11M, el nicho de negocio de los mezquinos
Imaginad una novela con esta trama. El mayor atentado de la democracia en España. 192 muertos. Un Gobierno que miente a tres días de las elecciones sobre la autoría del atentado para que la sociedad no le culpe por su política exterior y una recua de periodistas que miente, manipula, se inventa pruebas y lleva a los terroristas en portada para crear un relato alternativo que les sirva de negocio. Podría pensarse que sería un ensayo, una historia de no ficción que tendría que acabar con la carrera de todos los periodistas que participaron en aquel engaño masivo usando las víctimas de un atentado para su beneficio personal. Pero la realidad es que aquellos mentirosos sin escrúpulos hoy dirigen medios de comunicación y ocupan altos puestos de responsabilidad en el partido conservador español. Por eso es una novela.
Pedro J. Ramírez es director de El Español, Casimiro García Abadillo es director de El Independiente, Federico Jiménez Losantos es el presentador más influyente de la reacción española, Joaquín Manso es el director de El Mundo, Manuel Soriano fue colocado en Madrid Network, el chiringuito que también sirvió para colocar a Isabel Díaz Ayuso, y Cayetana Álvarez de Toledo es portavoz adjunta del PP en el Congreso. En política también hubo casos notorios como el de Alicia Castro Masaveu, la responsable principal junto con Jaime Ignacio del Burgo, Esperanza Aguirre y Eduardo Zaplana de dar carta de naturaleza en la comisión del 11M a todas esas teorías llegó a formar parte del jurado de los premios Princesa de Asturias. Todos ellos fueron los principales responsables de las mayores mentiras del periodismo español y creadores de una conspiración que pervive hoy en día creada con el único objetivo de ganar dinero y posición profesional entre la derecha a costa de la sangre de 192 personas que murieron en los mayores atentados islamistas en suelo europeo.
Todos tenemos una idea general de aquellas mentiras. Pero cuando son explicadas en detalle, sorprende que los responsables sean capaces de mirar a los ojos de los compañeros, y de la sociedad en general, dando lecciones de periodismo después de aquella mísera campaña propagandística. Estos gacetilleros construyeron una ficción consistente en narrar que los atentados del 11-M no fueron un atentado islamista, sino una conspiración urdida por el sistema policial, jueces y fiscalía, los servicios de inteligencia extranjeros y el PSOE para conseguir la victoria electoral en las elecciones del 14 de marzo de 2004. La fábula se construyó posteriormente a los hechos con el único propósito de hacer negocio con el invento y favorecer los intereses del PP para que se los devolviera en el futuro, cuando llegara al poder.
La mentira tuvo muchas aristas, alguna de unas dimensiones colosales. Dos de los objetivos principales de la campaña de difamación constante fueron Rodolfo Ruiz, comisario de Puente de Vallecas y Juan Jesús Sánchez Manzano, comisario principal de los TEDAX. Resultarían cómicas las mentiras que se vertían sobre su figura y su trabajo, si no fuera porque la campaña de intoxicación que sufrió llevó al suicidio a la mujer del comisario Ruiz. La banda de periodistas afirmó que Rodolfo Ruiz colocó la bolsa con la bomba en Puente de Vallecas para dirigir a la pista islamista y que el comisario del los TEDAX guardaba la bomba encontrada en Puente de Vallecas en la cocina de su domicilio para no entregarla al juzgado y ocultar pruebas. Es difícil de creer que alguien que tenga un mínimo rigor, interés por la verdad y aprecio por la inteligencia de sus lectores pueda afirmar sin sonrojarse que un comisario de la Policía Nacional guarda durante dos años una bomba de los atentados del 11M en su cocina. Pero fue así, fue literal, este es el tipo de mentiras aberrantes que El Mundo, la COPE y Telemadrid difundieron para construir una conspiración. La realidad es que la bomba estuvo custodiada en las dependencias de los TEDAX como marcaba la normativa. Lo normal, lo lógico, la verdad.
Una de las mentiras más desopilantes es la de la inscripción hallada a Carmen Toro, esposa del minero José Emilio Suárez Trashorras, en un cuaderno y que Casimiro García Abadillo utilizó para vincular con los terroristas al comisario de los TEDAX, Juan Jesús Sánchez Manzano. La portada de El Mundo del 18 de junio de 2004 decía así: “Carmen Toro tenía un teléfono con un nombre igual al del jefe de los TEDAX.” La noticia elaborada por el ahora director de El Independiente no cumplía con el mínimo contraste. Simplemente vio un número de teléfono en la libreta al lado de una anotación que decía “Manzano” y concluyó sin más comprobación que ese el número de Juan Jesús Sánchez Manzano. Ni siquiera llamó por teléfono al número anotado para comprobar que se trataba de un teléfono del inspector de la Unidad Central de Información Exterior que Carmen Toro había anotado cuando su esposo lo llamó desde Canillas para pedir una medicación que necesitaba. Al día siguiente Casimiro García Abadillo desmintió en páginas interiores su propia información reconociendo que era un error, pero siguieron usando esa información para sospechar del comisario de los TEDAX en los meses posteriores. En esas andanadas siempre el principal látigo era Federico Jiménez Losantos, que utilizaba toda la información falsa de El Mundo para sus diatribas en la cadena de los obispos. Una de las periodistas que en aquel momento dio pábulo a esta patraña fue Cayetana Álvarez de Toledo, que incluso después del desmentido de Casimiro García Abadillo escribía columnas para verter sospechas sobre el comisario que acabó por fraguarle una carrera política de la mano de Ángel Acebes. El mérito de la aristócrata para hacer carrera en política comenzó siendo una de las constructoras del bulo de la trama policial del 11M. Ni con el dinero de papá consiguió tanto.
A todas estas mentiras hay que unir algunas aún más escandalosas. Como la de la cinta de la Orquesta Mondragón encontrada en la Renault Kangoo que fue confundida con una tarjeta del grupo Mondragón para vincular el atentado al País Vasco o el “error” de transcripción para confundir un temporizador de una lavadora encontrado el domicilio de los terroristas con la inscripción ST17 para convertir ese 17 en una A y decir que era un temporizador STA de los que usaba ETA. La realidad es que era un temporizador de una lavadora REMLE que usaba el propietario de la vivienda alquilada a los terroristas porque se dedicaba a la reparación de electrodomésticos. Suena a burla que patrañas de este calibre fueran las que sustentaban la teoría de que los islamistas no estaban detrás del atentado del 11M.
Todo tiene una explicación. Marcel Proust en En busca del tiempo perdido otorga una explicación filosófica a este comportamiento al afirmar que la evidencia sensorial es una operación mental que transforma las convicciones en evidencias. Esa concreción proustiana en estos periodistas les hacía transformar el negocio de la conspiración en pruebas falsas para alimentar las convicciones de sus lectores y lograr el objetivo mundano de amasar dinero. Sectarizar y cobrar. Todos aquellos que participaron de la gran mentira de nuestra democracia están mejor colocados y han conseguido una vida más exitosa en términos económicos que quienes decidieron ceñirse a la verdad. Esto no dice nada bueno de nuestro país. ¿Qué tipo de sociedad se puede construir cuando quien construyó su carrera con las mentiras peor imaginables es quien dirige los grandes medios y ha conseguido el éxito?
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