En estos días de balance, se ha convertido en un lugar común decir que 2013 ha sido un año de marcha atrás, de viaje al pasado, que hemos retrocedido en el tiempo hasta fechas que creíamos ya superadas. La ley del aborto, la contrarreforma educativa, los niveles de desigualdad y pobreza como no se veían desde hace décadas, la caída en picado de la mayoría de indicadores económicos y sociales, o el deterioro democrático, abundan en la idea de regreso al pasado, ya sea cinco años atrás, el siglo pasado o mucho más lejos.
Pero hoy que cerramos el año, y pese a que yo mismo he contribuido a difundir esa idea, tengo dudas: ¿realmente estamos volviendo atrás? ¿O es más bien un salto adelante, una brusca aceleración que nos ha hecho cumplir varios años de golpe sin pasar por estaciones intermedias? ¿Estamos regresando al pasado, o llegando antes al futuro que nos esperaba?
Puede parecer una discusión tonta, pero creo que condiciona nuestra forma de ver lo que nos está pasando. Tiene algo de consolador pensar que esto es un accidente en el progreso lógico, que nos hemos salido de la vía, que unos malvados nos han metido a empujones en la máquina del tiempo y han programado una fecha remota. Esa creencia implica confiar en que en algún momento enderezaremos el rumbo y lo devolveremos a su curso natural, escaparemos del pasado y regresaremos al año que nos correspondía, al verdadero 2013 o 2014, y no este falso año que en realidad es un 1985 o un 1997 disfrazado de presente.
En el fondo, esta confianza optimista en el progreso supone seguir creyendo que la crisis es un paréntesis que se abrió en 2008 y se cerrará en algún momento de los próximos años, que los recortes y destrozos son una anomalía, una mala temporada que ahora no tocaba, y que pronto superaremos para seguir el camino que traíamos.
Pero hoy, en coherencia con un año de mierda como 2013, traigo un mensaje pelín pesimista: siento decirlo, pero no estamos regresando al pasado. Esto es el futuro, que nos lo han adelantado. El futuro hacia el que venimos caminando desde hace décadas, el tiempo que nos esperaba y al que tal vez estamos llegando antes de hora.
Todo lo que estamos viendo hoy: el desguace del Estado de Bienestar, los recortes sociales, la precarización total, el aumento de la desigualdad, el deterioro de la democracia, el avance de nuevas (y no tan nuevas) formas de fascismo, la privatización o liquidación de lo público, no son algo que comience en septiembre de 2008 con la caída de Lehman Brothers, ni entre nosotros con el reventón de la burbuja inmobiliaria. Es algo que viene de mucho atrás, de al menos la desaparición del bloque socialista, el triunfo del neoliberalismo en los ochenta, o que quizás estaba ya en la hoja de ruta al terminar la Segunda Guerra Mundial, y en ese caso los derechos sociales, como el desarrollo democrático o la prosperidad serían el verdadero paréntesis, la tregua que entró en vigor a mediados del siglo XX y de la que una de las partes prescindió hace tiempo y dio por reanudadas las hostilidades.
En ese caso, en 2013 no habríamos regresado a los ochenta, sino que tal vez hemos avanzado varias casillas de una sola tirada, y andamos ya por 2020, 2030 o más allá.
Claro que tampoco pretendo sustituir una creencia consoladora por otra desmoralizadora. 2013 ya está perdido, no tiene arreglo, pero 2014 se presenta intacto, con todas las páginas en blanco. De nosotros depende que los mismos empiecen ya mañana a escribirlo y aceleren aun más la locomotora hacia ese futuro, o que seamos capaces de, si no cambiar de vía, al menos tirar con fuerza del freno de emergencia, siguiendo la conocida imagen de Benjamin. Es decir, la revolución.
Feliz 2014.