Vaya añito, madre mía, la sección de necrológicas no ha dado abasto. En la cena navideña repasábamos la lista de cadáveres que deja 2016: Bowie, Cohen, Gene Wilder, Castro, Darío Fo, Rita, Prince, la ilusión por el cambio, George Michael, Cruyff… Un momento, ¿has dicho “ilusión por el cambio”? ¿Cómo, que también se nos ha muerto en este año luctuoso?
No sé si muerta, pero maltrecha y debilucha sí que se la ve. Incluso olvidada, que ya pocos hablan de ella. Recuerden hace un año por estas fechas: diciembre de 2015. Despedíamos el que algunos bautizaron como “año del cambio”. Acabábamos de cerrar las urnas “del cambio”, con el bipartidismo bajo mínimos y la nueva política “del cambio” asaltando si no el cielo sí al menos los pisos nobles, ayuntamientos gobernados por fuerzas “del cambio”, y por delante un 2016 en el que todo era posible, lo mismo un gobierno “del cambio” que repetir las elecciones para sumar más fuerzas “del cambio”.
Ya digo, hace solo un año. Todo iba a cambiar a poco que empujásemos: el reparto de poder, la forma de hacer política, las prioridades sociales, la organización territorial, la participación ciudadana y la Constitución, que necesitaba una reforma y había que coger sitio en la mesa de negociación. Hasta el miedo (y la sonrisa) iban a cambiar de bando.
Yo reconozco que siempre fui un pelín incrédulo con ese tipo de ilusión, pero vivía rodeado de gente que de verdad creía que estábamos ante una oportunidad histórica, que las cosas iban a cambiar porque de hecho nosotros los de entonces ya no éramos los mismos, habíamos cambiado, y solo se trataba de, como decían en la Transición, “hacer normal en las instituciones lo que ya era normal en la calle”. No eran ingenuos: se lo creían y trabajaban por ello.
Y bueno, aquí estamos a la vuelta de un año de esos para olvidar, abundante en malas noticias, sustos y pérdidas. ¿Qué queda de aquella ilusión por el cambio? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Entre unos y otros han chafado no ya la ilusión: las meras ganas de cambio. El tempo político rajoyizado, el desgaste para formar gobierno, la agotadora repetición electoral, el sorpasso frustrado, la autodestrucción del PSOE, la recomposición del orden político, la gran coalición como quien no quiere la cosa, los de Podemos a pedradas, los que apostaron por las instituciones y ahora nos dicen que las instituciones no sirven para cambiar nada, movimientos sociales descabezados por las necesidades de la nueva política, ayuntamientos chocando con límites propios y ajenos, la corrupción que no cesa pero ya no escandaliza, la lentitud judicial, el proceso catalán estancado, la precariedad y la miseria que siguen apretando, y sí, el cansancio, que andamos todos reventados después de tres años insoportablemente intensos…
Los motivos para el cambio siguen donde estaban, intactos. Y a poco que se nos pase la resaca de un 2016 difícil, seguramente las ganas seguirán ahí. Si miramos este año con otros ojos, veremos que no todo es decepción, cansancio y muerte, que también ha habido buenas noticias. Gente que ha peleado y ha ganado, o por lo menos no ha perdido. Quienes siguen parando desahucios (porque sí, sigue habiendo desahucios). Quienes se organizan y resisten juntas, como las Kellys. Las mujeres y hombres de Coca-Cola que siguen sin ser domados, doblados ni domesticados. Nuevos espacios sociales, vecinales, culturales, pequeños pero con mucho esfuerzo colectivo detrás. Y otros que todavía no vemos, pero que están ahí.
Venga, a por 2017.