Días antes de encarar el reciente Consejo EPSSCO de la Unión Europea, comencé a leer la última novela de Belén Gopegui. Me conmovió la crudeza con la que se retrata, en sus primeras páginas, la oblicuidad de la precariedad, su impacto en lo cotidiano, en un día a día en el que se aspira a “no perder, que no se parece a ganar, sino a mantenerse en esa zona donde no hay victorias ni derrotas absolutas y donde la tensión cansa”.
Afrontar, con las palabras de Gopegui en la retina, la reunión de ministras y ministros en Luxemburgo fue un estímulo para avanzar en la idea de un nuevo contrato social para Europa, centrado en revertir esa apatía mediante políticas públicas concretas y ambiciosas, que tengan como pilar fundamental la justicia social. Porque, como decía Wendy Brown, ésta es el “antídoto esencial contra las estratificaciones, las exclusiones, las abyecciones y las desigualdades”.
Este nuevo proyecto de futuro se despliega en cuatro ejes principales de reforma: el ámbito social, la armonización fiscal, la democratización institucional y el impulso de un Pacto Verde Europeo de mayor envergadura. El objetivo es poner a las personas primero y colocar la dimensión social en la centralidad de Europa: transitar, de forma decidida, hacia una Europa fuertemente social, que, según los últimos datos del Eurobarómetro, anhelan nueve de cada diez europeos y europeas.
Esto es especialmente relevante ahora, cuando, en el marco de una Unión Europea con 91 millones de ciudadanas y ciudadanos en riesgo de exclusión social, algunos pretenden entorpecer cualquier posibilidad de avance con amenazas reaccionarias y pulsos contra sus propios países, ajenos por completo a la realidad y necesidades de las mayorías sociales.
Así, frente a los acontecimientos de las últimas semanas, incluyendo el asalto a la sede romana de la CGIL, debemos defender uno de los pilares fundamentales del proyecto europeo: el respeto y la garantía de los derechos fundamentales. La Unión Europea no puede enfrentar las ilusiones de repliegue con la parsimonia e inercias propias del pasado, sino reafirmando un compromiso real con la defensa de las libertades y los derechos, sólidamente anclado en la mejora de las condiciones de vida de su ciudadanía. Frente al discurso de odio, no debemos azuzar el miedo, sino volver a la cotidianeidad de la que nos habla Gopegui, recuperar los anhelos diarios de la ciudadanía europea y convertirlos en esperanzas tangibles
En consecuencia, y como primera medida en una hoja de ruta inédita a escala europea, hemos propuesto, de manera conjunta con Bélgica, la creación del Mecanismo de Alerta de Desequilibrios Sociales. Se trata de un sistema de aviso temprano que identifica los desajustes en materia de empleo, igualdad, educación, salud o consumo, y nos permite articular respuestas rápidas para abordar, de forma eficaz, las emergencias sociales, y asegurar así que los principios que inspiraron el Plan de Acción del Pilar Europeo de Derechos Sociales no se convierten en papel mojado.
Esta iniciativa aspira a ser una pieza clave en el futuro Semestre Europeo, y parte de una convicción que, tras las fallidas experiencias de los últimos años, es ya una obviedad: los indicadores sociales deben tener la misma importancia que las mediciones macroeconómicas, del mismo modo que el Consejo EPSSCO ha de tener el mismo peso que el ECOFIN. Una Europa útil no puede desentenderse de las consecuencias sociales de sus políticas, y por eso es preciso que éstas sean tan centrales como las fórmulas de gobernanza económica.
De esta forma, el Mecanismo es resultado de las lecciones de la crisis de 2008, en la que la atención exclusiva a las grandes cifras macroeconómicas se saldó con millones de desempleadas y desempleados, una devaluación general de las condiciones de trabajo y un altísimo nivel de pobreza y desigualdad. En ese sentido, el manejo de la pandemia nos ha demostrado que no se trata de escoger entre justicia social y eficiencia económica. Muy al contrario. Se trata de desbordar ese falso dilema, reconciliar ambos conceptos y entender, a su vez, que la gestión pública es eficaz sólo cuando es socialmente justa.
El Mecanismo de Alerta Social constituye el primer paso en un proyecto de reforma que se comienza a perfilar, y que irá siendo completado, de manera gradual, por más propuestas ambiciosas y de largo alcance. La iniciativa hispano-belga apunta a un horizonte de cambio y siembra sus primeras semillas: consolidar el espíritu que dio origen a los Fondos de Recuperación para Europa, ensanchar este gesto de urgencia y convertirlo en un planteamiento estructural y sostenido. La Europa que responde a la crisis y se pone del lado de su ciudadanía no puede ser un paréntesis.
Este contrato social debe ser ambicioso, ampliando el funcionamiento democrático de la UE y los compromisos medioambientales, y, en lo que al trabajo atañe, debe promover el empleo digno en todo el continente mediante un Estatuto Europeo del Trabajo que ponga fin al dumping social entre nuestros países e incorpore nuevas formas de empleo como las plataformas digitales. Debe afrontar la creación de una renta mínima europea que, junto al impulso de las Directivas sobre salarios mínimos adecuados y transparencia retributiva, garanticen un trabajo de calidad e igualitario en una Europa para todas y todos. Porque la única Europa posible es la que no prescinde de sus jóvenes y se construye en femenino y feminista.
Asimismo, este programa converge con un nuevo sentido común económico que debemos acompañar, impulsar y afianzar: los trabajos del Nobel David Card en torno al salario mínimo, la revitalización del Estado emprendedor por la que aboga Mariana Mazzucato, los debates sobre la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, procedentes, incluso, de posiciones ortodoxas como las de Olivier Blanchard, o las novedosas ideas de Thomas Piketty para combatir la desigualdad.
“No está todo dicho. Está dicho lo de siempre” decía el poeta Antonio Orihuela. Así, alejados de quienes aceptan acríticamente todo aquello que procede de Bruselas y frente a aquellos que alimentan las pulsiones reaccionarias, queremos que los principios que inspiraron el plan de recuperación se vuelvan permanentes. Queremos, en definitiva, tomarnos en serio el sueño europeo, el sueño de una Europa verde y social, que sea la Europa de toda su ciudadanía.