Treinta años de la caída del imperio soviético

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Se han cumplido recientemente 30 años de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), después de sus casi 70 años de existencia. En los días finales de 1991 tuvo lugar la disolución formal de lo que había sido un verdadero imperio político y territorial en el mundo. A pesar de la grandiosa obra política de Gorbachov, tanto a nivel nacional como sobre todo internacional, que propició el final de la Guerra Fría y un verdadero cambio en la Historia, y de la importante hazaña que supuso la perestroika, con su valiente política de Glasnost (transparencia), no pudo evitar ese final de la URSS, debido en buena medida a su talón de Aquiles, que no fue otro que la Economía soviética en ese periodo.

Vamos a hacer referencia en las próximas líneas a esa vertiente económica, a ese agotamiento y fracaso de las políticas económicas soviéticas que vinieron a suponer un importante y decisivo lastre que contribuyó decisivamente a la caída del imperio soviético.

Cabe recordar a este respecto que cuando Gorbachov llegó al poder en 1985 se encontró con el hecho consumado de un Plan Quinquenal que ya no le daba tiempo a cambiar. Los planes quinquenales eran el eje fundamental de la economía soviética, la cual a través de los mismos estaba absolutamente planificada desde arriba, y cuyas directrices, subdirectrices, planes y mandatos estaban perfectamente estructurados y jerarquizados hacia abajo de tal forma que órdenes y planes llegaban hasta la más inferior unidad económica, incluido el trabajador, y ello para esos periodos de tiempo tan absolutamente dilatados de cinco años. Aunque Gorbachov logró desactivar la obligatoriedad tradicional de esos planes, para que pasaran a tener un carácter orientador y consultivo en lugar de órdenes estrictas de funcionamiento, el sistema arrastraba unas inercias difíciles de combatir de forma efectiva y radical.

Hemos de recordar en este contexto que Gorbachov tuvo en sus inicios un fuerte apoyo social, de más del ochenta por ciento de la población soviética, según diversas encuestas de esa época, contando además con el sustancial apoyo de los intelectuales de aquella sociedad (escritores, artistas, compositores, cineastas y periodistas) si bien a lo largo de los cinco años siguientes y en virtud del fracaso y la ausencia de progresos económicos, el índice de popularidad y apoyo social a Gorbachov y a su perestroika bajó radicalmente, a pesar de la creciente y muy alta popularidad que este mandatario tenía en el resto del mundo. Por el contrario, fue creciendo un apoyo claro de la población a Boris Yeltsin, cuya elección como presidente del Soviet supremo de la Federación Rusa, la república más grande y poblada con diferencia, era apoyada por más del 80% de la población. Hay que recordar que Yeltsin fue el principal artífice político de la disolución de la URSS, al declarar la independencia de Rusia respecto a la URSS, lo cual fue inmediatamente imitado por la mayoría de las restantes repúblicas soviéticas. 

Una característica importante de la transición económica que se hizo en la perestroika, fue pasar a un sistema de iniciativa privada, esto es, a una cierta libertad para emprender actividades, negocios, proyectos, etc. sin la tutela o dependencia del Estado; pero ahí se quedó, no llegó a pasar a un sistema de propiedad privada, que hubiera podido culminar dicho proceso de cambio, lo cual marcó una importante limitación para el éxito de la política económica inherente a la perestroika, puesto que el sistema económico seguía estando anquilosado y era muy ineficiente, tanto a nivel micro como macroeconómico, sin llegar por tanto a una economía de mercado, similar a la imperante en Europa y en otras muchas partes del mundo. Este  sistema de impulsar la iniciativa privada sin dar la propiedad y por tanto el control y la responsabilidad última de lo bueno y de lo malo, quedó condenado al fracaso. 

Cabe señalar, por otra parte, que la Federación rusa de Yeltsin implantó paralelamente y de forma autónoma el denominado Programa de los 500 días, que era bastante más concreto y radical que el aprobado por el Gobierno central soviético, siendo realmente un programa dirigido a la implantación efectiva de una economía de mercado, incluyendo una reforma bancaria, tributaria y presupuestaria, así como la liquidación de los ministerios ramales, una liberalización de los precios y una reforma monetaria. A través de este programa, los ciudadanos, que no podían ser hasta el momento propietarios más que de los bienes corrientes de consumo, y como máximo, y con carácter minoritario, de la vivienda, podían acceder así a la propiedad de los medios de producción, tanto  los agrícolas como  los industriales. 

Todas estas reformas estaban claramente apoyadas por los ciudadanos rusos, y en definitiva constituyeron un firme soporte o baluarte social para la independencia de Rusia proclamada por Yeltsin, y en definitiva a la caída del imperio soviético, en la cual, aunque hubo otros factores causales, tuvo bastante que ver, por tanto, el componente económico. El fracaso soviético en este ámbito, derivado en buena medida de la atadura de manos que tuvo el bueno de Gorbachov, al que no le dejaron hacer las reformas económicas que tenía previstas, y ello por la fuerte inercia y la importante cantidad de mandatarios e instituciones soviéticas inmovilistas, que se negaban a cambiar el anquilosado e ineficaz sistema colectivista imperante en las siete décadas anteriores, fuerzas éstas que recordemos intentaron dar un golpe de Estado contra Gorbachov, golpe que fracasó, y que en todo caso precipitó los acontecimientos en Rusia y la disolución y caída del imperio soviético.