“Un par de minutos es todo lo que vive alguien durante una vida. Lo que pasa es que nadie se entera porque existe la creencia de que vivir mucho es que te pasen muchas cosas, pero yo creo que vivir mucho es saber qué cosas te están pasando. Y suelen ser pocas, ¿no?”. Se pregunta, sin ningún resquicio de duda, Manuel Jabois por boca del personaje principal de su novela Miss Marte.
Para vivir mucho hay que concentrarse en pocas vivencias, parece señalar el autor; la contradicción es solo aparente para una mirada estereoscópica de la realidad, que se ayuda de una ilusión, ver dos imágenes diferentes a la vez, y así poder apreciar la profundidad de la realidad; una imagen sola no alcanza a reflejarla.
Mientras nos acercamos al meridiano de un otoño envuelto en temperaturas veraniegas, otra contradicción aparente, y mientras se alejan despacio los restos de la pandemia, la salud mental de los ciudadanos no mejora ni a ese ritmo parsimonioso. Los psiquiatras y psicólogos que conozco dicen que no les dejamos en paz ni unos minutos para comer. Quizá nunca antes habíamos estado tantos tan desequilibrados anímicamente a la vez.
El día de cada día ya no es lo que era: nos han cambiado sin preguntarnos, y hemos cambiado sin pararnos a pensar por qué, ni hacia dónde. La frescura del gusto por existir ha sido reemplazada por un deambular envuelto en una tupida maraña de agobios intrascendentes. Carecemos de la claridad que solo puede proceder de la no comprada y misteriosa gracia de la vida.
Se dice que si un neurótico pudiera descuidarse un momento, se curaría, al liberarse de su tremenda fijeza en los detalles. Nos sobran realidades fragmentadas que nos atenazan por su estrechez, y nos falta tomarnos algo menos en serio. Vivimos un dramatismo excesivo.
Miss Marte piensa que “para conocer a alguien no hay que preguntarle todo el rato por el pasado, para conocer a alguien hay que dejarlo en paz”. Carecemos del sosiego, ahora se pronuncia mindfulness, que sustenta el desequilibrio armonioso que aleja la ansiedad, la tristeza y el dolor; escasea la calma que favorece una concordia básica, antídoto eficaz de patologías sociales que atosigan la vida en común. La primera consecuencia es la premura con la que nos deslizamos hacia la soledad entre los demás, cuajada de toneladas de malhumor.
¿No padecerán nuestros sentimientos una sobrevaloración distorsionante? El recurso a unas emociones intensas y crecientes no está surtiendo el efecto deseado de una vida más plena. Las expectativas sobre nosotros mismos y sobre el mundo, de las que vamos cada vez más cargados, debutan a menudo con escaso éxito. Nuestra vida transcurre como una promesa inalcanzable, desembocando una y otra vez en la insatisfacción de unos proyectos que no son tan especiales como anhelábamos. Conviene advertir que no todo lo que pasa en nuestra vida ha de ser necesariamente “chulo” o “funny”, a costa de perder quilates de realidad. Se puede aspirar a lo imposible, pero solo se puede elegir entre lo real.
Hemos de ser capaces de encarar con esperanza y fuerza la decepción, el fiasco, incluso la derrota, porque forman parte del proceso por el que llegaremos a ser nuestra mejor versión.
“El recurso a los psicofármacos -advierte la psicoterapeuta Mariolina Ceriotti- representa un apoyo muy eficaz, porque logran moderar rápidamente las emociones y los sentimientos, y disminuyen su impacto; precisamente por eso, su uso puede suponer a veces un atajo peligroso en el afrontamiento de los problemas complejos de la existencia”. Yugular una depresión incipiente es absolutamente deseable; mantener nuestra voluntad tersa ante la adversidad, también.
Cuando la vida se estanca, es la hora de la gestión de uno mismo, empezando por dotar de sentido a lo que nos pasa y regular eficazmente nuestras emociones. Nadie lo podrá hacer por nosotros, mejor que nosotros.
No tenemos abierto un crédito a la vida, que hayan de abonarlo otros, porque nadie nos debe nada. La condición necesaria para vivir con plenitud el presente es corregirnos y renunciar a cargar a los demás con nuestra responsabilidad. Las generaciones que nos siguen no se han merecido quedar expuestas a nuestras contradicciones sin digerir, emociones centrifugadas y frustraciones artificiales.
Como nos recuerda Harry Styles en As it was, lo bueno que hemos vivido nos acompaña y renueva:
When everything gets in the way
Seems you cannot be replaced
And I'm the one who will stay, oh
In this world, it's just us
You know it's not the same as it was.