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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Vacunas contra la demagogia

28 de mayo de 2021 22:06 h

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La investigación, el desarrollo, la fabricación y la distribución de las vacunas contra el coronavirus han sido en muchos sentidos una réplica constante contra la demagogia. En esta pandemia, y especialmente en el caso de las vacunas, las explicaciones simples de buenos y malos, lo público contra lo privado o la empresa contra el Estado, los héroes contra los villanos han sido desmentidas por la realidad.

Este jueves se ha publicado un informe sobre la inversión pública y de fundaciones filantrópicas en la investigación, el desarrollo y la producción de vacunas. Países como Estados Unidos, Alemania y Reino Unido han invertido miles de millones para investigar y acelerar la producción (España, no), y no sólo en este momento de crisis. La tecnología ARN mensajero que está detrás de las vacunas de Pfizer y Moderna y de otras que vendrán no sería posible si el gran instituto público de investigación de Estados Unidos no hubiera apostado durante años por esta idea incluso después de múltiples fracasos en su aplicación. El resultado fue Moderna, una pequeña farmacéutica que difícilmente existiría si no fuera por el dinero público de Estados Unidos, y una tecnología revolucionaria que puede ayudar a prevenir o tratar otras enfermedades en el futuro. 

Quienes defienden que las farmacéuticas tienen que preservar intacto su derecho a cobrar por sus vacunas patentadas -como hace la Comisión Europea arrastrada sobre todo por el Gobierno alemán- suelen utilizar el argumento del incentivo para la investigación. Pero la realidad demuestra que el principal incentivo para la investigación es el dinero público. 

A la vez, los ejemplos de las vacunas más exitosas que nos están sacando ahora del infierno del último año y medio son empresas privadas, farmacéuticas grandes y pequeñas, que en ocasiones han forjado alianzas con otros, como Pfizer con BioNtech, casi una start-up, y AstraZeneca con la Universidad de Oxford. Importa el sistema, pero también el individuo: el empeño de personas concretas como la investigadora húngara de Pensilvania Kati Kariko, que se obsesionó con que esto tenía que funcionar pese a las primeras decepciones, o UÄŸur Åžahin y Özlem Türeci, la pareja de investigadores y emprendedores detrás de BioNtech. 

A menudo vemos lo bueno y lo malo casi a la vez: el consejero delegado de AstraZeneca y los investigadores de Oxford se han hecho personalmente millonarios con la vacuna, que a la vez la farmacéutica está distribuyendo a precio de coste por todo el mundo por un acuerdo exigido por la Universidad de Oxford para que la vacuna llegara no sólo a los países ricos. La farmacéutica ha incumplido sus contratos de entregas y ni la empresa ni el equipo de investigadores se distinguen por su transparencia y comunicación fluida con los medios no británicos. A la vez, son quienes más dosis han logrado distribuir en todo el mundo -y probablemente quienes más vidas han salvado- con una vacuna fácil de transportar y conservar. 

Si algo ha quedado claro en esta campaña de vacunación es que ni los méritos ni los deméritos se pueden atribuir a una sola fuente. El proceso de fabricación es muy complejo e incluso liberando patentes y trabas burocráticas como las que contaba Icíar Gutiérrez en esta pieza producir a gran escala es un reto sin soluciones evidentes. 

Tener a un Gobierno al cargo de este proceso o nacionalizar las farmacéuticas sólo empeoraría las cosas. Pero los gobiernos nacionales y locales también se han mostrado imprescindibles en toda la cadena.

Los políticos españoles han hecho todo lo posible por atribuirse el mérito de la vacunación, sobre todo en las semanas en las que ha ido más rápido. Pero lo cierto es que cada uno tenía su papel. Para bien y para mal. 

El Gobierno central la lió parda vacunando a los menores de 55 años por categorías profesionales en lugar de seguir el orden de edad alegando que no había suficientes datos en el ensayo de AstraZeneca sobre mayores (muchos más desde luego de los que tiene ahora el Gobierno para mezclar dosis de vacunas distintas, por no hablar de los datos de la vida real de Reino Unido). Ahora no convence al recomendar la mezcla como opción por defecto en contra del criterio de la Agencia Europea del Medicamento y de buena parte de la comunidad científica en España. Pero también corrigió antes que otros países el error de vacunar por profesiones y ahora avanza a buen ritmo según el principal factor de riesgo, la edad. 

El Gobierno de la Comunidad de Madrid también cometió errores, como cerrar los centros de salud en días clave o utilizar las vacunas como parte del griterío partidista. Pero ahora está gestionando hospitales y centros de salud con eficacia y vacuna a buen ritmo con pocas esperas. 

Las vacunas contra la pandemia son un claro ejemplo de que cualquier argumento visto en blanco y negro falla. En cuanto quieres encontrar un villano o una explicación fácil hay un contraargumento. Tal vez sea una lección para entender que la realidad de lo que importa siempre tiene matices.