Siguen pasando de mí. Hace años pedí a los del supermercado que dejaran de echarnos su folleto semanal en el buzón porque va directamente al cubo de reciclaje, sin mirarlo siquiera. Pero no hay manera.
Lo mismo ocurre con el folleto de la pizzería, el periódico de los del “yo no soy tonto” con los chollos en electrónica, el del 3x4 en neumáticos del taller o los tarjetones del “compro oro”, entre muchos otros. Según nuestros cálculos, el 80% de lo que llega al buzón es propaganda indeseada: un absurdo derroche de recursos naturales que no hay manera de atajar.
Todo ese papel impreso, esa tinta, esas imprentas a todo trapo. Esas furgonetas de reparto consumiendo energía y generando emisiones que contribuyen a recalentar el clima. Todo ese baldío esfuerzo ¿para qué? ¿Hasta cuándo?
Por lo menos, en nuestro caso, nos queda el consuelo de que va a parar al contenedor azul y sabemos que se va a reciclar. Pero esa no es la solución. La verdadera solución es que dejen de llenar los buzones de la gente con folletos tan inútiles en su propósito comercial como costosos para el medio ambiente.
La pregunta es: si está claro que ese boletín de ofertas editado a todo color no cumple con su objetivo, ¿por qué se gastan tanto dinero en editarlo y buzonearlo? Hace un tiempo descubrí el motivo y, aunque lo he contado en más de una ocasión, quiero aprovechar este rincón del diario para denunciar que siga ocurriendo.
Porque lejos de lo que pudiéramos pensar, las grandes superficies comerciales y las cadenas de supermercados no pierden dinero sino que ganan mucho con la edición y distribución de esos costosos folletos. Tienen convencidos a sus proveedores de que cuando sus marcas aparecen reseñadas venden más, por lo que les exigen un pago a cambio. Cuanto más grande y mejor situado aparece el producto en el folleto más dinero paga la marca.
Es decir, que aquí el único que sale perdiendo es el medio ambiente, porque el del súper gana un pastón con cada folleto. Nuestro buzón es para ellos un argumento de venta: nosotros en realidad no somos su cliente sino su proveedor. Somos los que le cedemos gratuitamente el buzón para meternos cada semana en casa su boletín de ofertas. El negocio está en el folleto, y es tan redondo que a menudo obtienen más margen de beneficio por lo que le cobran a las marcas por aparecer que por el margen de venta.
Por eso me dirijo a las marcas. En especial a esas marcas alineadas con la creciente tendencia social del respeto al medio ambiente. Una tendencia que es ya imparable. A esas marcas que quieren demostrar a sus consumidores su voluntad de hacerlo cada día mejor y reducir la huella ecológica de sus productos. A esos fabricantes con ganas de echar una mano que intentan ahorrar materiales de envasado a través del ecodiseño, reducir el consumo de agua y energía en sus procesos industriales y optimizar las rutas de transporte. ¿Por qué se prestan en cambio a costear este absurdo derroche de recursos naturales? ¿No les parece una contradicción?
Las marcas de gran consumo pueden hacer mucho para acabar con el buzoneo de propaganda indeseada. Son muchas toneladas de papel al cabo del año, muchas toneladas de gases con efecto invernadero. Si acaban con ello las podrían incluir en su memoria medioambiental como aportación al desarrollo sostenible. ¿Creen que los consumidores del siglo XXI, hiperconectados y cada vez más exigentes con el cuidado medio ambiente, dejarían de comprar sus productos por no aparecer en esos folletos?
Les animo a que hagan la prueba, tomen esa decisión y comuníquenselo a sus consumidores: hemos decidido dejar de aparecer en los folletos de buzoneo para evitar el malgasto de papel. Tal vez se lleven una sorpresa. Desde luego sería una muestra de sentido común y de responsabilidad ambiental corporativa. Ustedes que pueden, acaben con el buzoneo.