Pretender encontrar una única causa sobre lo ocurrido el 26J creo que es imposible, se cruzan demasiadas variables y no podemos compararlo con otro caso para comprobar qué hubiera pasado en otro supuesto si modificamos algunas de esas variables. Sin embargo, estoy convencido de que el debate y el reto fundamental al que se enfrenta Podemos tiene más que ver con el enfoque y las prácticas a desarrollar en el futuro. El debate sobre el futuro es la mejor forma de corregir lo pasado. Ahora le ha llegado el turno a la estrategia en detrimento de la táctica, ahora esas tinieblas abren un campo de posibilidad constituyente. ¿Qué es lo fundamental y cómo enfocarlo?
Aclaremos. Cualquier apuesta es inofensiva si no es capaz de transportar las sensaciones, los imaginarios, las proyecciones, si no consigue reinterpretar los miedos, temores y esperanzas de su época. En definitiva, sin una buena guía de las pasiones humanas y del modo en el que desea la sociedad, la política es inocua. Se trata entonces de poner por encima de las etiquetas e identidades particulares, la importancia por recordar que las reformas sociales no se logran nunca por la debilidad de los fuertes, sino por la fuerza de los débiles.
Entonces, ¿dónde está la fuerza, cómo encontrarla? Nos sucede como al filósofo Slavoj Zizek analizando la película Matrix, cuando a la hora de elegir entre las dos pastillas que Morfeo le ofrece a Neo, Zizek responde, ¡quiero la tercera pastilla! Exacto, no se trata de discutir sobre la base de ser más o menos “radical” dentro el mismo plano, se trata más bien de cambiar el propio plano. El virtuosismo de la política transformadora reside en el contenido, en esa materia capaz de movilizarse y hacer real la verdad efectiva de la cosa. La verdad siempre es un proceso sujeto a la impugnación. La fuerza, por lo tanto, está en aquella estrategia que permite crear racionalidades compartidas empujadas por un interés –deseo- democratizador.
Todo el imaginario neoliberal que proyecta la defensa de “la economía por goteo” junto con el prototipo del “triunfador” a modo de motor dinámico de la economía, frente al vago, el que protesta y el “perdedor” que vive de las ayudas sociales, viene de una lectura reaccionaria del deseo por dejar de ser clase obrera. La paradoja de toda esta visión neoconservadora reside curiosamente en una potencia de liberación. Los años 80 de Thatcher y Reagan consiguieron ofrecer una “salida” a esa subjetividad surgida en los años 60 y los 70, ahí donde la izquierda solo consiguió “resistir” durante un tiempo pero sin ofrecer un nuevo encaje. El deseo de la “huída de la fábrica”, de la burocracia y la vida disciplinada, ha sido articulado por una racionalidad neoliberal que proyecta ese querer “dejar de ser clase obrera”, desde la perspectiva de la escapada individual en lugar de la emancipación colectiva. Esta posición se percibe en muchos de los argumentos que esgrimen los votantes del PP, pero sin duda, va más allá de ellos. Por lo tanto, insistir en la defensa de un imaginario pretérito identificado con una esencia fijada a una tradición concreta, que la propia fuerza de trabajo abandonó hace tiempo, fortalece esta posición. La cuestión de la política “radical” aparece cuando nos preguntamos cómo se reorienta ese mismo deseo hacia otras formas de relacionarse y de producir dentro de una racionalidad democrática.
Los procesos de transformación social que han ejercido la fuerza de los débiles siempre han compartido la noción de transversalidad. Son esos acuerdos sociales que resultan ser ampliamente asumidos por distintos grupo sociales y apuntan al núcleo de poder del adversario. Desde la Comuna de París al 15M, las experiencias tumultuosas han atravesado a la sociedad provocando de manera inédita y curiosamente armoniosa, el encuentro colectivo que remueve lo que era impensable. Transversales porque los de arriba se codean entre los de arriba fugándose de su la relación con los de abajo, y al igual que en la Francia que analizaba Marx, el Imperio los había arruinado económicamente con su dilapidación de la riqueza pública, con las grandes estafas financieras que fomentó.
En el tránsito hacia un modelo más aperturista, enraizado y regido por los tiempos de la estrategia, la tarea de Podemos debe ser doble. La primera pasa por empezar a dar pasos hacia una mayor articulación autónoma en la organización. La segunda tarea, que está relacionada con la primera, es servir de soporte para abrir espacios de agregación y participación donde se encuentre la vida cotidiana. Extender una tupida red de Moradas por todo el territorio ofreciendo alternativas culturales de ocio, de resolución de problemas, y de construcción ciudadana, resulta fundamental. El movimiento popular se puede empezar pensando por lo más cercano. En Málaga se dio una iniciativa muy buena al respecto; “Podemos tomarte la tensión”. Un médico le tomaba la tensión en la calle a quien quería tomársela. Ese es el camino: micro abierto para rapear, torneos de Fifa con la playstation, talleres para ensayo de grupos musicales, clases de pilates o yoga, ludoteca, clases de refuerzo para colegiales, diseño gráfico, carpintería, gimnasio, fomento de una economía colaborativa con finalidad común, etc.
Los ejemplos se encuentran rellenando los cuaderno de quejas locales para saber qué hacer, cómo intervenir, qué se demanda, y al mismo tiempo, qué se ofrece, quién se quiere ofrecer, y con qué conocimientos se cuenta para compartir con el resto. Hacen falta más compañeros y compañeras que se vuelquen en esta tarea de generar sinergias. Se hace más política ahí donde menos lo parece y cuando no se habla “de política” demostrándolo en el día a día. Los movimientos políticos son por encima de todo motores que movilizan vida; una multitud cooperando. Son estos encuentros y conversaciones labrados desde abajo lo que produce sociedad y regiones de soberanía, pues para ofrecer soluciones la intervención política necesita tocarse, verse y sentirse. Podemos debe promover ese nexo territorial que produzca espacios donde reine lo cotidiano interpretado de otra forma.
Hasta ahora Podemos ha servido como un instrumento que traslada y emite voz, y así debe seguir siendo en el Parlamento, pero fuera tiene que devolver la palabra y escuchar para aprender y construir junto con los colectivos y actores sociales que ya existen esa malla de legitimidad. La transversalidad solo será efectiva cuando tome cuerpo y se haga pueblo. Esa comunicación entre los de abajo es lo que nos puede hacer ganar, es un escudo contra el miedo; una garantía de futuro.