Se ha ido un grande, Fidel Castro. Un trozo de nuestra historia, de la historia de nuestro mundo, se ha apagado. Pero como sucede con los clásicos, Fidel Castro continúa con nosotros en su pensamiento y en su obra. Ahí está para quien quiera leerle, para quien desee saber de él y, claro está, para quien busque aprender de su ejemplo.
Es evidente que Cuba no es un paraíso. Y es que los hombres y las mujeres no construimos nuestros sueños sobre el vacío sino sobre contextos y realidades complejas, que incluyen obstáculos y límites estructurales. Y en cada trance, en cada dilema, Fidel Castro siempre optó por defender los intereses de los explotados, los oprimidos, los de abajo. Con él al mando, Cuba logró evitar invasiones, golpes de Estado y todo tipo de ataques que tenían como objetivo devolver Cuba a manos de la oligarquía estadounidense. Tras él, un pueblo entero resistió. Porque en el caso de Cuba ninguna otra palabra define mejor la actitud de un pueblo que construyó libertad y que por ello tuvo que enfrentarse al odio de los de arriba, de los países mejor armados y más ricos que vieron en aquella revolución un arrogante pecado.
Al proyecto revolucionario cubano le debemos muchas cosas. La solidaridad internacional del pueblo cubano contribuyó a la emancipación de pueblos enteros que estaban bajo el yugo colonial. Bien conocida es la amistad que unía a Fidel Castro con Nelson Mandela, sólo comprensible si analizamos el hilo rojo de la historia que les unía: la común lucha contra los explotadores y los opresores en cualquier lugar del mundo. En efecto, Cuba llevó la bandera de los derechos humanos a todos los rincones del mundo, siempre de la forma más humilde: en forma de vacunas, medicamentos, ayuda técnica y personal cualificado. Muchos barrios humildes de nuestro desigual mundo tienen la bandera de Cuba como símbolo de libertad y de superación de necesidades; muchos de los hijos e hijas más pobres del mundo se llaman Ernesto, Raúl y Fidel en honor al resistente pueblo que les ayudó en los trances más duros mientras el mundo supuestamente desarrollado los ignoraba.
Fidel se va, pero no pretendemos crear Dioses. No es nuestra tarea, ni nos parece necesario. No queremos hagiografías, sino la verdad. La verdad es siempre revolucionaria. Nosotros hablamos de seres humanos, con todas sus virtudes y todas sus insuficiencias. Bien somos conscientes de todo lo que Cuba sigue necesitando, de sus dificultades y de sus penurias. Pero más aún reivindicamos todos los avances sociales que se han logrado y que han convertido a Cuba en ejemplo en la tarea de proteger a su pueblo. En protegerlo de los huracanes, del hambre y de las enfermedades, pero también del analfabetismo y la pobreza de espíritu. Todos estos males asolan a los países latinoamericanos -aunque casi siempre sea en silencio mediático-, y sin embargo en Cuba no encuentran espacio porque una revolución los combatió y los combate con convicción. En un mar de dificultades, bloqueos y falta de recursos naturales se eleva la dignidad de un pueblo que sabe que la libertad se conquista y no se regala.
Hay quien osa celebrar su muerte. Pobre de ellos, que ven a un hombre donde en realidad hay un pueblo. Nosotros, más humildemente, celebramos haber compartido sueños, proyectos y vida con alguien tan grande. ¡Hasta la victoria siempre compañero!