2021: sobrevivirán las sociedades resilientes
Ante una crisis humanitaria de la envergadura que tiene la pandemia de la COVID19, y una vez que esta está instalada en nuestro día a día, nos lo creamos o no, hay margen para reaccionar emocionalmente ante las secuelas que tendremos que afrontar en el 2021. Podremos intentar reinventarnos, para lo cual son clave la resiliencia propia y las redes de cuidados (en las que hay que incluir los servicios públicos sí o sí), o podremos entregarnos definitivamente a los pronósticos apocalípticos para dejarnos caer en los brazos de una muerte lenta por crispación o en una esterilización forzosa por deshumanización.
Lo creamos o no, dicen los neurocientíficos que en toda circunstancia de adversidad hay un margen milimétrico pero suficiente, y nuestro cerebro tiene capacidad de afrontar esas situaciones de fragilidad, incertidumbre, vulnerabilidad y dolor saliendo fortalecidos. En este año difícil que va a ser el 2021, es vital que como sujetos individuales podamos, con resiliencia, adoptar actitudes que defiendan un modelo de sociedad donde los servicios públicos y las redes vecinales cuenten con el apoyo de las políticas públicas que garantizan el acceso de toda la ciudadanía a sus derechos.
Sin embargo, existen ya demasiados contratos a dedo que sirven de ejemplo de cómo con la excusa del eufemismo de lo que se llama “colaboración público-privada”, se están pagando cantidades ingentes de dinero público a empresas privadas que no invierten en que sean los propios recursos, servicios, comercios, redes y organizaciones de la propia sociedad las que hagan frente, desde lo comunitario y lo público, a esta crisis que golpea, cuando no noquea, a personas de carne y hueso que, ahora, tienen que adaptarse a las logísticas de empresas que ignoran (por desconocimiento o desprecio) que lo que ‘dispensan’ son algo tan sagrado como los derechos humanos.
Este tipo de colaboraciones público-privadas es la que se promueven en el informe de la influyente y controvertida consultora McKinsey & Company (y que merece la pena ser leído), donde proponen diez estrategias de reinvención a los gobiernos ante la COVID-19. Un estudio inteligente y muy centrado en enfatizar el potencial que entraña la colaboración público-privada para mejorar la prestación de servicios con vistas al largo plazo. Y, precisamente, la estrategia para ello es repensar –o más bien resignificar– el “capital social” que tiene en este momento así “la resiliencia” convirtiéndola en una mercancía que se puede monetizar (construir, producir, transmitir, etc.) a través de los servicios que las empresas privadas ofrecen a los gobiernos para hacer “sociedades resilientes”. Una propuesta neoliberal de sociedad que no pasa por alto que la resiliencia personal y comunitaria van de la mano y que sabe que nuestro comportamiento individual es el que conforma el tipo de respuesta social a los problemas, que nuestras comunidades terminan determinando nuestros comportamientos. Una propuesta neoliberal que ve “la resiliencia” de la sociedad como el nuevo mineral que explotar.
Un riesgo y una amenaza que nos deberían interpelar directamente a quienes formamos parte de la sociedad: a vecinas, redes, organizaciones, asociaciones, comerciantes y tiendas, escuelas, bibliotecas, servicios, etc. Si la “resiliencia” es nuestra (está en nuestros cerebros), nos corresponde a nosotras y nosotros construir un sentido y sentimiento de comunidad en plural y ser el corazón de esta sociedad. Hay una parte importante que depende de la actitud que adoptemos, si luchar por la vida o si dejarnos cegar por la cortina de humo que es la crispación. Evitar que nos expropien lo que más necesitamos, resistir y recuperarnos: la salud emocional, el apoyo mutuo, los recursos cien por cien públicos y un sentido vital podría ser un buen propósito para el 2021. Construir entre todas, todos y todes una sociedad resiliente desde “la colaboración público – ciudadanía”.
3