobre todo a raíz de las críticas chicanas al feminismo tradicional de las feministas lesbianas, negras y por no contemplar sus diferencias y no sentirse representadas en un feminismo centrado en la mujer blanca, occidental, heterosexual y de clase media. Pero el reconocimiento de las diferencias entre mujeres plantea un problema en el feminismo: ¿Cómo pensar las identidades que se reconocen como diversas? ¿Cómo evaluar las diferencias? La teórica norteamericana Nancy Fraser advierte que no todas las diferencias deben ser reconocidas, que no todo vale y que hay que rechazar aquellas diferencias que fomentan la subordinación o que implican desigualdad. El debate abierto acerca de qué hacer con las identidades diversas, qué hacer si reconocemos las diferencias entre mujeres, abre también el debate de qué hacemos con el sujeto político del feminismo, con el quiénes de esta nueva ola.
Hay quien defiende que estaríamos ante una 4ª ola en la que el sujeto político del feminismo habría cambiado: de ahí vienen las propuestas del transfeminismo y de la teoría queer. Estas propuestas postmodernas se vinculan directamente con la filósofa norteamericana Judith Butler: Butler propone que cabe deconstruir las identidades por normativas y excluyentes, ya que toda identidad establece unas normas a las que hay que ajustarse para pertenecer a la misma y deja fuera todo lo que no se ajusta a esas normas. También la identidad “mujeres” deberá ser desestabilizada y deconstruida, pues como toda identidad es normativa y excluye a parte del grupo que dice representar. Ahora estaríamos en un momento de postfeminismo en el que el sujeto ya no serían las mujeres sino un sujeto en coalición de identidades diversas y contingentes, aliadas en la resistencia al orden heteropatriarcal (como los gays, las lesbianas, los transexuales, los transgénero, los bisexuales, etc). Pero hay quien, lógicamente, ve un peligro para el feminismo en estas propuestas postmodernas. Así la filósofa feminista Seyla Benhabib le contesta a Butler que, si deconstruimos la identidad mujeres, nos quedamos sin sujeto político que pueda llevar adelante el proyecto de emancipación que el feminismo es. Benhabib pregunta cómo sería posible siquiera pensar un proyecto político de emancipación feminista sin un sujeto político del mismo, sin el “nosotras” feminista.
Creo que hoy indudablemente hay que pensar el sujeto feminista en alianza con otras identidades que se crean en su resistencia al orden heteropatriarcal. Pero, a mi juicio, de lo que no se trata es de disolver el sujeto del feminismo en esas otras colectividades, que deben tener sus propios sujetos. Lo que sí me parece urgente es que hoy, con las masivas movilizaciones feministas en la calle, con esta cuarta ola en puertas, repensemos y volvamos a estabilizar el sujeto político del feminismo. Porque no podemos dejar que se nos quiera usurpar el sujeto a las mujeres precisamente ahora, cuando la lucha feminista más necesita de un sujeto fuerte. Un sujeto que tiene que llevar adelante un proyecto feminista tan fácil de enunciar y tan difícil de hacer como es erradicar el patriarcado. Y hacerlo además a escala transnacional, a escala planetaria, reconociendo desde luego las diferencias culturales, locales, raciales, de clase, de orientación sexual, etc. Entre las mujeres. Pero reconocer esas diferencias no significa que se pueda hablar hoy de un postfeminismo, o incluso hablar de la postmujer (como hacen algunos discursos actuales). Y no cabe hacerlo, no cabe hablar de tanto post, cuando, como dice Fraser, todavía no estamos ni mucho menos en condiciones de hablar de un postpatriarcado.
En otras palabras, no podemos admitir que se siegue la hierba bajo nuestros pies y se pretenda acabar con el sujeto “mujeres” justo cuando el feminismo está volviendo a ser un movimiento emergente. Las mujeres, repitámoslo, pueden coaligarse con otros sujetos que como los homosexuales, las lesbianas, los transexuales, los bisexuales o los transgénero están embarcados en una lucha contra el orden patriarcal heteronormativo. Pero sabiendo que centrar el foco de reivindicación en el reconocimiento de las reclamaciones de libertad sexual, como hacen esas colectividades, no será suficiente para hablar de un proyecto feminista que tiene que impugnar el patriarcado como sistema de dominación total. Es decir, entender el patriarcado sólo como heteropatriarcado es reductivo, ya que definir el patriarcado prioritariamente como sistema de dominación heterosexual es obviar que, además de eso, es también un sistema de opresión política y económica. Y el feminismo tiene que impugnar el patriarcado en toda su complejidad.
En nuestro mundo globalizado la realidad material de las condiciones de vida de muchas mujeres exige todavía pensar desde el feminismo un proyecto de emancipación social, político, cultural y personal. Y para ese proyecto se necesita hoy un sujeto fuerte, un sujeto “mujeres”, que a pesar de sus diferencias indudables tenga objetivos políticos comunes. Y las mujeres tenemos objetivos políticos comunes porque padecemos dominaciones comunes por el hecho mismo de ser mujeres, como es el caso paradigmático de la violencia patriarcal.
En definitiva, y por decirlo brevemente, yo tengo muy clara una cosa: que defender que se deconstruya hoy el sujeto “mujeres”, que prescindamos de él como sujeto político del feminismo, sólo puede venirle bien a los propios intereses del patriarcado.