Están entre nosotros: tu vecina fue guerrillera y tu amiga nació clandestina

¿Sabías que esa señora de canas que atiende tu pizzería favorita huyó de Argentina para que no la mataran? ¿Sabías que tu fisioterapeuta escapó clandestina de la dictadura de Videla? ¿Sabías que ese que te hace las camisetas con el logo de tu banda luchó contra el fascismo en sudamérica? ¿Sabías que aquel cantante de rock que te hace bailar desde los ‘80 llegó a Madrid huyendo de la represión con su madre para que no los secuestraran? Y ese actor que ves en el cine, y esa actriz que te emocionó en el teatro, y ese periodista, y ese taxista, y la dueña de esa floristería, y esa activista feminista, y esa otra que trabaja en Memoria Histórica, y el hippie que atiende ese puesto en el Rastro, y aquel que atiende un bar, aquella fotógrafa y ese otro que corrige galeradas en aquella editorial.

Muchos españoles no lo saben, pero están rodeados de exiliados políticos, de simpatizantes, militantes y activistas que sobrevivieron a la masacre, de hijas e hijos de combatientes revolucionarios, de hijas e hijos de desaparecidos.

Así es, en esta España actual estamos rodeados de represaliados políticos y exiliados. Y no están escondidos, han dejado atrás su pasado y hoy son vecinos, amigos, compañeras, ciudadanas y ciudadanos.

Pero hay algo que tal vez no sepas, estos exiliados y aquellos desaparecidos, además de víctimas de la más inhumana represión, fueron militantes políticos, sindicales, estudiantiles y sociales, o trabajadores y profesionales cuyas ideas políticas ponían en peligro sus vidas. Algunos cayeron combatiendo, a otros los sacaron a la fuerza de sus casas o sus trabajos, muchos fueron secuestrados y asesinados y otros lograron huir con sus hijas e hijos o con las hijas e hijos de aquellos que cayeron.

No eran distintos: gentes como tú y como yo. Algunos se jugaron la vida con el solo hecho de opinar o participar políticamente, otros se la jugaron luchando por un sueño colectivo, la revolución o la justicia social. Hubo quien se fue para no vivir en dictadura y hubo quien se armó contra el fascismo y la represión en aquella época de violencia tan distinta a la de hoy que parece que haya pasado un siglo pero que, sin embargo, pasó ayer. Ayer nomás.

Empecemos por el principio. Por algún principio al menos.

Con el fascismo en casa y la revolución en la esquina

El 24 de marzo de 1976 se produjo en Argentina el golpe de estado cívico-militar que tiene el infame honor de ser la dictadura más sangrienta y perversa de la historia del país austral. Un país, Argentina, que había vivido de dictadura en dictadura, salpicada de cortas democracias corruptas o elitistas que duraban lo que a la oligarquía, la potencias internacionales y las Fuerzas Armadas les pareciera conveniente.

Generaciones de jóvenes y no tan jóvenes argentinos que se habían criado bajo gobiernos militares vieron en la revolución cubana un foco de esperanza para una salida a aquel ciclo de horror que mantenía los privilegios de una pequeña oligarquía histórica y marginaba, explotaba y negaba toda participación en la vida política a la amplia mayoría. Muchos de ellos soñaron con la revolución, después de todo el Che era de su generación y era, además, argentino. Soñaron con crear un mundo mejor no ya en su país sino en toda América Latina. No era sólo un sueño local era, sobre todo, un sueño continental.

Sabían que la minoría rica eternizada en el poder no iba a soltar sus privilegios por sensibilidad social. Sabían que tenían que organizarse. Sabían, en aquel contexto represivo tan diferente al contexto democrático actual, que sus ideas los ponían en peligro, que tendrían que luchar y que la represión sería despiadada.

Algunos de estos jóvenes viajaron a Cuba, algunos lucharon en Bahía Cochinos. Y regresaban a aquella Argentina reaccionaria y contaban la buena nueva de la revolución. Sus relatos y experiencias corrieron como la pólvora entre esas generaciones que veían como las dictaduras militares se sucedían, los generales Lonardi y Aramburu, el general Onganía, los generales Levingston y Lanusse… Dictaduras que prohibían cualquier participación política, que perseguían a militantes, los encarcelaban y los torturaban.

Por prohibir, hasta estaba prohibido llevar minifalda y besarse en la vía pública. Porque así de perverso es el fascismo: reprime el amor por considerarlo inmoral mientras practica la tortura como algo normal y cotidiano. Ese es su concepto de ‘normalidad’.

El mismo Che Guevara, en su malograda campaña boliviana (de 1966 a 1967), había creado un grupo de guerrilla en territorio argentino que sería su apoyo en la frontera entre los dos países. Tras la derrota del Che, ese grupo de guerrilla sirvió de ejemplo a todas esas generaciones que, desde el año 1955, vivían de golpe de estado en golpe de estado.

Si la revolución había expandido el sueño revolucionario, aquella experiencia trágica, la derrota del Che en Bolivia, fue como un Big Bang: en poco tiempo surgieron muchas formaciones políticas revolucionarias clandestinas en Argentina: peronistas, marxistas, trotskistas, socialistas… Y a pesar de la persecución y la cárcel, aquellas organizaciones crecían y seguían enfrentando a los gobiernos militares de turno desde la clandestinidad.

Pero en el año 1973 llegó la democracia y gran parte de aquellas organizaciones revolucionarias dejaron las armas y pasaron a ser partidos políticos legales.

Pero si aquellos golpes militares anteriores habían sido durísimos y la represión había sido despiadada, el golpe que estaba por venir superaría todos los cánones represivos conocidos hasta entonces en un país ya marcado por la represión.

No lo sabían pero tendrían que enfrentarse al infierno en la Tierra.

El infierno en la tierra y en el mismo infierno

En aquella democracia débil de 1973, ganada, entre otros factores, gracias a la resistencia armada de las organizaciones revolucionarias, se consiguió levantar la prohibición al peronismo, el gran demonio popular que habitaba las pesadillas de todas las dictaduras militares desde el golpe de estado de 1955. Tras el regreso y muerte de Perón (1973-1974), su viuda y tercera esposa, Isabelita, y su secretario, el siniestro López Rega, armaron un grupo paramilitar conocido como la triple A (Asociación Anticomunista Argentina), que empezó a perseguir, secuestrar y asesinar a la izquierda peronista y a militantes y simpatizantes de izquierdas en general.

Las organizaciones revolucionarias volvieron a la clandestinidad y a las armas, por la terrible represión instaurada y por un cúmulo de decisiones erróneas, y el gobierno de Isabelita y ‘el brujo’ López Rega llamaron a los cuarteles. Así se produjo el golpe de estado de Videla aquel 24 de marzo de 1976. El objetivo del golpe era claro: arrancar de raíz cualquier oposición de izquierdas. Borrarlos del mapa. Matarlos a todos. Incluidos amigos, familias e hijos.

Pero el infierno perverso de esta nueva dictadura cívico-militar tenía el apoyo internacional de las democracias occidentales. Aquellos monstruos habían sido entrenados en la tortura por la CIA en la Escuela de las Américas de Miami, con los métodos de la escuela de tortura francesa, aquella que había usado De Gaulle para aniquilar al movimiento argelino de liberación, el FLNA, y que habían sido entrenados por los croatas de Ante Pavelic, colaboracionistas nazis que, tras la derrota de Hitler, fueron contratados por los países occidentales como maestros de tortura.

Tras la segunda guerra mundial los antiguos aliados se habían dividido el mundo, y esa parte del planeta había quedado del lado del capitalismo. Estados Unidos y la Unión Soviética competían por el tecnología armamentística y como sabían que si ambas potencias se enfrentaban abiertamente en sus territorios su potencial nuclear podría acabar con la vida en el planeta, decidieron que la guerra se llevaría a cabo en los países periféricos. Argentina fue uno de esos países periféricos. Argentina quedaba del lado del bloque occidental, después de lo de Cuba no iban a permitir ninguna revolución más de este lado del mundo.

Para colmo, ya se había decidido en los círculos de poder económico de EEUU que América Latina sería el campo de experimentación de la depredadoras recetas del neoliberalismo que luego globalizaran Reagan y Thatcher una década después. Pero para poder poner en práctica esa depredación de recursos tenían que acabar de una vez por todas con la gran muralla de resistencia implícita en la izquierda en general y en esas organizaciones revolucionarias transversales -había mujeres y hombres, jóvenes y adultos, obreros y estudiantes, villeros e intelectuales- en particular.

Pero la dictadura militar con el apoyo del bloque occidental no sólo debía acabar con esa resistencia, debía, también, dejar claro el mensaje: la derrota no sería sólo una derrota personal, sería una venganza hacia todos aquellos que quieres, te quieren y te rodean. En otras palabras: el infierno.

De la revolución a la resistencia y de la lucha al exilio

Aquellas organizaciones revolucionarias se armaron y pasaron a la clandestinidad: ya no eran la revolución, ahora eran la resistencia.

Muchos de aquellos combatientes que lucharon desde la superficie o desde la clandestinidad fueron secuestrados, torturados y asesinados. Sus cuerpos fueron arrojados al mar, al río o en una tumba sin nombre. Sus familias represaliadas, sus hijos arrebatados para dárselos a los asesinos. Los verdugos no sólo debían acabar con el sueño revolucionario, debían acabar, también, con su memoria y la memoria colectiva de su lucha.

Otras y otros lograron escapar, algunos de forma clandestina y con documentos falsos, todos gracias a la solidaridad de aquellos que se jugaban la vida por ayudar a sus amigas y amigos arriesgando así la propia vida. Escaparon dejando atrás a los seres queridos: padres, hermanas, hermanos, compañeras y compañeros desaparecidos o en la clandestinidad, todos bajo riesgo constante de caer bajo las garras del terror estatal.

Esos que se fueron y lograron escapar son los exiliados argentinos.

Esos que se fueron o lograron escapar fueron casi 400.000 (no hay cifras contrastadas). Casi medio millón de personas que tuvieron que rearmar sus vidas en otros países, buscar un trabajo y sacar adelante a sus familias desde cero, con el duelo diario de la compañera o compañero que caía, con la noticia cotidiana de un nuevo amigo desaparecido. Sin apenas ayuda más que la solidaridad de los de allá y la solidaridad de los de aquí, de los españoles, de estos, sus nuevos vecinos. Todos con el dolor de saber lo que estaba pasando en su país y sin siquiera poder contar aquí quienes eran y el porqué de su exilio.

En aquella democracia joven y frágil de la España de la década del ‘70 y los primeros ‘80, con el franquismo aún armado y llenando los cuarteles no era prudente contar que sí, que eran víctimas, pero que eso no los definía completamente: habían sido opositores políticos y militantes revolucionarios.

Y no eran tiempos de contar quiénes eran porque, además, sabían que los servicios de inteligencia del ejército argentino estaban infiltrando los círculos de exiliados en el exterior y que, aunque vivieran aquí, en España, sus vidas seguían corriendo peligro. Porque ellos, los infiltrados, los asesinos que se hacían pasar por exiliados, sí que sabían quiénes eran y el porqué de su exilio y, como buenos depredadores que eran, los estaban vigilando.

Algunos de aquellos exiliados dejaron aquí a sus hijos y volvieron a Argentina, a seguir luchando contra la dictadura. Muchos de los que volvieron cayeron en manos de los asesinos. La gran mayoría se quedó aquí sobrellevando la pérdida, las malas noticias frecuentes y la adaptación a la cotidianeidad democrática de este, su nuevo país.

Pero entonces llegó la democracia a Argentina, y algunos de ellos decidieron regresar a su tierra. Sus hijos, en cambio, se sentían más de aquí que de allá. Ahora eran ciudadanos españoles, pero eran ciudadanos sin pasado: seguían sin poder contar quiénes fueron sus padres, el porqué de su exilio y todo aquello por lo que habían luchado.

Y la democracia los condenó y les devolvió la dignidad

En diciembre del año 1983 cayó el gobierno militar y comenzó la democracia en Argentina. Pero aquella democracia imperfecta y débil montó la teoría de los dos demonios: la violencia y el terror que habían vivido los argentinos tenían dos culpables: los loquitos revolucionarios y los psicópatas militares. Igualaba así a torturadores y a torturados, a las víctimas y a sus asesinos. Los palos siguieron: se promulgaron las leyes de ‘Obediencia Debida’ y de ‘Punto Final’ que imposibilitaba juzgar a los golpistas, y luego llegó el indulto a los generales responsables de la masacre que quedaron libres.

Las víctimas podían ahora cruzarse en la calle con sus verdugos.

Algunos de aquellos exiliados que habían vuelto a Argentina regresaron a España. Pero ellos y sus hijos seguían sin poder contar su historia.

Tuvieron que pasar años para que, recién en la década K (los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner), la presión popular, la voluntad política y la justicia hicieran que se juzgara, al fin, a los militares y civiles responsables del horror y se rescatara de la demonización a la lucha clandestina de aquellos que se jugaron la vida, muchos de los cuales son hoy los 30.000 desaparecidos y, muchos más, son parte del exilio argentino.

De esos casi 400.000 exiliados alrededor de 60.000 vinieron a España. Son tu compañera de asamblea, tu amiga de la marcha del 8M, esa que lucha por la memoria histórica de los represaliados del franquismo, ese periodista que escuchas en la radio por las mañanas, esa actriz, ese camarero, esa psicóloga, aquel que hace vídeos para la tele o portadas para revistas satíricas, ese guitarrista, ese cantante, esa taxista, fontanero, florista, pizzero, agricultor o masajista. Tu vecina y mi vecino.

Sí, lo mismo que había pasado en España durante el franquismo pasó ayer nomás en Argentina y gran parte de América Latina. Y así como una parte de la memoria de los republicanos y antifascistas españoles que se exiliaron en Sudamérica iluminó con su ejemplo a esas generaciones de argentinos que se animaron a plantarle cara al fascismo austral, del mismo modo, estos exiliados sudamericanos son hoy parte de la historia de España y su ejemplo de lucha está entre nosotros, late en silencio, está en tu vecina, esa que nunca te contó que fue guerrillera, y está en tu amiga, esa que apenas cuenta hoy que nació clandestina.

Porque las dictaduras y la represión, la de aquí y la de allí, lejos de arrancar la flor de la participación política activa contra la intolerancia y el fascismo, esparció por el mundo sus semillas. Esas semillas son las hijas y los hijos del exilio

Un proyecto documental sobre el exilio argentino en Madrid

Silvia Di Florio y Juan Gastaldi son amigos desde la adolescencia, se conocieron militando, ambos sufrieron la persecución y la pérdida, vivieron en la clandestinidad y ambos tuvieron que marcharse al exilio.

Silvia tenía 18 años y estaba embarazada de 7 meses cuando se exilió. Luego, en democracia, regresó a la Argentina y allí se convirtió en documentalista de la memoria. Ha dirigido 'ESTELA' un documental sobre Estela Carlotto y las abuelas de Plaza de Mayo y, junto a Gustavo Cataldi, 'Anconetani', sobre la familia de inmigrantes italianos que, cien años después, sigue ejerciendo el oficio de construir acordeones en Argentina.

Juan se exilió en Madrid y aquí hizo su vida, su negocio, su familia, pero no olvidó su compromiso político: sigue participando y opinando sobre la realidad que ahora es la suya, la de España, y opinando sobre esa otra realidad, la Argentina, con la misma pasión que décadas atrás le llevó a jugarse la vida.

Juan y Silvia se encontraron y junto a un grupo de profesionales argentinos del audiovisual se han dispuesto a contar el exilio argentino en Madrid. Algunas de esas historias mudas pero latentes que nos rodean, historias de ruptura, pérdida, adaptación y superación.

Es historia Argentina y es, a la vez, historia de España.

Y es parte de la memoria colectiva: de esa memoria que el fascismo intentó borrar expandiéndola sin querer por el mundo.

Por algún lado hay que empezar y este documental sobre aquel exilio en Madrid puede ser el punto de partida.

Aquí puedes leer el resumen del proyecto y ver el trailer del documental 'Partidos' sobre el exilio argentino en Madrid y colaborar para financiar el proyecto:

https://www.verkami.com/projects/23548-partidos-una-historia-del-exilio-argentino-en-madrid

Aquí puedes ver la charla sobre el exilio argentino en Madrid que se realizó en el teatro del barrio el pasado 13 de abril:

https://www.youtube.com/watch?v=llrwIe-3eDE