“¡Que se abstenga Txapote!”
Después de haber agitado la campaña electoral más infame y mentirosa de esta etapa democrática con el objetivo de “derogar el sanchismo”, Alberto Núñez Feijóo pretende ahora, como no le salen las cuentas con Vox, que el PSOE se abstenga en la sesión de investidura y le facilite el ascenso a la presidencia del Gobierno, con el argumento de que el PP fue el partido más votado el 23J. La artillería mediática de la derecha ya se ha puesto en marcha para corear que los socialistas deben arrimar el hombro para garantizar la estabilidad de España, mantener a raya a los “extremistas de cualquier signo” y evitar una posible situación de bloqueo que obligue a una indeseable repetición de las elecciones. Al mismo tiempo, ya le están avisando al líder del PP de que, si no consigue el objetivo de llegar a la Moncloa, le espera un destino similar al de su antecesor Pablo Casado, a quien contribuyó en su día a enviar al destierro.
Solo desde el cinismo puede reclamar el apoyo de Pedro Sánchez el líder de un partido que declaró “ilegítimo” al gobierno y emprendió contra el presidente una campaña sostenida de desestabilización desde el mismo momento de su llegada a la Moncloa. Han sido cuatro de años de ofensiva feroz, plagada de insultos, bulos y desprecio, en la que no faltaron insidias contra la limpieza de los procesos electorales y actos de deslealtad institucional que, de haber prosperado, habrían tenido consecuencias nefastas para el conjunto de los españoles, como cuando Feijóo acudió a Bruselas para torpedear las ayudas europeas o desacreditar ciertas medidas sociales que necesitaban el visto bueno comunitario. Cuatro años de poner en entredicho la fiabilidad del mercado español con el objetivo de perjudicar a Sánchez, sin que les importase el impacto que tal irresponsabilidad podía provocar entre los inversores internacionales. Cuatro años de secuestro del órgano rector del poder judicial para utilizarlo como ariete contra el Gobierno e intentar enterrar los escándalos propios de corrupción. Cuatro años de repetir machaconamente la palabra “Falcon” hasta incrustarla en el cerebro de decenas de miles de cuñaos que la repetían como un ejército de zombies en bares y reuniones familiares. Cuatro años de vociferar sin descanso la falsedad de que Sánchez gobernaba con “filoetarras”, llegándose al paroxismo en la campaña del 23J con el ultrajante “¡Que te vote Txapote!”, lema que aún se seguía escuchando la noche del domingo entre los simpatizantes del partido mientras un atribulado Feijóo emplazaba desde el balcón de Génova al PSOE para que le facilitase la investidura.
El “¡Que te vote Txapote!” quedará inscrito en la historia de la ignominia política. Fue ofensivo no solo con numerosas víctimas de ETA –varias organizaciones exigieron a Feijóo que se desmarcara del eslogan, pero la respuesta del PP fue alentar a otro grupo de víctimas para que lo respaldaran-, sino también con los votantes del PSOE, por la identificación que se hacía de ellos con el terrorismo. No sorprende que estos respondieran ayer a la petición de Feijóo inundando las redes sociales con la frase “¡Que se abstenga Txapote!” o difundiendo masivamente la noticia del medio satírico El Mundo Today titulada ‘Feijóo le pide a Sánchez que le ceda los votos de Txapote para ser presidente’. En efecto, no parece muy ético pedir el apoyo de un adversario al que has acusado sin pausa de nutrirse de los votos de los terroristas. La pregunta es si cabe esperar un sentido ético claramente definido en quien dice como justificación de su amistad con un delincuente: “Cuando lo conocí había sido contrabandista, no narcotraficante”.
El portavoz de campaña de Feijóo, Borja Sémper, manifestó ayer que el PP buscará identificar con los socialistas “cuatro o cinco retos” que permitan establecer algo aproximado a un pacto de legislatura. Cuatro o cinco, o tres, o siete, qué más da, como si fuesen churros. Se trata de una mera teatralización, como lo fue aquella escena en el cara a cara televisivo en que el candidato del PP extendió una especie de contrato a Sánchez para que se comprometieran a apoyar la lista más votada. Lo dijo pocos días después de afirmar, en el Programa de Ana Rosa, que si necesitaba los síes de Vox para la investidura era “lógico” que la formación ultra entrara en su gobierno. Sánchez, por supuesto, no le contestó en aquella ocasión y, previsiblemente, no le responderá en esta. Más aún cuando ya se han celebrado las elecciones y los resultados le dan al líder socialista la posibilidad de mantenerse en la Moncloa en coalición con Sumar y con el apoyo parlamentario de partidos que lo han apoyado de manera intermitente a lo largo de la legislatura. Si no lo consigue, se repetirán inexorablemente las elecciones. Habrá que ver qué ocurre en el PP y en Vox, y en la relación entre ambos, hasta entonces.
Por mucho que se proclame ganador de las elecciones del 23J, Feijóo las ha perdido. Su pretensión era gobernar, y en una democracia parlamentaria gobierna no necesariamente el partido más votado, sino quien logra construir una mayoría de investidura. Como lo hicieron Ayuso y Moreno Bonilla en Madrid y Andalucía en 2019, pese a haber quedado segundos tras el PSOE, o como lo acabamos de ver en Extremadura, donde gobiernan el PP y Vox pese a que ganaron los socialistas. Pero a Feijóo no le cuadran los números para sacar adelante su investidura pese a ser el ganador en votos y escaños. Dio luz verde a la normalización de Vox –por mucho que intentara navegar en la ambigüedad- y ha terminado tan contaminado por la ultraderecha patriotera, xenófoba, antifeminista, negacionista y homófoba que ningún partido aceptaría hoy aliarse con él, salvo, tal vez, el diputado de Coalición Canaria y el de UPN. Y atacó con tal virulencia al PSOE, a su socio Unidas Podemos y a sus coyunturales aliados parlamentarios que cerró todas las vías de interlocución.
Seguramente veremos a Feijóo alardear de que el desplome de Vox, celebrado por los demócratas europeos en un momento de avances de la ultraderecha en buena parte del continente, ha sido un éxito suyo. Y, al menos en parte, hasta puede tener algo de razón, ya que las apelaciones al voto útil hechas por el PP incidieron en una merma de los resultados de la formación de Abascal, como este mismo ha reprochado al líder popular. Sin embargo, se trató de una estrategia electoral, no de una toma de posición democrática frente la extrema derecha como la que mantienen partidos de centro-derecha en otros países europeos, lo que resta ejemplaridad a su supuesta proeza. El hecho es que el PP de Feijóo se enredó con Vox y esa relación inextricable le está pasando hoy al candidato una gravosa factura. Factura que probablemente pague con su inmolación política.
46