12 de Octubre

9 de octubre de 2024 22:33 h

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No me hubiera gustado estar en la piel de un taíno caribeño, un azteca mexicano o un inca peruano en el siglo XVI, al poco de la llegada de los conquistadores españoles a su continente. Tampoco, por supuesto, en la de un cheyene, un sioux o un apache cuando los anglosajones invadieron en el siglo XIX el Oeste de lo que hoy es Estados Unidos. Absolutamente convencidos de su superioridad, los europeos les trataron como si no fueran seres humanos, con un desprecio y una brutalidad desmesuradas. Sí, ya sé que hubo excepciones en el campo europeo, conozco y admiro la visión humanista de nuestro Bartolomé de las Casas.

Tampoco se me escapa que la vida de los nativos americanos no era idílica antes del desembarco de los europeos, ni que los métodos feroces de los colonialistas europeos eran comunes en su tiempo. Bueno, de hecho, siguen practicándose ahora y los vemos en la televisión todos los días. Pienso, claro, en la brutalidad despiada que Israel emplea contra sus vecinos árabes.

Aunque este siglo XXI parezca estar resucitando muchas cosas de la Edad Media, creo que millones de españoles deseamos vivir con los criterios del Siglo de las Luces, no con la barbarie de los tiempos oscuros. Así que yo no me llevaría un disgusto si la España actual comunicara oficialmente que no se reconoce en las violencias contra los pueblos nativos americanos. Si hubiera tenido que responder a la carta que el presidente Andrés Manuel López Obrador le escribió al rey Felipe VI, le hubiera dicho que la España democrática y defensora de los derechos humanos de ahora no se identifica para nada con las brutalidades de la Conquista de las Indias. Que tiene, en cambio, un profundo sentimiento de fraternidad con México, el país que bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas acogió a miles de nuestros compatriotas exiliados.

Fue una torpeza no responder ni tan siquiera a la carta de López Obrador. Una torpeza de Felipe VI, del Gobierno de Pedro Sánchez o de los dos. A mí me irrita bastante la falta de educación que supone no acusar recibo, como mínimo, de una comunicación que parece importante para el emisor. Así que yo hubiera acusado recibo y luego le hubiera dado una vuelta al asunto. ¿Pedir perdón? Quizá no sea esa la fórmula más acertada, porque los españoles de hoy no cometimos aquellos atropellos. Pero por qué no repudiarlos desde el presente.

A través de la Corona, la España contemporánea ya presentó sus excusas a los judíos sefarditas. A los españoles de hoy, les dijeron tanto Juan Carlos I como Felipe VI, nos parecen injustos los decretos que los expulsaron de su patria. Y, a raíz de ello, se aceleró la concesión de la nacionalidad española a los descendientes de aquellos judíos, entre ellos mi amiga tangerina Rachel Muyal, lo que me pareció justo y necesario.

También debiera reprobarse la expulsión de los moriscos a lo largo de los siglos XVI y XVII. Aquella gente era tan ibérica como nuestro lince. Muchos de sus ancestros ya habitaban la Península antes del año 711, solo que fueron adoptando a partir de aquella fecha la entonces brillante civilización arábigo-musulmana. A ellos nunca se les han ofrecido disculpas, por mucho que algunos lo hayamos solicitado.

En fin, estamos en vísperas de la festividad del 12 de Octubre y los aviones militares se entrenan para el desfile sobre el barrio madrileño donde paso este comienzo de otoño. Me fastidia su ruido, el gasto de carburante, la contaminación del aire y el peligro que puedan suponer si tienen un accidente. Pero aún me molesta más el que este desfile del 12 de Octubre se haya convertido en una ocasión para que unos energúmenos se expresen de modo divisivo insultando a placer a los presidentes de Gobierno progresistas.

Lo escribió aquí el otro día Javier Pérez Royo: “¿Qué fiesta nacional es esta que sirve, sobre todo, como pretexto para que las derechas españolas abronquen al Gobierno de izquierda democráticamente elegido? ¿Qué fiesta nacional es esta que no consigue que acudan a la misma los presidentes de todas las Comunidades Autónomas?”. Tiene razón el catedrático: el 12 de Octubre no acaba de cuajar como fiesta de la gran mayoría de los españoles, salvo, claro, como una ocasión para salir de las ciudades donde viven y trabajan.

La celebración del aniversario de la llegada de Colón al Nuevo Mundo no suscita un amplio consenso. Ni en España ni en América Latina. No tiene en nuestros corazones el arraigo casi unánime que tiene en los franceses su 14 de Julio. Y es que el 12 de Octubre de 1492 se culminó una gran hazaña de la navegación marítima, pero ello abrió la puerta a un período trágico para decenas de millones de nativos del Nuevo Mundo. En cambio, la toma de la Bastilla tuvo y tiene el significado de esa lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad que constituyen el horizonte deseable no solo de Francia, sino de la humanidad.

¿Qué quieren que les diga? Mi españolidad no se identifica con Hernán Cortés y Francisco Pizarro, sino con Bartolomé de las Casas y Miguel de Cervantes.