Imaginen que dos personas que viven en la calle y no tienen para comer se encuentran un trozo de pan y comienzan a pelearse por él. Es un mendrugo seco, sucio y mordido que alguien decidió tirar en algún momento y esas dos pobres almas sumidas en su desesperación se tiran de los pelos, se escupen y se insultan por conseguir llevárselo a la boca. Ahora imaginen que esa escena está siendo grabada por un medio de comunicación. Planos cortos, micro con pértiga y hasta banda sonora de fondo. Cuando parece que uno de los dos se va a retirar, una voz entra en escena “¿Qué pasa, Luis? ¿No crees que Julián te está intentando provocar?” Las llamas se vuelven a avivar, las cámaras siguen grabando. Gritos, lloros, puñetazos. Ahora imaginen que al otro lado de las cámaras hay gente mirando… y hasta tuiteando.
¿Con qué parte de la historia se sienten identificados? ¿Son quienes se pelean en los medios para tener presencia? ¿Quienes están detrás de los focos grabándolo todo? ¿O quienes lo disfrutan tomando una cerveza? Sobre los primeros nunca sabremos cuánto hay de ficción o de realidad, si pasan hambre o si han acordado la pelea y luego se van a merendar. De los que graban, sabemos que no tienen escrúpulos y que por mucho que nos la intenten colar diciendo que documentan el mundo, sabemos que el planeta es mucho más que esa parte despiadada y extrema que se empeñan en mostrar. De los terceros sabemos que se sienten totalmente ajenos al conflicto desde la impunidad que da el anonimato. De una manera u otra todos somos parte de este lamentable espectáculo.
Hace unos meses uno de los medios de comunicación que más contribuyen a la pornomiseria (hacer entretenimiento del drama humano) logró convencernos de que había lugar para la autocrítica y para la transformación. Muchas celebramos que un espacio hablara por fin en prime time de la violencia de género. Aplaudimos que la docuserie de Rocío Carrasco no se quedara en un mero salseo y contara con voces expertas en violencia de género. Difundimos reflexiones y vídeos que hablaban del maltrato hacia las mujeres pensando que podrían servir de algo. Escasas semanas después nos encontramos que el mismo medio que presumía de abanderar la igualdad ha excluido del relato la figura del maltratador para poner el foco en las mujeres. La actual pareja es proclamada vencedora de un reality otorgándole la categoría adecuada para batirse en duelo con su supuesta contrincante. El sujeto es importante, pasamos de un hombre que agravia a las mujeres a mujeres que discuten por el hombre. También involucran a la hija, a la que contratan de comentarista en otro espacio y persiguen hasta la saciedad. Quizás en algún momento pierda los nervios y puedan hundirla todavía un poquito más. Se juzga a la pareja, a la madre y a la hija reforzando la idea de que la violencia de género es solo cosa de chicas. Telecinco nos la ha vuelto a colar. Y para que el espectáculo no se extinga saben muy bien dónde colocar las banderillas. “¡Olga ha demostrado que sí tiene coño!”, se escucha gritar a los periodistas. Que la violencia de género sea tratada como una trifulca entre mujeres es indecente. Que se nos dibuje como locas, desequilibradas e histéricas es el mismo machismo que pretendía denunciar la docuserie.
Año tras año denunciamos las campañas de sensibilización que se dirigen solo a las víctimas sin apelar al maltratador. Pero no solo los hombres son responsables. También contribuyen a esta lacra la cultura machista, el periodismo casposo, las leyes caducas y los partidos políticos que niegan la mayor. Otro de los grandes errores en el tratamiento de este tipo de conflictos es representar a las víctimas sin dignidad, llevándolas a situaciones tan extremas con las que es imposible empatizar. A las personas que sufren las retratan como holgazanas o perversas, con lo que llegamos a pensar que de alguna manera se han buscado su propia tragedia. Pero no solo maltratan a quienes representan, se dirigen a la audiencia de forma infantilizada, usando un lenguaje únicamente emocional. Victoria. Derrota. Guerra. Madrastra. Venganza. Felicidad. No muestran perspectivas racionales que nos hagan profundizar ni reflexionar. Focalizan en el morbo y el drama, pero no dan claves para entenderlo, mucho menos para ponerle remedio. Cuando un medio de comunicación tiene como objetivo resolver un problema lo expone de manera equilibrada entre emoción y razón, retrata a los culpables y propone soluciones. También hace autocrítica y se erige como parte de la transformación. El único desenlace positivo de esta historia sería que estas tres mujeres se encontraran, se abrazaran e hicieran piña. Mientras ese final llega, lo más sensato por nuestra parte es apagar el televisor.