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Los temores de China por la “crisis” de Ucrania

18 de julio de 2022 22:42 h

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Hace un par de meses, y en estas mismas páginas, me preguntaba sobre los motivos por lo cuales China no estaba actuando para poner fin a la guerra en Ucrania, puesto que tenía y tiene el poder y la capacidad para frenar a Moscú. Los motivos son varios, pero en los dos últimos meses han aparecido nuevos factores que van adquiriendo mayor peso, y que están muy vinculados con la globalización económica, hasta el punto de inquietar profundamente al Gobierno chino, que puede pagar muy cara su inactividad en esta guerra.

Lo que voy a exponer a continuación es la síntesis que se deriva de haber leído todos los discursos del ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, de los últimos cinco meses, desde poco antes de iniciarse la ocupación rusa hasta el día de hoy. Wang Yi ocupa este cargo desde hace nueve años, cuando Xi Jinping fue designado presidente del país. Es un personaje muy influyente, y del análisis de su discurso pueden sacarse conclusiones sobre cómo ha enfocado lo que todavía denomina “crisis” de Ucrania, puesto que nunca pronuncia la palabra “guerra”, lo que es dato de por sí muy significativo. Es más, el día 8 de este mes, el ministro habló de “eliminar los riesgos de una guerra”, algo muy impropio de una persona que con seguridad tiene toda la información sobre lo que ocurre.

Durante los dos primeros meses, febrero y marzo, China puso mucho énfasis en su política de respetar y salvaguardar la soberanía, la independencia y la integridad territorial de todos los países, incluida Ucrania, para después obviar totalmente estos términos y, en cambio, empezar a poner el acento en otros aspectos de la “crisis”, de la que se sentía “apenada” y “afligida”. Las conversaciones del ministro chino con su homólogo ruso, Lavrov, han influido sobremanera, y se nota en el discurso del primero, que ha ido introduciendo conceptos exculpatorios (se trata de un conflicto histórico complejo; entendemos las preocupaciones legítimas de Rusia sobre seguridad, que hay que tomar en serio), relacionados con el origen de la guerra (la ampliación de la OTAN hacia el Este; es el resultado de las tensiones de seguridad acumuladas e intensificadas en Europa a lo largo de los años), o sus consecuencias negativas, como la vuelta a la mentalidad de la Guerra Fría y la confrontación de bloques, aspectos en los que China insiste mucho, al considerarlas obsoletas. Lo paradójico es que la mayoría de estas cuestiones son verídicas, esto es, explican los motivos por los cuales Rusia estuviera muy preocupada y resentida, pero nunca justificará que respondiera de forma tan brutal, con una guerra de ocupación que ha producido decenas de miles de víctimas mortales.

El discurso chino es muy parecido al ruso en algunos aspectos, utilizando los mismos conceptos e ideas-clave, como abogar por una seguridad común, integral, cooperativa y sostenible; que la seguridad de un país no debe lograrse a expensas de la seguridad de otros países, ni mediante la expansión de bloques militares, o el concepto de que la seguridad es indivisible. A partir de abril, China empieza a insistir en un discurso muy propio y de larga data, al recordar que tanto ella como Rusia deben impulsar el proceso hacia una mayor multipolaridad, oponerse al hegemonismo y la política de poder, así como salvaguardar los principios de la Carta fundación de la ONU. A partir de esa premisa es donde pivota su discurso de apoyar una mayor democracia en las relaciones internacionales, esto es, entre los países, pero no dentro de los mismos. Esta simbiosis conlleva, también, una insistencia en el tiempo respecto a que hay que plantear un diálogo sobre la arquitectura de seguridad para Europa, que habría de ser inclusiva. Primero se invitó a que en ese diálogo fuera entre la UE con Ucrania, luego entre la UE y Rusia, después entre Europa y Rusia, en pie de igualdad, y ya en julio, entre la OTAN, la UE y Rusia. Lo extraño, sin embargo, es que, una vez iniciada la guerra, China no viera que este diálogo era imposible, y que, en todo caso, sería una propuesta para una futura Rusia, libre de Putin y una vez existieran derechos políticos básicos en dicho país.

En relación a la búsqueda de soluciones para la guerra, los términos utilizados han sido normalmente muy genéricos (las partes deben ejercer la moderación, alentamos todos los esfuerzos diplomáticos que conduzcan a una solución pacífica, encontrar una solución a través de negociaciones, evitar la escalada, alentar y promover la celebración de conversaciones, introducir un alto el fuego, abordar las preocupaciones legítimas de todas las partes, las partes deben trabajar juntas, lograr un cese de hostilidades lo antes posible), o bien invitando a que el Consejo de Seguridad desempeñe un papel más constructivo. También ha insistido en que habrá que sacar lecciones de esta “crisis” y dolorosa experiencia, cosa evidente, pero de difícil consenso.

La visión de sí misma para intervenir en la “crisis”, es autocomplaciente (papel constructivo, objetivo e imparcial), limitada (dentro de su capacidad), genérica y singular, en la medida que argumenta que China ha promovido conversaciones de paz “a su manera”, pero sin especificar cual era dicha manera. El Gobierno chino afirmó que “adoptamos medidas basadas en los méritos del problema en sí, y hemos trabajado a nuestra manera para calmar la situación”, una forma bastante curiosa de enfocar el conflicto. Sí ha puesto énfasis en que lo hace con un juicio independiente, y que desempeña un papel responsable desde la objetividad e imparcialidad. Para eso cuenta, en su opinión, con el aval de muchos países en desarrollo, que tienen sus propios puntos de vista, comparten un lenguaje común y ocupan una vasta “zona media”. Las votaciones en la Asamblea General de la ONU respecto a la guerra de Ucrania, así lo confirma. Para China, y cito textualmente, “la abstención también es una actitud, es dar una oportunidad a la paz”. De ahí que China también enfatice en que los países tienen derecho a decidir independientemente sus políticas exteriores, y no optar por enfoques simplistas de “buenos y malos” para abordar problemas de seguridad complejos.

Mención aparte merece su insistencia en evitar el daño a civiles y atender las crisis humanitarias, que siempre han estado en el discurso, primero para prevenirlas, luego para asegurar la salida de las personas de origen chino, estudiantes en su mayoría, y después para atender a la población refugiada o desplazada.

A partir de marzo aparece con fuerza un nuevo elemento, la advertencia de que las sanciones no resolverán los problemas, una cuestión que primero se refería a las impuestas a Rusia, pero que luego se transformó en una preocupación por las sanciones que tanto la UE como Estados Unidos pusieron a China por temas vinculados con los derechos humanos. A mediados de marzo, China ya manifestó que no era una parte directamente involucrada, y que, por tanto, no quería verse aún más afectada por las sanciones. Hace muy pocos días, el ministro Wang Yi dijo que China se opone a socavar los derechos legítimos al desarrollo de otros pueblos, acusando a algunos países por haber utilizado la crisis de Ucrania como excusa para abusar de las sanciones unilaterales contra China y otros países. En este tema pesa como una losa un escenario posible, que sería la ocupación de Taiwán, y es por este motivo que el Gobierno chino, ya en este mes de julio, rechazara cualquier intento de establecer paralelismos entre Ucrania y la cuestión de Taiwán.

Fue a finales de marzo, ya de forma temprana, que China advirtió que la “crisis” de Ucrania iba más allá de ella misma, con efectos secundarios que afectarían a todo el mundo. Preocupada por la interrupción del impulso de la economía mundial, y pensando en sus exportaciones e inversiones, Wang Yi avisó que la escalada de sanciones unilaterales fracturaría las cadenas industriales y de suministro mundiales, sin mencionar que este problema ya había empezado tras el Covid-19, el encallamiento de un buque en el Canal de Suez, y posteriormente, por el cierre del puerto de Shanghái. No en vano China es tan insistente en favor de la multilateralidad, y es por ello que en julio pidiera a la UE que rechazara los intentos de desvincularse o cortar las cadenas de suministro, y los actos que violan la “leyes económicas objetivas”, en la línea del discurso de rechazar las reglas impuestas por un determinado grupo de países. En recientes palabras del ministro, “las políticas económicas de empobrecimiento del vecino, la construcción de un pequeño patio con vallas altas y la formación de pequeños círculos cerrados y excluyentes, van en contra de la tendencia de los tiempos”. No hay que olvidar, además, que China libra una batalla para que la Organización Mundial del Comercio (OMC) vaya asumiendo sus tesis multilaterales, basadas en normas no discriminatorias y abiertas, en un intento de buscar apoyos en los países del sur, para que lo ayuden a sortear con conflictos que ya tiene con la UE y Estados Unidos por el tema de las patentes y los aranceles.

 Lo que China teme es que las lecciones sacadas por estas crisis cambien el curso de la globalización económica, haya un proceso de des-deslocalización, y vaya perdiendo espacios en la economía mundial. Si el propio ministro afirmaba, ya en marzo, que la situación internacional ha entrado en un período de turbulencia y transformación, es porque era consciente de las repercusiones que iría teniendo la prolongación de la guerra de Ucrania, una auténtica bomba nuclear geopolítica, que ha dividido en mundo en dos, ha propiciado un rearme global y un distanciamiento del mundo occidental con Rusia, y por extensión, con China. También es una paradoja que, a principios de abril, el ministro dijera que China no busca un interés propio geopolítico. Aunque fuera cierto, queda afectada de lleno, por lo que quizás mejor le valdría tener un interés propio, pero para poner fin a la guerra. Hace muy poco días que el ministro declaraba que su prioridad era lograr el alto el fuego y evitar que el conflicto se prolongue y se amplíe. Puede que esté viendo los riesgos de quedar muy perjudicada por su inacción. No deja de contrastar la actitud actual de aparente neutralidad y distanciamiento del ministro Wang Yi, con el discurso más proactivo que realizó el 22 de enero de 2014 en la Segunda Conferencia Internacional sobre Siria, donde fue más claro en que no podía haber solución militar y que había que preservar la unidad nacional, evitar la desintegración de dicho país y respetar las aspiraciones del pueblo. En resumen, pues, a medida que han trascurrido los meses, el discurso ha ido tomando cada vez un mayor tinte económico, dentro de una lectura geopolítica en la que China puede perder más de lo que hubiera esperado.