Todas necesitamos a esa abuela
Hace unas semanas tuve la suerte de participar en una asamblea de mujeres en Elche junto a Irene Montero. Pude escuchar en primera persona testimonios increíbles a cerca de condiciones laborales de extrema precariedad. Allí estaban las “Kellys”, las camareras de piso de los hoteles, mujeres valientes que han decidido organizarse para denunciar los atropellos que sufren en sus trabajos, o las aparadoras de zapatos, mujeres luchadoras que han levantado a muchas familias dejándose la piel y las manos durante años ahogadas en la economía sumergida, y sumergida estaba su historia también hasta ahora.
Pero también tuvimos la oportunidad de escuchar a una mujer, precaria por nacimiento como lo somos todas las mujeres en una sociedad patriarcal, que tuvo que enfrentarse a un desahucio junto a sus hijos. Su experiencia fue la que hizo que me saltara un “clic” en la cabeza y ahora os explicaré por qué. Ella estaba sola hasta que llegó la PAH, eso es lo que dijo. A parte de toda la ayuda que le prestaron, lo que ella más valoraba era que ese sentimiento de soledad, de desamparo, había desaparecido por fin. Y fue entonces cuando una mujer mayor que estaba sentada en ese círculo alzó la voz y dijo: “Mira si te ha dado cosas la PAH, que te ha dado hasta una abuela”. Ese momento se convirtió de inmediato en mi memoria en un resorte de esperanza y de revolución. “Yo también quiero que seas mi abuela”, recuerdo que pensé.
En ese espacio seguro en el que se convirtió aquella sala del auditorio, escuchamos la voz de trabajadoras de residencias de personas mayores, pero realmente no fue su voz la que oímos, si no la de esas personas mayores convertidas en números a manos de nuevas empresas privadas que se estaban abriendo camino en el mercado a la venta de la tercera edad. También las cuidadoras, las profesionales y las no profesionales, estaban presentes hablando de nuestra también precaria Ley de Atención a las personas en situación de dependencia. Todas sentimos esa atmósfera especial, algo pasó en ese lugar. Bueno, podría hablar exclusivamente de ese momento y de esas mujeres durante todo el artículo pero no puedo; mil palabras no son suficientes para describir todas esas sensaciones. Continúo.
Para poder intentar poner palabras a lo que vivimos cada día intento nutrirme de la experiencia de otras personas, por eso voy a continuar citando a Ricardo Romero y Arantxa Tirado en “La clase obrera no va al paraíso”: “La clase dominante es muy consciente de lo que ocurriría si, por casualidad, algún día la clase obrera toma conciencia de su existencia, sobre todo de su capacidad de subvertir el sistema que la oprime: los cimientos del capitalismo correrían grave peligro”.
¿Cómo se las arregla ese capitalismo para que no nos reconozcamos entre nosotras? A ver si consigo explicarlo. En un mismo hotel, las “Kellys” son contratadas por diferentes empresas. Es decir, están divididas desde el mismo inicio, hasta con prohibiciones de hablar entre ellas. Las aparadoras trabajan en talleres clandestinos o en sus propios domicilios, separadas. Eso se llama “atomización” de la actividad y se consigue con la subcontratación.
La otra amenaza se llama “deslocalización”, es decir: “si no te gusta que te quite derechos me voy a China que allí tengo mano de obra más barata”. Precisamente lo que destruyó la industria del calzado en Elche o en Elda, por ejemplo. ¿Os suena? No es cosa del pasado.
Imaginaros por un momento esa total indefensión: ninguna prevención de riesgos laborales, salarios precarios de 2€ la hora, jornadas interminables, ausencia total de conciliación, no tener derecho a paro, ni a jubilación, ni a bajas laborales. No tener derecho a NADA. Estar SOLA. Estas son sus estrategias entre otras que conocemos perfectamente: el control del cuerpo de la mujer. El PATRIARCADO en mayúsculas.
“¡UY! Eso no va conmigo…”, escucho más de lo que me gustaría. Por eso creo que hay que darle una vuelta al concepto de precariedad. La precariedad no es tan solo laboral, amiga mía. Yo soy una persona sorda y también soy precaria cuando no tengo acceso a la información o a la educación. Sabías que hay alumnado sordo ahora mismo, que no tienen acceso a la educación en Valencia, o en Alicante. También son precarias. Nuestro sistema educativo es precario cuando pasan estas cosas. Todas las valencianas somos más precarias por culpa de la corrupción, que se ha llevado lo que es nuestro por derecho y nos ha dejado unas instituciones precarias, una educación, una sanidad, unos servicios sociales precarios. Nuestro futuro es precario y nuestras pensiones lo serán también, de haberlas claro. En fin, hasta nuestra dignidad es precaria.
Releyéndome a mí misma, tenemos que reconocer que el capitalismo es cuasi un virus perfecto, muta de forma excepcional cada vez que se ve amenazado. Es increíble, de verdad. Y como todos los virus su paciente cero somos las mujeres, las primeras en ser expuestas y sufrirlo. Es innegable que las mujeres somos las más afectadas por la precariedad en todas sus facetas: la económica y la social. Pero ese va a ser también precisamente su punto débil, las mujeres. NOSOTRAS. El puñetero sistema inmunológico de esta sociedad va a darle una paliza a ese maldito virus que todo lo infecta.
Voy a ir terminando que me vengo arriba y no hay quién me pare, y voy acabar recreando un capítulo de “Erase una vez el cuerpo humano” con anticuerpos y glóbulos rojos incluidos.
Lo que está ocurriendo ahora, en estos momentos, es precisamente esa toma de conciencia de clase obrera de la que hablaba antes, de clase precaria para afinar más. Pero es que además, las mujeres estamos en plena revolución, protagonistas incuestionables de esta reconquista de derechos, imparables. Esa soledad está llegando a su fin.
Tenemos un reto inaplazable que tiene varias fases: construir una identidad colectiva de la clase trabajadora y precaria liderada por las mujeres, y generar un movimiento popular organizado que exija los derechos que proporcionan una vida digna. Y no tener una vida digna se llama PRECARIEDAD. Yo soy precaria, si tú también lo eres… tenemos mucho por hacer.