“¿Qué te apasiona más: tu hijo o escribir?”. Él tenía cuatro años y pico y estábamos de vacaciones. Yo había pasado unos días sola, para viajar a mi aire y también para escribir, y él tenía sus dudas. No era el único, porque a una mujer que es madre y que decide asignarse tiempo y espacio para una misma se le lanzan preguntas insólitas. ¿Cómo es posible que quieras viajar, disfrutar, descansar, en definitiva, vivir, sin estar pegada a tu hijo todo el rato? Pensé rápidamente en una respuesta, no sin culpa, más bien tratando de domar la culpa. Le dije: “Tú eres la persona que más me apasiona en el mundo y me encanta estar contigo, pero escribir me apasiona también. No hay por qué elegir entre lo que te apasiona, es importante que sepas que pueden apasionarte varias cosas y personas y que a los demás les pasará lo mismo, y eso no hace que tú ni nadie sea menos importante”. Pareció satisfecho.
Le he dado muchas vueltas a esa conversación. Le he dado muchas vueltas a mis culpas. He llegado a alguna conclusión. Por ejemplo: que espero que tener una madre que decide a veces viajar sola, que defiende sus intereses y que muestra ganas y pasión por personas y planes que no son siempre él le haga crecer como un hombre que interiorice que las mujeres no son para nadie, sino para sí mismas, y que no debe esperar que ninguna le sirva en ningún sentido, ni que ninguna deje de brillar. Que las mujeres tienen vidas que son tan importantes y valiosas como la suya, que hay que hablar pero escuchar también, y que ni el amor ni la amistad deben implicar elecciones que nos hagan renunciar a lo que somos.
Escucho muy a menudo que las niñas y mujeres necesitan más referentes femeninos. Veo cómo las editoriales publican nuevos libros que recopilan cuentos para niñas rebeldes o colecciones que recuperan a mujeres de la Historia para que las nuevas generaciones las conozcan. Todo eso me parece estupendo y necesario. Claro que las niñas deben saber que pueden aspirar a lo que quieran, que otras vinieron antes e hicieron contribuciones fundamentales, que hay muchas maneras de ser mujer aunque el imaginario colectivo haya impuesto algunas muy concretas. Me falta, eso sí, una parte.
Los niños y hombres necesitan urgentemente referentes femeninos. Necesitan saber y reconocer todo lo que las mujeres han hecho y hacen, sus contribuciones, sus ideas, sus descubrimientos, sus opiniones. Necesitan urgentemente darse cuenta de que ni el conocimiento ni la sabiduría ni el activismo ni la política han sido ni pueden ser patrimonio masculino. Solo así podrán interiorizar una idea de sociedad en la que sea impensable la exclusión de las mujeres de los espacios de decisión y poder, donde el menosprecio y la condescendencia hacia las mujeres sea excepción, una sociedad en la que los hombres escuchen, no desde púlpitos sino de igual a igual.
Ellos también necesitan saber que hay muchas maneras de ser mujer, que hay muchas mujeres, y que ninguna está a su servicio, ni físico, ni material ni emocional. Necesitan saber que la independencia no está reñida con la vulnerabilidad, ni la valentía con el miedo, ni la sensibilidad con el coraje o la autonomía. Ahí están los ejemplos, los de un montón de mujeres, pero también de hombres que pueden servir como referentes para todas y todos, y no solo para una parte de la población. Solo así los hombres se socializarán en la idea de que las mujeres son equivalentes: no somos floreros, no somos seres que se pueden tocar y comentar, no somos centros de rehabilitación para sus emociones, no somos apéndices.
No somos las mujeres las que tenemos que cambiar, somos las mujeres y los hombres, es la sociedad a la que el feminismo aspira a transformar entera. Ellas necesitan saber que pueden ser más allá de los mandatos patriarcales, ellos también. El 8M no va de añadirnos a nosotras más tareas, más mandatos, más deberes sobre cómo debemos ser o lo que debemos hacer. Va de apostar por una sociedad diferente, de empujar por cambios que nos apelan a todas y todos y que a pesar de las tremendas dificultades, van sucediendo.
Me esperanza que mi hijo esté creciendo con las calles llenas de mujeres gritando, pidiendo, quejándose, reivindicando. Me esperanza que sus recuerdos de niñez estén marcados por una huelga feminista, por las conversaciones y planes con amigas y amigos que nos rodean y que empujan con sus ideas y con sus vidas un lugar mejor, por hombres que se esfuerzan por hacer las cosas de otra manera. Me gusta pensar que estamos construyendo algo que ofrecerle también a él, una interpelación como niño y como hombre, pero también un lugar en el que vivir mejor, un feminismo en el que él tiene espacio, futuro y esperanza.