“Aitana y el baile de la vergüenza”. “Aitana, del empoderamiento a la hipersexualización”. “No es lo mismo bailar en un cabaret que en un concierto”. “El polémico y sensual baile de Aitana”. “Polémica en las redes por los bailes sexuales de Aitana”. Polémica. Por bailar sexy, por mover la pelvis encima de sus bailarines, por hacer sobre el escenario –y con su cuerpo– lo que le da la gana. Este fue el tipo de comentarios y titulares a los que la cantante tuvo que enfrentarse desde el inicio de su Alpha Tour el pasado mes de octubre, cuando hubo quienes pusieron el grito en el cielo al descubrir su nueva propuesta escénica: una “obscenidad” que iba a pervertir a las niñas. “De la canción no os voy a decir nada, solo que en la vida os sintáis libres de hacer lo que realmente os dé la gana”, fue la respuesta de la catalana en su siguiente parada de la gira. No cambió ninguno de sus pasos. Hasta ahora.
Recién iniciada la segunda parte de su tour, con el que va a recorrer festivales de España este verano, la artista ha renovado su show, añadiendo una liberadora y firme venganza. Durante la primera estrofa de la canción de la polémica, Miamor, que canta sentada encima de uno de sus bailarines; detrás de la cantante se proyectan los titulares que juzgaron sus coreografías. Leerlos desde la pista, entre saltos y gritos, dispara la euforia. Activa un algo que cabrea y regocija, que parece dictar una nueva sentencia. Porque si hubo quien quiso hacer de esta una batalla, está claro quién es la ganadora.
Aitana fue el cierre del Share Festival de Barcelona este domingo, donde pude experimentar en mis carnes el efecto de este reivindicativo momento. El carrusel de –muy cuestionables– titulares dio paso al estribillo, ahora con el fondo en negro. “Y terminó bailando encima de mí, pasamos toda la noche jugando. Y cuando terminamos lo volvió a repetir, yeah. Un beso en el cuello y empezamos, sus labios mojados”, entonó la catalana rodeada por gritos, aplausos y su mirada desafiante y seductora, que volvió a apoderarse de las pantallas del recinto. La entrega fue absoluta, sin distinción de edad –lo llenamos treintañeras/os, niñas, niños, madres, de los diez a superados los sesenta–, felices, divertidas, intensas. Con el 'mamarracheo' por bandera y luciendo looks que cumplían los requisitos pedidos por la catalana días antes.
Siguiendo el ejemplo de Taylor Swift y su división de los conciertos según las eras de su discografía –con sus respectivos atuendos–, Aitana también ha tenido su código de vestimenta durante su gira. En su caso, proponiendo a cada ciudad un color específico, fuera la prenda que fuera. Para su versión festivalera del tour, el dress code era escoger los mismos colores y potenciarlos “con mucho más brillo”. En mi caso, la falda de lentejuelas doradas que una semana antes había comprado para unirme al fenómeno 'swiftie'.
Aitana tenía dieciocho años cuando entró en Operación Triunfo. Más allá de su talento, la catalana tardó poco en ganarse al público con su espontaneidad, carisma y dulzura. Enamoró el día que se sorprendió con que Pablo Alborán se supiera su nombre, la noche en la que escondió un sanjacobo para poder comérselo después de la gala de turno o con la amistad que forjó con la compañera con la que iba a competir por el primer puesto, Amaia Romero. Esto hizo que seguramente muchos –y me incluyo– la infantilizáramos una vez acabó el programa. Pero ni entonces era una niña ni lo es ahora.
Desde entonces, la triunfita ha pasado de cantar el “hoy he dejado mi teléfono para no llamarte” del estribillo de su primer single al “cuanto más me comes más me gusta” de Los Ángeles, uno de los temas de su último álbum. Ella misma reflexionó al respecto en el aplaudido discurso que dio la semana pasada en los Premios Elle Style: “El machismo no tolera que el ideal femenino inocente juvenil que muchos vieron en mi sin ser yo consciente de ello; se transforme o, mejor dicho, se eche a perder para convertirse en una mujer”.
Allí también reivindicó las dudas que se siembran en torno a la autoría de las canciones de las artistas femeninas y la exigencia a la que están sometidas sus actuaciones, en las que la dupla saber “bailar y cantar” parece irreversible. “Ya habéis visto lo que pasa a veces, una madura y mueve el culo de una forma que estará bien para otras, pero que es impropio para mí”, añadió en su propio balance de su trayectoria, en la que reconoció que ha aprendido a “contarse y contar con todas”. Y ese “contarse” y “contarnos” está pasando por abrazar lo sexual en sus puestas en escena, que quienes criticaron de “hipersexualizada” olvidaron que lo que sexualiza es la mirada del otro y no lo que cada una queramos vestir, bailar, sudar, saltar, disfrutar y restregarnos en sus conciertos.