Este último mes hemos tenido un debate público que, sinceramente, esperaba que en España nunca tuviéramos. Es un signo de los tiempos que corren; en estos momentos de auge de las extremas derechas populistas como no lo ha habido desde la Segunda Guerra Mundial, nos vemos obligadas a volver a debatir temas que ya dábamos por zanjados: que la violencia machista tiene un componente estructural que la diferencia de la violencia doméstica, que las personas homosexuales o bisexuales no estamos enfermas, y que la identidad de las personas trans es real y válida independientemente de nuestra genitalidad. Pero lo que hoy me preocupa sobremanera es que este último debate no lo hemos tenido solo con la extrema derecha, sino con un sector del movimiento feminista.
Podría escribir todo un monográfico de críticas sobre lo que se dijo en las Jornadas feministas Rosario Acuña de Gijón, pero no quiero extenderme demasiado. Podría decir que no diferenciar teoría queer de activismo transfeminista y usar un manifiesto de un colectivo concreto para vincular esta corriente de pensamiento a la defensa del alquiler de vientres y la defensa del sistema prostitucional transnacional es un totum revolutum que tiene una finalidad clara: vincular el transfeminismo con cuestiones emocionalmente repudiadas por el feminismo radical, para generar ese mismo repudio hacia el transfeminismo, siendo una aplicación de la falacia de composición, según la cual lo que es válido para una parte (un manifiesto de un colectivo concreto) es válido para el todo (el transfeminismo). Y esto no es cierto, pues la FELGTB es una entidad declaradamente transfeminista, pero no tiene una postura a favor ni de la regulación de la prostitución ni de los vientres de alquiler.
Podría decir que las ponentes dejaron bien claro que ni sabían, ni les interesaba saber, de la realidad que viven las personas trans. Porque el problema real de las personas trans no es cómo vestirse, como sugirió una ponente diciendo que no hay que confundir el género con la historia de la moda. Hay mujeres trans que no se maquillan, van en vaqueros y con el pelo corto, así como hay hombres trans con el pelo largo y maquillándose. El problema no es adecuarse más o menos a los estereotipos de expresión de género (estereotipos que, por otra parte, no se cuestionan cuando son perpetuados por mujeres cisexuales), el problema es que aún vivimos en una sociedad dividida por géneros, donde no es lo mismo ser hombre que mujer, y por lo tanto es necesario que te reconozcan tu identidad propia para poder desarrollar tu vida con el menor sufrimiento posible. No comprenden que lo que oprime a las mujeres no es nacer con vulva, sino que se las lea y trate como mujeres. Y esto es tan cierto para mujeres trans como para mujeres cis. Si por tener vulva se les asigna mujeres al nacer, el esencialismo biológico según el cual mujer es quien tiene vulva forma parte del mecanismo de la opresión que sufren las mujeres cis.
Podría decir que acusar al reconocimiento de la autodeterminación del género de acabar con la ley de violencia de género es una forma tremendamente falaz de pretender sembrar el pánico entre las mujeres. Porque la figura del abuso de derecho ya existe. El matrimonio no exige pruebas de amor para llevarlo a cabo, y sin embargo sí se investiga en caso de que se sospeche que un matrimonio de conveniencia pretende violar las leyes de extranjería. No veo a nadie diciendo que aceptar el derecho al matrimonio supone derogar la ley de extranjería.
Podría decir que se llegó a afirmar en las jornadas que había gente que prefería identificarse como trans que como lesbiana. Como si cualquiera se arriesgara a la increíble cantidad de violencia que aún hoy supone ser una persona trans si no lo necesitara para poder vivir. O como si no existiesen hombres trans gays y mujeres trans lesbianas. Peor aún, como si la orientación o la identidad sexual fuesen una elección. Y aquí es donde sí quiero centrarme. Porque quieren hacer ver que ser trans es una elección, que la realidad trans es “la última ideología de moda” y no una vivencia personal absolutamente indisponible e incapaz de ser ignorada sin consecuencias graves para la salud de las personas. Este discurso es peligrosísimo, y deja entrever que no han llegado a revisarse el privilegio cisexual que supone vivir en esta sociedad cuando tu identidad coincide con la identidad que la sociedad te reconoce. Estamos debatiendo como si fuese un mero posicionamiento lo que es la realidad más íntima y relevante de la persona, y estamos cuestionando los esfuerzos de mucha gente, no ya por tener vidas dignas, sino simplemente por sobrevivir. Y eso, se pongan como se pongan, es transfobia.
¿El problema teórico que da pie a debatir la identidad de las personas, según sostienen algunas, es el uso de la palabra género? Pues que se queden con la palabra, pero que nos respeten nuestra identidad sexual. Aunque tristemente, si solo fuese eso, nunca se habría dicho la ya infame expresión “y digo tíos, porque son tíos”. Cuando Hazte Oír sacó su bus tránsfobo a pasear por las calles del país, los sectores progresistas reaccionaron de inmediato. Salió en todas las noticias, y La Sexta le dedicó especiales durante más de una semana. Sin embargo, ahora la reacción ha provenido prácticamente en exclusiva de personas muy vinculadas al activismo transfeminista. ¿Cuál es la diferencia entre “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen” de Hazte Oír y “Digo tíos, porque son tíos” de Alicia Miyares?
Es exactamente el mismo discurso transfóbico y peligroso para el bienestar de nuestras menores trans, pero pronunciado por personas intocables para la opinión pública. Dejando de lado el hecho de que el feminismo radical abolicionista no parezca tener ningún problema con compartir cada vez más postulados con el fundamentalismo religioso, resulta especialmente preocupante que los medios denuncien el discurso tránsfobo en un caso, pero cuando denunciarlo supone admitir públicamente que grandes referentes del feminismo no sólo se están equivocando, sino que están propagando un discurso de odio, lo ignoren.
No quiero restarle un ápice de valor a las aportaciones que estas mujeres (singularmente Amelia Valcárcel y Alicia Miyares) han hecho al feminismo, pues son referentes por méritos propios. Pero si son admiradas como referentes, y no idolatradas como diosas, es porque podemos hacer juicios críticos sobre sus posicionamientos, y aquí se están equivocando. Espero que más pronto que tarde vean todo el daño que causan con su postura y la rectifiquen, que es de sabias, y ellas sin duda lo son.
Pero mientras tanto, yo seguiré defendiendo a mis compañeras con uñas y dientes. Porque la transfobia nunca va a ser tolerable, venga de la extrema derecha o del feminismo radical. Porque el transfeminismo no es ni más ni menos que garantizar los derechos humanos de las personas trans, y luchar porque todas las personas vivamos en un futuro libres de toda clase de violencia, y por lo tanto es una lucha irrenunciable que debemos pelear cueste lo que cueste.