El 27S ha acabado siendo la noche del alivio. El “ufffff” se escuchó en Madrid como cuando se gritan los goles de la selección. “Uffffff”. Pese a la multitud de magullados que dejó la noche (todos, salvo Ciudadanos y la CUP), por toda España se oyó un suspiro de alivio al ver que la pelota independentista daba en el larguero y se marchaba fuera. “¡Huuuuyyyy!”. “¡No han ganado en votos!”. “¡La mayoría no quiere la independencia!”. “¡Peores resultados que la suma de CiU y ERC en 2012!”.
Pues nada, podemos respirar tranquilos: España no se rompe. Fin. Los independentistas recogerán el tenderete y volverán a la aburrida vida autonómica, guardarán las banderas en el trastero, y dentro de unos años recordaremos estas semanas con una mezcla de excitación y nostalgia: “¿Os acordáis cuando estuvimos al borde de la ruptura? ¡Qué poquito faltó! ¡Qué noche la de aquel 27S!”
No sé. Yo miro los resultados de esta noche, y leo mucha letra pequeña. Con una participación masiva, con una propuesta independentista sin ambigüedad, con una potente campaña del miedo en contra, y cargando con el lastre de Artur Mas y la declinante Convergència, con todo eso, un 48% de catalanes ha dicho “Sí” a la independencia. Nada menos que un 48%. Y hace solo diez años eran tres veces menos.
De cómo se resuelva el atasco catalán en los próximos meses dependerá que ese porcentaje siga creciendo o no. Por no hablar de que, descontados Catalunya Sí que es Pot y el PSC (que apuesta por la vía federal), sólo una cuarta parte del electorado (Ciudadanos y PP) apuesta por mantener el Estado autonómico como está.
No, Cataluña no se independizará. Todavía. El reloj del apocalipsis que hasta anteayer rozaba la medianoche hoy se ha retrasado, pero solo unos minutos. Uffff. Entonces, ya que no hemos salido del 27S diciendo “Houston, tenemos un problema”, ¿no deberíamos aprovechar y decir: “Houston, tenemos una oportunidad”?
Una oportunidad para desatascar el día de la marmota en Cataluña. Para meter mano a la reforma territorial de una vez, y de paso abrir la Constitución, que tiene muchos más problemas además del catalán. Una oportunidad para reconocer la división ciudadana en Cataluña y resolverla mediante un referéndum a la escocesa, con garantías, sin trampas, sin pseudoplebiscitarias ni campañas del miedo. Y si al final resulta que hay que revisar la relación, pues se revisa, pacíficamente, que la oportunidad también debe serla para los independentistas.
Podemos aprovechar la oportunidad, o dejar que el conflicto se siga pudriendo, y a lo mejor a la vuelta de unos años, ya sin lastres ni miedos, los independentistas son muchos más del 50%, y entonces algunos quizás se arrepientan del estatut que no fue, de la consulta que no fue, y ahora también del 27S que pudo haber sido.