Diez años convenciendo a los catalanes para que no se vayan

Podemos estar tranquilos, los catalanes no se independizarán de España. Puede que el 27S voten mayoritariamente a las candidaturas independentistas. Puede incluso que un nuevo gobierno inicie un proceso de “desconexión” y lo vaya cumpliendo etapa tras etapa. Y hasta puede que un año de estos acaben formulando una declaración de independencia.

Pero en el último momento, en el último segundo, antes de apretar el botón, se lo pensarán mejor y dirán: “huy, no, mejor nos quedamos en España. No sea que el Barça no pueda jugar en la liga ni en la Champions, y encima nos echen de Europa. Además, eso que prometen de federalismo y reforma constitucional suena bien, vamos a dar otra oportunidad: nos quedamos en España.”

Así que tranquilos. Aunque los independentistas lleven diez años diciéndonos que se van, repitiéndolo en voz cada vez más alta, al final caerán rendidos ante nuestros irresistibles argumentos: Europa, el Barça, el federalismo, la reforma constitucional. Diez años diciéndoles lo mismo.

Se nos ha hecho muy largo todo lo de Cataluña, pero en realidad hace solo diez años. Anteayer, como quien dice. Hace diez años que salió del Parlament el proyecto de nuevo Estatut. Porque por aquel entonces los independentistas eran pocos, y la mayoría se conformaba con aumentar el autogobierno. Así que se ilusionaron con aquel Estatut que el presidente Zapatero prometió aceptar, y que ya saben cómo acabó: peinado y repeinado en el Congreso, y luego rapado por el Constitucional.

Independentistas ha habido siempre en Cataluña, sí, pero tantos, solo a partir de 2005. Según las encuestas del Centre d’Estudis d’Opinió, en aquel año un 13% era partidario de un estado independiente, y el resto daba por buena la autonomía o aspiraba a una España federal. Hoy los independentistas son más del 40%. Lo repito, que cuesta creerlo: en solo diez años, del 13% al 40%.

Tras el fiasco del Estatut, empezaron las Diadas multitudinarias, cientos de miles en la calle cada 11 de septiembre. Y como les seguíamos respondiendo lo mismo (federalismo, reforma constitucional, el Barça y tal), empezaron las performances, a ver si así nos enterábamos: la cadena humana, la V, o el mosaico gigante que formarán hoy en Barcelona.

Y no solo manifestaciones. Nació la Asociación de Municipios por la Independencia, empezaron las consultas en ayuntamientos, se creó la Asamblea Nacional Catalana, fue cogiendo fuerza la idea de un referéndum, se intentó poner urnas y no se pudo, se acabó haciendo una consulta de andar por casa, hasta las actuales elecciones plebiscitarias.

Y en cada uno de esos momentos, la respuesta desde España siempre era la misma: el poli malo amenazaba con que se quedarían fuera de la Unión Europa y del euro, y se aburrirían viendo al Barça jugar con el Llagostera. Y el poli bueno hablaba de federalismo, proponía una próxima reforma constitucional en la que mejorar el encaje de Cataluña, financiación y reconocimiento nacional (el ministro Margallo ayer mismo). Así un año tras otro.

Acaba de empezar la campaña electoral, y se oye el mismo argumentario, ya amarillento. Con la excepción de Catalunya Sí Que Es Pot, que ofrece como alternativa un difícil proceso constituyente en todo el Estado, el resto intentará convencer a los electores con todo aquello que en diez años no ha redimido a un solo independentista: no os vayáis, que esta vez de verdad que reformamos la consti y os encajamos a gusto. Y mirad a Europa, no querréis hacer cola en la ventanilla para volver a entrar. Ah, y lo del Barça, que sería una pena, ¿eh?

Habrá quien piense que basta con convencer a Artur Mas, que el autonomista con piel de indepe sí aceptará en el último momento negociar un apaño constitucional, y seguir viendo al Barça jugar con el Madrid. Pero igual para entonces los independentistas ya han pasado por encima del propio Mas.