23J, el fracaso del trumpismo madrileño

28 de julio de 2023 21:54 h

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En contra de los pronósticos interesados de ciertas demoscopias capitalinas, el gobierno de coalición ha resistido y se va a poder reeditar. Me asombra la cantidad de análisis sesudos que ni tan siquiera fueron capaces de echar una ojeada a lo más elemental, qué suele ocurrir en nuestro país cuando vota algo más del 70% de la ciudadanía. Por encima de ese porcentaje, la derecha jamás ha sumado, y jamás sumará. Mucha pasta tirada a la basura para al final fracasar en el intento. Esta vez sí que les va a costar caro tanta desidia estadística. Sánchez será de nuevo presidente del gobierno de España. La ciudadanía ha hablado y ha sido clara. El Parlamento es una mezcla de lo que es España, mucho más allá de esa grande y libre que se pretende proyectar desde la capital del Reino, y que solo funciona a punta de Código Penal, sino una mezcolanza de gente diversa, distinta, diferente pero que sabe convivir bajo un mismo techo.

La primera lección que extraemos es que Madrid -y sus voceros mediáticos, bien regados por ciertas élites rentistas, profundamente conservadoras e iliberales, en el sentido político del término- ya no representa a España. Más aun, todo lo que emana de estas élites que pululan por la capital del Reino constituye en la actualidad quizás el principal problema de nuestro país. ¿Cuándo empezó a descarrilar Madrid? Hay que remontarse al Tamayazo, cuando, frente a la voluntad popular expresada en las urnas por los madrileños, esas élites pervirtieron la democracia, colocaron a los suyos, y, para más inri, les salió gratis, sin que ninguno de quienes la tramaron fueran a la cárcel. A partir de ahí, ancha es Castilla, conspirando, día sí y día también, que es gerundio. Dinero no les ha faltado, ni les faltará.

La Comunidad de Madrid aúna todos los ingredientes descritos por el historiador Paul Preston en una de sus obras cumbre, 'Un pueblo traicionado. España de 1876 a nuestros días: Corrupción, incompetencia política y división social'. Pero, además, Madrid, es una anomalía entre las grandes metrópolis occidentales, donde es muy raro que un partido conservador huela poder. Hete aquí, sin embargo, en la capital del Reino, alejada de facto de las burguesías liberales occidentales, doble taza: se ha hilvanado una derecha trumpista alrededor de ese verbo vacuo llamado Isabel Ayuso, auténtico icono pop para simpatizantes y voceros mediáticos. Ella y sus allegados son iliberales stricto sensu, nada que envidiar a Vox. Feijóo, además de sus mentiras, fue incapaz de desligarse de esa visión excluyente que encarnaba no solo Vox sino también una parte nada desdeñable de su partido. Bajo este ambiente, obviamente, el resto de España reaccionó.

España está formada por distintas sensibilidades

Lo más increíble es que a fecha de hoy Feijóo y su muchachada siguen sin entender lo que ha ocurrido, al margen de las mentiras demoscópicas que se creyeron y que, como en 2019, no se cumplieron. Por supuesto que no todos los que hacían previsiones demoscópicas fallaron. Ejemplos en este sentido fueron la última encuesta previa a los comicios publicada por elDiario.es o la del politólogo Juan José Domínguez, cuyas previsiones volvieron a ser certeras. 

¿Qué no han entendido Feijoo, las élites capitalinas y sus fieles mass media? No han comprendido lo que es la España de hoy, como lo fue también la España de ayer, y esta es la segunda lección. Un país con una rica diversidad cultural, lingüística, y de gentes de caracteres distintos y maravillosos que lo único que desean es vivir dignamente. Por eso, desde la periferia industrial, especialmente País Vasco, Navarra y, sobre todo, Catalunya, han dicho basta, y han votado masivamente contra esa visión castiza distópica. Ante las barbaridades de Abascal, pero que una parte del PP también asume sin complejos, les han dado, democráticamente, una patada en el trasero y, de paso, nos han evitado el bochorno de ver a esta gente desgobernándonos. Resulta patético ver cómo Feijóo anda pidiendo una investidura cuando el resto de las fuerzas políticas que encarna esa diversidad patria no quiere saber absolutamente nada de tales pretensiones y huye del PP como de un apestado. Los caciques de la capital del Reino pervirtieron Madrid, y les ha salido muy mal su última apuesta. Pero debemos estar vigilantes, en defensa de nuestra democracia.

Madrid, epicentro de las redes de poder en España

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Detrás están, sin duda, unas redes de poder fundamentalmente rentistas. España es un Estado autonómico descentralizado. Sin embargo, el aspecto más relevante está completamente centralizado, en Madrid. En la capital del Reino se fragua todo aquello que permite vivir a las élites económicas a costa de sus conciudadanos. Son las mismas que antaño, en la 1ª Restauración Borbónica, diseñaron una red ferroviaria o de carreteras que convergiera, aún sigue convergiendo, en Madrid. Les basta con acudir a Madrid para, moviendo las fichas adecuadas, en Ministerios, organismos, consultoras y/o lobbies diversos, lograr sus objetivos. Es un diseño cuasi-único que, además de servir a los intereses de las redes de poder, despuebla y empobrece al resto del país.

Madrid, en definitiva, es el epicentro de actuación de nuestras élites económicas extractivas, donde hilvanan diariamente sus redes de poder de la mano del estamento político y de ciertos grupos o colectivos de la escala funcionarial. Es en la capital del Reino donde las puertas giratorias alcanzan su máxima expresión, donde lo público y lo privado se entremezclan sin ningún rubor. Una buena foto de esta situación aparece detallada en el magnífico libro de Andrés Villena, 'Las Redes de Poder en España: élites e Intereses contra la Democracia'. Y para que todo quede atado y bien atado, disponen, además, de unos medios de comunicación dóciles, de los cuales son los mayores accionistas o financiadores.

En su momento pensé, ingenuamente, que el gallego Feijóo haría frente al trumpismo madrileño. Ciertas razones económicas jugaban a favor de ello. A la vez que las élites depredadoras forjaron la mayor burbuja inmobiliaria de la historia, aderezada con una explosión de deuda privada jamás conocida, nuestras exportaciones de bienes y servicios no paraban, y no han parado, de crecer desde 1994, tanto a nivel intensivo como extensivo. En nuestra rica y diversa España hace tiempo que ha emergido un nuevo eje económico que se debería potenciar, desde Catalunya y la Comunidad Valenciana, pasando por Aragón, hasta Navarra, La Rioja y País Vasco, y que debe unir el eje mediterráneo y el eje cantábrico. Ahí se encuentran nuestros campeones ocultos, incluidos ciertos clústeres biotecnológicos, tan necesarios hoy. Si bien es cierto que merece una mención especial el buen hacer del Gobierno vasco, porque se ha dedicado a hacer política industrial activa, el resto de las comunidades que constituyen este hipotético eje también lo están haciendo relativamente bien. Son la antítesis de los rentistas madrileños.

Nuestro país, por capital humano e intelectual, merece sin duda un mejor porvenir para nuestras generaciones futuras. Para ello es condición necesaria, aunque no suficiente, deshilvanar las hechuras que han tejido las redes de poder en España desde la 1ª Restauración borbónica, con sede en Madrid. Dichas redes incluyen una élite económica extractora, agrupada alrededor del Ibex 35, heredera de los antiguos monopolios públicos y/o naturales -sector eléctrico, telefonía, sector energético, tabacos…-, junto a un sector bancario asistido artificialmente por el Banco Central Europeo. Frente a ella, el impulso innovador de toda una colección de pequeñas y medianas empresas entre las cuales se encuentran nuestros campeones ocultos, ubicados especialmente en la periferia. Por eso, y en este contexto, el fracaso del trumpismo madrileño este 23J es sin duda una buena noticia para España y sus ciudadanos.