Este 8M nos ha traído no solo las voces reivindicativas de los derechos de la mujer sino algunos otros añadidos de notable interés informativo. La mujer trabajadora que le dio origen fue masacrada por protestar contra las discriminaciones laborales que sufría aparece casi olvidada. Porque esta fecha parte de aquel día en 1908 cuando 129 obreras textiles de la fábrica Cotton de Nueva York resultaron muertas, víctimas de un incendio provocado mientras mantenían una huelga en el interior de la fábrica. Los propietarios cerraron puertas y ventanas y las trabajadoras no pudieron salir. Y ya los datos reales se mezclan con diversas fantasías en las búsquedas por Internet. El borrado de la memoria también llega a esto. Y se sitúa, desde luego, en el origen de un gran número de problemas actuales.
Cada 8M es distinto. Sube y baja como en una montaña rusa por las presiones externas e internas. Este 2024 registra un aumento del machismo, en los hombre jóvenes sobre todo, parejo al incremento de la ideología ultraderechista. Detrás están los fallos del sistema educativo en este tema y de la información. Pero tampoco cede la firmeza de muchas mujeres.
La encuesta de El País para el 8M de 2024 refleja que los varones entre 18 y 26 años son los más machistas de todos los grupos de edad frente a las mujeres de ese tramo que son las más feministas. Los mayores de 59 años, los más conscientes de las desigualdades y las dificultades que encuentra la mujer, con un porcentaje, sin embargo, de solo el 55%. Parece pues que algo más de la mitad de los hombres de este país es machista, y hasta el 40% de las mujeres, también. A estas alturas del siglo XXI creen por lo visto en la superioridad del varón y su derecho a ostentar esa supremacía.
Un análisis de microencuestas del CIS elaborado por Público apunta la brecha ideológica que también divide la juventud: ellos, más de derechas que nunca y ellas, cada vez más de izquierdas. Los chicos han desbancado en ese puesto a las mujeres mayores de 65 que lo ostentaban.
Este 8M los dos periódicos que abrían portada con la conmemoración feminista y con un gran despliegue eran El País y Público, los únicos -con 20 minutos que le dedicaba la cuarta columna-, dirigidos por periodistas mujeres. Y esto es de todos. Son raros, aunque cada vez haya más, los artículos escritos por hombres. En elDiario.es sí lo ha hecho, por ejemplo, Juan Luis Sánchez. Pero nadie podrá esgrimir para ser machista que desconoce la realidad. Al menos, las mujeres asesinadas por serlo y haber sido adjudicadas por un varón –unido por lazos sentimentales en algún momento– como de su propiedad.
La política no está a la altura, a pesar de los grandísimos avances logrados por gobiernos progresistas, Falla por el clima disuasorio y desesperanzador que provoca. Mientras discuten si lo perros son galgos o podencos se les va la sociedad por el sumidero. ¿Conocerán los jóvenes de hoy la fábula de Tomás de Iriarte? ¿Y los adultos? Venía a contarnos que el olvido de lo esencial causa estragos. La dialéctica política se ha convertido más en discutir que en hacer de cara a la gente. Más aún: en no hacer lo correcto por el bien común en los que más gritan. Pero ésta es otra historia. Salvo por las consecuencias que se derivan como esta vuelta a la ideología cavernaria.
Ultraderecha y machismo van unidos. Y hoy no ha faltado la boutade de la presidenta de Madrid preguntándose cuándo será el día del hombre. Falangista de origen y sin escrúpulos busca ese nicho ultramontano de votantes a su imagen y semejanza.
La derecha y el machismo se quitaban leyendo, se decía: con la educación. Los colegios españoles nunca llegan en el temario a estudiar el franquismo. Los públicos tampoco. Los religiosos se diría que casi al contrario. De ahí que haya jóvenes que reivindican a Franco nada menos. Les vendría bien entrar en un programa virtual a manera del El Ministerio del Tiempo y ver qué era aquello; en particular a las chicas, salvo que optasen a ser una Pilar Primo de Rivera como parece representar Ayuso. De la hornada cañí del siglo XXI. Sin copas ni terrazas.
Celebración mundial, la influyente revista alemana Der Spiegel, explica que “Los nazis prohibieron el Día de la Mujer por considerarlo una obra del diablo de izquierdas y la dictadura de la RDA lo revivió”, dice textualmente la publicación. Por ahí van los tiros de la ultraderecha actual que tanto ha contagiado a buena parte de derecha tradicional. No debe ser consciente del callejón sin salida en el que se está metiendo.
Presiones externas... e internas. Tras aquel esperanzador 8M de 2018, aquel tsunami de razones y coraje, aquella huelga de un día convocada por periodistas que aglutinó Ana Requena Aguilar y a la que se sumaron científicas, educadoras, investigadoras, estudiantes, enfermeras, abogadas, Kellys, deportistas, sanitarias, pensionistas, cuidadoras, las mujeres del ámbito rural... el sistema reaccionó y la montaña rusa bajó de las alturas. A mucha gente le disuade la desunión del feminismo actual, con ataques cruentos incluso. Y el freno que vuelve a un ministerio amable que no moleste a los machistas.
Yo misma subo en ese noria. Son muchos 8Ms sin lograr consolidar los avances a un punto sin retorno. Y estamos en ese lugar ahora si escala más la ultraderecha. Cuando vi el papel de mi madre y mi abuela en casa, de tantas mujeres con sus ansias de libertad metidas en carpetas con recortes de periódicos, poemas, libros, entendí que no era justo y no lo iba a secundar fácilmente. Se trataba de vivir el feminismo, los derechos, la libertad a poco que se pudiera. Y la verdad es que, si miramos atrás, muchas lo logramos. Estamos en un momento crucial ahora. El 8M no es una fiesta, sigue siendo una lucha en la que, eso sí, nos celebramos las mujeres a nosotras mismas. Con el hombre que lo entienda y quiera, por supuesto. Hasta los más grandes pueden ser condescendientes nada más, pero sirve si lo intentan. Pilar del Río, viuda de José Saramago, escribe sobre un texto de su marido para Ellas: “Quedo siempre asombrado ante la libertad de las mujeres (...) cada una de ellas es capaz de sorprendernos súbitamente poniendo ante nosotros extensísimas campiñas de libertad, como si por debajo de su servidumbre, de una obediencia que parece buscarse a sí misma, alzasen las murallas de una independencia agreste y sin límites”.
Es eso, pero una y otra vez hay que levantar lo destruido y volver a reedificar. Como en el mito del castigo que Zeus impone a Sísifo, rey de Éfira, obligado cada día a subir un peñasco a la montaña que al llegar a la cima rodará hasta abajo y habrá de empujar al día siguiente para volver a subirla de nuevo.