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La borrasca Cifuentes que arrasó la Rey Juan Carlos

Catedrático de Ecología de la URJC —
22 de enero de 2021 22:06 h

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Cifuentes ha comparecido. El devastador paso de Filomena ha mostrado la nula capacidad de nuestros servicios públicos de enfrentarse a emergencias imprevistas al tiempo que la expresidenta nos ha dejado claro la relación causal: años de gobierno de Cristinas han derrotado a la resiliencia de lo público. Verla vestir su mentira ante un tribunal con semejante templanza sólo sirve para entender que muchas veces pilotan los menos adecuados, los peores. Un esfuerzo pensado para mantener, con toda probabilidad, su trabajo como tertuliana, pero sin ningún viso de arrepentimiento ni de empatía por las miles de personas a las que dejó desamparadas.

Como profesor de la Universidad rey Juan Carlos re-constato mientras se abren heridas que creí cerradas, que aquellos días vivimos un desastre de dimensiones desconocidas en la universidad pública. El trabajo de profesores, personal de administración y servicios y, sobre todo, el de miles de estudiantes fue destrozado por la veleidad de un grupo reducido de personajes entre los que la presidenta, el patrón del barco, se irguió como el exponente más sangrante. No voy a desmontar la historia que construye, no es necesario. Cualquiera que ha estudiado un máster oficial o que conoce a alguien que lo ha hecho, es consciente del esfuerzo económico, pero sobre todo, del trabajo que implica. Conocen bien el route map, los pasos que hay que seguir, cómo se superan las asignaturas, en qué consiste la defensa de un trabajo fin de máster y el tesón que requiere. Oírle decir que ella defendió su TFM en un despacho, que la evaluación no exigía presencialidad y que una ristra de trabajos inexistentes permitían superar las asignaturas, es un insulto a la decencia. 

Aquello fue la constatación de que las borrascas Filomenas arrasaban universidades públicas mucho antes de esta nevada. La presidenta de la Comunidad y probablemente otros dirigentes políticos intercambiaban recursos no competitivos con catedráticos de “reconocido prestigio” como Enrique Álvarez Conde, a los que se les permitió montar centros de dudoso valor académico que eran financiados con estudios y encomiendas de escaso mérito científico o técnico.

Por otro lado, el resto de las universidades públicas miraban hacia otro sitio, la CRUE, que es el acrónimo de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, así como su homóloga madrileña CRUMA, ni siquiera abrieron la boca. Ni un rector de los que había cerca dijo nada. Nunca entendieron que el ataque era contra la universidad pública y que lo que estaba en jaque era el servicio público que tenemos encomendado. Quizás, dudas sobre la honestidad de cada casa les hizo ser cicateros con la defensa de sus colegas y con un reconocimiento necesariamente vehemente de la Universidad pública como una herramienta de Justicia Social.

El consejero de la Comunidad de Madrid, a la sazón catedrático de Ingeniería Química de nuestra universidad, Rafael van Grieken, hacía mutis por el foro y mandaba a alguien de su confianza a hacer el seguimiento del “marrón” que los periodistas de este periódico habían destapado. Ni una palabra para defender a sus compañeros, la inmensa mayoría honestos y profesionales. Curiosa forma de ser servidor público. Nos dejaron a todos nosotros, profesores, técnicos, alumnos, familias de todos ellos, amigos, completamente abandonados. Fuimos el hazmerreír de todo el país y muy pocos levantaron la voz para defendernos.

Hubiera sido reparador haber visto a la expresidenta reconociendo que nada fue correcto; que desde un punto de vista ético es inaceptable matricularse en una institución que dependía orgánicamente de ella; que no era lógico obtener un título sin asistir, sin defender el TFM y presentando unos trabajos que se volatilizaban; que el servicio a los demás era mucho más importante que su destino personal; que los que pilotan tienen que ser los más justos y honrados; y que los gobernados por ellos, los ciudadanos de Madrid, merecen honestidad. Pero me temo que para eso tendré que mirar a nuestros alumnos y mis compañeros funcionarios y contratados, y no hacia arriba. Lástima, estimada Cristina Cifuentes, por no haber asumido su responsabilidad y haber defendido a todos los que trabajamos en esta maravillosa institución, la Universidad Rey Juan Carlos.