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Abrir los balcones, apagar las tertulias

Fotograma de El Rayo verde (Éric Rohmer, 1985)
20 de febrero de 2021 21:47 h

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Una se cambia de casa. Se cambia de esquina, de patio, de edificio, de escenario. Con suerte, si puede, permanece en el barrio. Si le dejan. Desmonta la casa. Hace limpieza, necesita un reseteo: tira cosas, regala, dona, comunaliza todo lo posible. Guarda otras miles de mierdas inservibles porque los consejos del minimalismo no le calaron lo suficiente. Una escucha la radio por la nueva casa aún vacía. Escucha que, en el hemisferio austral, el curso comienza en marzo. Escucha que, según el calendario lunar, el cambio de año se produce en febrero. Un amigo recuerda que un amigo y su familia han decidido que en su casa 2021 va a empezar con la consagración al buey de metal del horóscopo chino. Nada de rendir pleitesía a aquellas uvas fallidas del uno de enero que dieron paso a la borrasca innombrable. La que nos partió cientos de árboles en dos, congeló personas y procesos de esperanza en ciernes y que también trajo cien nombres nuevos para nombrar la belleza fugaz de la nieve. Una sigue escuchando la radio: la ONU ha enviado una dura carta al Gobierno acerca del incumplimiento del derecho internacional para con los habitantes de la Cañada Real. Cae la noche. A la mañana siguiente, una se entera por la misma radio cómo se ha detenido a un rapero dentro de una universidad. A una le parece que está empezando a hacer más calor ahí fuera. 

Una cambia pues de calendario y decide volver a ilusionarse con esa luz nueva que se vislumbra en el aire. Una sigue con su mudanza. Sube cosas a Wallapop: la mochila de montaña que ya no usa, los patines de línea. La caja de libros autoeditados sin vender, ¿dónde se deja? En el bulevard de los sueños rotos, contesta textualmente el mismísimo Sabina desde la radio de la que salen las tertulias. Esa misma tarde, una quiere volver a chutarse el aire precoz de la casi primavera, abre el nuevo balcón de la nueva casa pero enseguida le llega un tufo a chamusquina. Una escucha el desfile de sirenas subiendo por la calle Embajadores dirección a la Puerta del Sol. En el programa de la noche, gente privilegiada se apresura en criminalizar la juventud y la violencia. Pero si justo ayer aplaudían cierta necesaria valentía de la serie Antidisturbios por cuestionar la violencia institucional. Una siente la disociación, la preferencia de la ficción para relacionarse con la realidad sin tocarla. Una asume que será una de esas noches de incendiarse en redes con un dedo y apagar la radio con otro. 

Una experimenta por primera vez la atomización y se pregunta si será la edad, la pandemia, o la prórroga del fin de historia. Una quiere aprender a ordenar el mundo pero la historia corre más rápido. Una mira y no mira la imagen de la chavala con la cuenca del ojo ensangrentada mirando al cielo. La foto rima con otra tomada en otro punto del mapa: una pantorrilla llena de perforaciones por balines. Una también sabe que tampoco hace falta hacer nada para que una carga venga hacia ti. Pero qué sabrá una, si su principal preocupación de esta semana es cómo empaquetar una cuna sin tener que desmontarla. Una constata que se está preparando una primavera calentita, muy de abrir balcones. De que corra el aire. 

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