Los datos que, hasta el momento, conocíamos relativos al impacto de las violencias de género parecían apuntar hacia un mayor riesgo en la comisión de delitos violentos graves. Por eso mismo, pensamos que el confinamiento sería un espacio de máximo riesgo en el cual se darían un mayor número de episodios de este tipo.
Nos equivocamos. El estado de alarma supuso la oportunidad para los agresores, sí. Les brindó algo que jamás habían pensado que conseguirían: un control total sobre sus víctimas. Cuando analizamos el mensaje íntimo de las violencias encontramos la voluntad de posesión y de control del agresor machista sobre su víctima. O bien, la voluntad del agresor de mantener en secreto las violaciones que ha cometido. Las casas actuaron como búnker.
Lo que sucedió esos días es que los agresores necesitaron depositar menos violencia de la usual para tener un mayor resultado. Eso nos explica los bajos datos de feminicidios durante el confinamiento estricto en comparación al resto del año. Si nos centramos en los meses en los cuales se evidencian los repuntes, estos se centran en la desescalada y en la flexibilización de medidas.
Quizá nos parezca extraño pero, desde un punto de vista criminológico, tiene todo el sentido del mundo. En el contraste del confinamiento total a la vida en la calle se encuentra el espacio de pérdida de control de los agresores. En ese momento, acostumbrados a tener el dominio total, se vieron necesitados de ser todavía más violentos para recuperar el control que estaban perdiendo.
Lo mismo está ocurriendo estos días posteriores al cese del toque de queda. Las víctimas están rompiendo el silencio, están planificando su huida y la vida que les espera fuera de la violencia. La recuperación de la vida pública y el ocio se significan como un momento de riesgo importante porque permiten la ruptura con el agresor y con la violencia.
Precisamente, el momento de la ruptura es uno de los momentos más delicados y donde se dan mayores riesgos vitales. En este sentido, es fundamental que se unan los esfuerzos de las personas del entorno de la víctima para salvaguardar su bienestar e integridad, con un acompañamiento desde lo más básico (gestiones, documentación, enlace con servicios…) a lo más indispensable (acogida, recursos, denuncia, acompañamiento emocional…).
Los días que vendrán nos muestran un verano más que complicado. Seguramente, serán los primeros días de descanso con una pandemia que empieza a controlarse. El horizonte de libertad se acerca para todas y también una salida para devenir supervivientes de violencia.
Los indicadores son preocupantes y los datos de la última semana nos anuncian el preludio de unas fechas siempre complicadas en relación a las violencias machistas.
De igual modo, el entorno debe hacerse cargo de aquello que conoce y le da miedo afrontar. Quien conoce a la víctima, conoce al agresor. Es responsabilidad de todos poner freno a las personas que ejercen violencia machista. Aunque públicamente nos es más cómodo decir que siempre saludaba, en lo más íntimo sabemos que el silencio en la inacción nos convierte en partícipes de crónicas de muertes anunciadas. No se trata de un final inevitable, al contrario, tenemos la posibilidad de cambiar el curso de las violencias. Nos ha llegado el momento de tomar partido.
Por último, será imprescindible reforzar todos y cada uno de los servicios de atención, denuncia y recuperación. Las profesionales debemos observar las fallas del sistema y las propias. Tenemos el reto de hacerlo todavía mejor, renovando nuestro compromiso con una sociedad libre de violencias. Se deben destinar más recursos a la atención de mujeres y niños que han sufrido violencias de género y sexuales durante el confinamiento. Se trata de hacer aflorar más caminos posibles en la metamorfosis de víctimas a supervivientes.
No tengo ninguna duda que si alargamos nuestra mano tendremos muy cerca a otra que nos ayude o a la que ayudar. Tengamos el coraje de hacer lo que nos toca.