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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Para volver a la escuela en septiembre hay que hacer los deberes desde agosto

Tres niños con mascarillas en Lugo

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En las últimas semanas se ha puesto mucho énfasis en los protocolos que deben seguir los centros educativos para una vuelta segura a las clases. Y en algunos casos la comunidad educativa se ha visto superada por las exigencias de dichos protocolos, pues implican medidas especiales de higiene, de distancia física, uso de mascarillas, modificaciones de la estructura física de las escuelas o limitaciones de movilidad dentro de las instalaciones, para conseguir grupos cerrados de estudiantes (“grupos burbuja”); todo ello además puede mermar la calidad de la docencia y, en consecuencia, la eficacia del aprendizaje.

Sin perjuicio de que sea necesario limitar el contagio dentro los centros educativos, no se ha insistido suficiente en lo más obvio: ¿alguien cree que será posible volver a las aulas de forma segura en aquellos lugares donde haya cierta transmisión comunitaria no controlada y haya que dar marcha atrás en la desescalada? ¿Se podría volver hoy a la escuela de forma segura en algunas zonas de Cataluña, Aragón, Murcia, Valencia y otras regiones de España con un número muy grande de brotes? La respuesta es probablemente no, o con  un riesgo apreciable de tener que cerrar bastantes escuelas poco después.

La limitada evidencia disponible muestra que volver a las aulas ha resultado seguro en aquellos lugares donde la transmisión comunitaria era baja. Este el caso de Dinamarca, donde las escuelas de primaria reabrieron en abril y las de secundaria en mayo; o de Holanda, donde la enseñanza primaria reabrió con todos los alumnos y durante todos los días de la semana en junio. Por otro lado, Taiwán ha mantenido abiertas sus escuelas durante toda la pandemia precisamente porque sus tasas de infección comunitaria han sido siempre bajas. Ello tiene sentido, pues si el virus circula poco en la comunidad, será poco probable que alguien infectado entre en la escuela y contagie a los demás (por cierto, este mismo argumento aplica en parte a las residencias de ancianos). Por tanto, los principales peligros no están dentro de la escuela, sino fuera. Otra cuestión es que cuando la transmisión comunitaria es muy alta, esta puede amplificarse en las escuelas y sea necesario cerrarlas para ayudar a controlar el brote.

En general, cuanto menor sea la tasa de infección en la comunidad más normal podrá ser la vida dentro de los centros educativos. De hecho, en Holanda no se han usado mascarillas ni distancia física en los niños, probablemente por su baja tasa de infección. Una alta normalidad en la escuela es muy importante porque la docencia online no es posible en los niños muy pequeños, e incluso en los más mayores no puede compensar totalmente muchas de las ventajas de asistir a la escuela, como la interacción social con los compañeros, de la que surgen complicidades y relaciones que duran toda la vida (“uno es de la ciudad donde estudia el bachillerato”), o el contacto directo con el profesor, o la comida sana y la práctica deportiva que es más fácil y asequible en la escuela, entre otros muchas. Por otro lado, la Covid-19 es un gran vector de desigualdad, que no se puede resolver solo facilitando el acceso a internet en los domicilios. Por ejemplo, las casas de los niños de clases con menor nivel socioeconómico ofrecen peores condiciones para el estudio, que además no tendrán el mismo apoyo familiar en el aprendizaje que los de las clases más elevadas, por el menor nivel educativo de sus padres y porque estos teletrabajan con menos frecuencia.

Para garantizar que todo el que entra en la escuela no pueda infectar a nadie, sería ideal hacer test diagnósticos de infección aguda por coronavirus cada cuatro o cinco días a toda la comunidad educativa

Para garantizar que todo el que entra en la escuela no pueda infectar a nadie, sería ideal hacer test diagnósticos de infección aguda por coronavirus cada cuatro o cinco días a toda la comunidad educativa, al menos en las zonas de alta transmisión comunitaria o muy bajo nivel socioeconómico, donde el impacto social del cierre de las aulas es mayor. Sin embargo, ello no es posible ni logística ni económicamente. La iniciativa RADx con una inversión 250 millones de dólares, basada en la colaboración público-privada en Estados Unidos, está ultimando el desarrollo de pruebas diagnósticas no invasivas (e.g., en saliva) que muestran la presencia de material nucleico o de antígenos del virus, con resultados en menos de media hora. Algunas de estas pruebas se podrán usar fuera del sistema sanitario allí donde se necesiten, pero no estarán disponibles de forma masiva antes de unos meses. Si las expectativas de una buena vacuna no se vieran cumplidas en los próximos meses, el uso masivo de estas pruebas será el mejor camino para una nueva normalidad mucho más segura. Mientras tanto solo se puede confiar en las pruebas de cribado basadas en manifestaciones clínicas, que son imperfectas, y el diagnóstico precoz y rastreo de contactos para cortar pronto las cadenas de transmisión. Pero tampoco son la panacea en situación de transmisión comunitaria muy alta. Por ello, la clave es evitar en primera instancia el mayor número de contagios posibles mediante el uso adecuado de las medidas de protección (mascarilla, distancia, higiene).

Todos, sin excepciones, somos responsables de lograrlo. Cuando la transmisión comunitaria era muy baja (e.g, al final de la desescalada) las conductas irresponsables de unos pocos no tenían grandes consecuencias, pues era poco probable que el irresponsable estuviera contagiado o fuera contacto estrecho de un enfermo. No es este el caso ahora, pues la transmisión comunitaria es bastante mayor. Además, aunque las conductas imprudentes tardan solo unos días en manifestarse en forma de brotes, que pueden crecer de forma rápida (en progresión geométrica), el control de los brotes lleva bastante tiempo. Por ello, es urgente que todos hagamos los deberes ya desde principios de agosto, para que se pueda volver a clase en septiembre. Si nuestra responsabilidad personal fuera insuficiente para cumplir a rajatabla con las medidas de protección (en especial la mascarilla) en todos los ámbitos de la vida (trabajo, ocio, transporte……), los poderes públicos tendrán que exigirlas. De hecho, es llamativo cómo se pasó en la fase de confinamiento de perseguir los paseos de gente sola o en familia por el campo (una actividad que no conlleva ningún riesgo) a una tolerancia grande con las fiestas masivas en espacios públicos de ocio, que solo recientemente se está empezando a corregir. La irresponsabilidad de unos cuantos no puede impedir que las escuelas reabran, ni ralentizar la recuperación de la economía. 

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