Las claves del coronavirus
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Dicen que tenemos que quedarnos más tiempo en casa. Lo haremos. Nos dicen que tendremos que volver a apretar mandíbulas y soportar otra crisis, que quizás sea la peor que hemos vivido. Dicen, también, que saldremos adelante, que lo conseguiremos. Ahí estaremos dándolo todo. Pero también han dicho una cosa, como de pasada, que me ha roto el alma… Han empezado a hablar de que cuando salgamos de nuestras casas, cuando volvamos al sol de la calle y a sentir la brisa del mar… No nos podremos tocar como antes. Puede que tengamos que llevar mascarilla todo el verano, y en lugar del tirante del bikini, el sol nos deje marca de nariz abajo.
Puedo arremangarme y volver a trabajar duro. A temer por mi salario, a afrontar la austeridad, a volver a empezar casi de cero pero más mayor. Sí. También cada revolcón económico me pilla en peor edad. Pero lo que no sabré gestionar es el no poder tocar, abrazar, achuchar y besar a toda la gente que quiero. No poder estar codo con codo en una terraza al sol con mis amigos, no poder cogerme del bracete de mi querido Manu mientras paseamos por Malasaña. O no dar un triple abrazo cuando me encuentre con Alba y Marta en la playa de Barcelona. O abrazar fuerte a mi hija y olerla, aspirar su olor profundamente. Eso no lo puedo soportar, es lo que más me cuesta aplazar.
El tópico dice que el carácter latino es cálido y cercano. Somos de tocar y abrazar, efusivos hasta el punto de intimidar a quienes intentan mantener distancia. He escuchado en una tertulia decir que se impondrán relaciones a “la japonesa” partiendo de otro tópico, que es que los japoneses no se tocan. Esa España sí que no me la imagino. Y tengo claro que es lo que más me va a costar acatar.
Una de las mayores ilusiones del final del confinamiento era esa… salir en tromba a la calle a abrazar a mis vecinos, a las cajeras del súper. Y en el trabajo abrazar incluso a quienes me caían mal… Imaginar que todos los poros transmiten felicidad y alegría. Cariño y reconocimiento en lugar de virus y muerte. Volver a sentir piel con piel. Y que suenen, otra vez, las palmadas en la espalda. Los besos en las mejillas y en los labios… Dejar de percibirnos como peligro, y volver a tenernos como sostén unos de otros. La calidez del amigo, de la familia, de los que te hacen sonreír y te alegran la vida. No me pidáis, por favor, que postergue más eso. Si salgo de casa será para comerme el mundo a besos. No quiero más abrazos rotos.
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