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Aborto sin bisturí

Bárbara Celis

Aborto es mirar tu exiguo salario, tu paupérrimo extracto bancario, los recibos atrasados, la expresión de ansiedad de tu pareja en paro. Aborto es una legislación que ha permitido que los sueldos de un país se reduzcan a la mitad, acercándonos a economías en desarrollo y alejándonos de la Europa a la que supuestamente pertenecemos. Aborto es que las empresas despidan en masa a sus empleados, que no haya una política de alquileres que permita a las parejas jóvenes independizarse, que sea casi imposible mantener a un hijo con un solo sueldo.

Aborto es que te obliguen a elegir entre ser madre devota y sacrificada, que aparca su carrera profesional para entregarse a la crianza, o ser una madre trabajadora y cargada de culpas que aparcará a sus hijos en una guardería desde los cinco meses y sólo les verá crecer los fines de semana. Aborto es que haya familias que ni siquiera puedan costearse una guardería. Aborto es que no haya una vía intermedia, un tejido social que permita que las mujeres no tengamos que elegir entre criar solas o desaparecer, que toda la sociedad se implique en la crianza de los hijos.

Aborto es aquella milonga que nos vendieron a las de mi generación (las que nos acercamos o superamos los cuarenta), 'retrasa tu maternidad, ocúpate de tu carrera profesional, gana dinero'. ¿Para esto queríamos nuestras carreras, para trabajar diez horas diarias y que tras veinte años de experiencia nos echaran a la calle o, aún peor, para que nunca llegáramos a conseguir ningún tipo de estabilidad económica con la que atrevernos a tener un hijo? Aborto es trabajar para alimentar una máquina de producción económica cuya avidez no tiene límites pero cuya generosidad ha quedado relegada a algunos países del norte de Europa, donde aún es posible ser madre sin morir en el intento.

Aborto es miedo al futuro. Lo escucho a menudo entre mis amigas, muchas de ellas con tremendas ganas de ser madres y con demasiadas dudas y temores económicos. Y ellas a su vez se lo escuchan decir a otras mujeres. No hay cifras, no hay estadísticas, pero el miedo a la incertidumbre que pesa sobre las madres y padres potenciales de este país provoca diariamente miles de abortos, probablemente más que los 100.000 que practican los médicos anualmente. Son abortos virtuales, no se practican en quirófanos, los bebés ni siquiera llegan a ser concebidos. Sin embargo, tienen consecuencias reales: en España cada vez nacen menos niños. Miles de mujeres abortan cada día en sus cabezas porque lo único que ven a su alrededor es hostilidad.

El señor Gallardón piensa que con su ley del aborto subirá la natalidad. Pobre ingenuo. Su Gobierno es uno de los principales responsables de que en España se hayan multiplicado los abortos. Y aunque él sólo piense en los abortos físicos, yo y miles de mujeres pensamos en los hijos que nos gustaría tener y nunca podremos por culpa de un Gobierno que se ha ocupado de alejar de nuestro horizonte la posibilidad de ser madres.

Mientras en Alemania se incentiva la natalidad con ayudas sociales de todo tipo y se piensa así en el futuro de las pensiones, en España la solución a la bajada de la natalidad es obligar a las mujeres a ser madres, incluso en contra de su voluntad. Es una de las mayores memeces que se han escuchado en la política occidental del siglo XXI. Y así pasarán a la historia estos tipos del PP, como memos. Mientras, miles de mujeres vivirán el doloroso calvario de abortar en Londres o en París y otras seguiremos abortando diariamente en nuestras cabezas. Porque aunque Gallardón no lo sepa, abortar es una de las experiencias más desgarradoras por las que atraviesa una mujer, aunque no medie un bisturí.

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