Afirmaba el Príncipe de Lampedusa que si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie. En la Universidad Rey Juan Carlos, sin embargo, las cosas son mucho más sencillas que en la legendaria Sicilia. Aquí, la sensación de impunidad es tan formidable (por otra parte con plena justificación), que para que todo siga como está no es necesario cambiar absolutamente nada.
Lo demuestra el hecho de que el candidato preseleccionado para sustituir en las próximas elecciones al actual rector, acusado de una decena de plagios, sea un hombre fiel al saliente cuyo principal mérito, según parece, ha sido servir de mamporrero al gran artífice del sindicato clientelar dominante: el Sr. González-Trevijano, ex rector y actual magistrado del Tribunal Constitucional.
Así resulta de la grabación de una conversación en la que el candidato Sr. Ramos reconoce haber ejecutado la orden de la “máxima autoridad” de ofrecer dinero del contribuyente para retirar una demanda que pretendía discutir la legitimidad de este último para continuar en el cargo, y amenazar con las penas del infierno para el caso de no hacerlo. El dato no puede sorprender a nadie, al menos a ningún iniciado. Pero quizás para los españoles que con sus impuestos sostienen esta universidad y para sus hijos cuyos títulos cada vez valen menos, convenga recordar las razones de este no-cambio.
La Universidad Rey Juan Carlos se diseñó desde su origen como una universidad al servicio del PP. Pero no al servicio de una determinada visión ideológica de la realidad, como es frecuente en otros lares, ya sea por incidir especialmente en ciertas áreas del conocimiento o dedicar más recursos a determinadas líneas de investigación (no, aquí no somos tan sofisticados) sino al servicio particular de las personas que en cada momento ocupan los resortes de poder del partido y también de sus familias, clientelares y naturales. El resultado final ha sido la patrimonialización (en el sentido utilizado por Fukuyama) de esta universidad supuestamente pública, tanto en lo que hace a su dirección, absolutamente controlada, como a la contratación. Por supuesto que nadie duda de que también cuenta con grandes profesores, pero su capacidad de influir para bien en la gestión de la universidad es inexistente. Aislados y desmoralizados, se centran, cada vez con menos ilusión, en su investigación y en sus clases.
Pues bien, el gran muñidor y hacedor de este extraordinario resultado fue el rector Sr. González-Trevijano. Como los dos mandatos previstos estatutariamente no le debieron permitir culminar su labor, pretendió extenderlos a un tercero, para lo que contó con el apoyo total de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, lógicamente del PP. El Tribunal Superior de Justicia mantuvo otro criterio y anuló las elecciones. Pero es obvio que a un hombre con tales méritos acumulados el partido no podía dejarle en la estacada. Así que en primer lugar el Tribunal Constitucional admitió con nunca vista rapidez el recurso de amparo invocado (como si lo que estuviese en juego fuese la propia vida o la integridad física amenazada por la tortura y no un simple cargo de rector) y luego lo estimó pese a los precedentes en contra. Pero ahí no quedó la cosa, sino que finalmente fue aupado a la magistratura de ese mismo TC, a propuesta lógicamente del PP, de la que ahora disfruta.
Su hombre de confianza, el actual rector Fernando Suárez, cuenta sin duda con el mismo apoyo, en la Comunidad y en el Ministerio de Educación. No nos engañemos, por mucha autonomía universitaria que haya, si los políticos de turno quisieran forzar un verdadero cambio podrían hacerlo sin apenas dificultad. Es verdad que su apoyo puede ser a regañadientes, porque diez plagios son muchos plagios. Sin duda hubieran preferido que dimitiese, para no comprometerles tanto y que su apoyo no fuese tan escandaloso.
Pero la lógica del sindicato es implacable: si se abandonase a los fieles todo el montaje se derrumbaría en un instante. También en los sindicatos clientelares rige el principio del mérito, aunque lógicamente no sea el científico, sino el de la lealtad ciega, que a la postre es el mismo que domina en nuestros partidos políticos, de los que la Universidad pública es una mera extensión. Si estas expectativas no resultasen siempre colmadas, ningún profesor iría a sobornar o a amenazar a otro por orden de la autoridad, sino que se dedicaría a investigar y a publicar.
Por eso en la Rey Juan Carlos no se necesita disimular con ningún cambio. Lo demostraron los que fueron a rendir pleitesía al actual rector el día de Santo Tomás de Aquino (si el santo levantase la cabeza…) y lo demostraran próximamente los que votarán a su sucesor Sr. Ramos en las próximas elecciones.
Rodigo Tena, editor del blog Hay Derecho.Hay Derecho