Errores humanos

Hace unos años viajaba en un autocar entre Madrid y Córdoba. A mitad de camino, observé desde mi asiento que el conductor bajaba y subía la cabeza repetidamente. Me acerqué, y descubrí que el tipo estaba entretenido con un juego del móvil mientras conducía. Entre pieza y pieza del Tetris le echaba un ojo a la autovía. Le llamé la atención y encima se cabreó: “oiga, que yo controlo, que esta carretera me la conozco con los ojos cerrados”.

Si viajo en tren y evito el autocar es, entre otros motivos, porque me siento más seguro. Doy por hecho que la mayoría de conductores de autocar son profesionales prudentes, pero no quiero estar a bordo si un día se me cruza un descerebrado que juega partidas al Tetris a 120 km/h (o un conductor que ha doblado turno, que también los he visto).

En el tren, en cambio, siempre creí que la seguridad no dependía tanto de la persona al volante. Un tren no es un autocar ni un avión, la diferencia es obvia: circula por raíles, en itinerarios controlados, lo que permite mucha más automatización. De hecho, hay sistemas de trenes sin conductor que funcionan en algunos países, sobre todo en metro y trayectos breves.

Una de las hipótesis sobre el accidente de Santiago es que el maquinista se distrajese con su teléfono móvil. Al saberlo recordé a aquel conductor que me quitó las ganas de volver a subir a un autocar, y pensé en las muchas veces en que he subido a un tren Alvia. ¿Me están diciendo que un tren que va a 200 km/h y lleva cientos de pasajeros depende totalmente de que el maquinista no se despiste? O de otra manera: hoy mismo podría repetirse el mismo accidente en el mismo punto, si otro maquinista se equivocase con la aparente facilidad con que se equivocó el del tren estrellado.

Ya sé que la seguridad total es imposible, y que hay que vivir con ciertas dosis de incertidumbre y riesgo. Y tampoco quiero un tren robotizado, sin maquinista. Pero por lo que vamos sabiendo, el Alvia de Santiago podía haber sido más seguro de lo que era, y a un coste perfectamente asumible. Sin embargo, nuestros gobernantes insisten en el error humano, para descargarse de responsabilidad. Y sí, es cierto que hubo un error humano. O más bien, varios errores humanos, no solo el del maquinista.

Error humano es diseñar un tren a velocidades que disminuyen la capacidad de reacción humana, para luego dejar una maniobra peligrosa (la reducción de 200 a 80km/h en pocos kilómetros y con una curva cerrada) a merced de la atención o el despiste de una sola persona.

Error humano es poner en funcionamiento un tren de esas características manteniendo un trazado de vía y un sistema de seguridad pensados para trenes más lentos, quizás para inaugurar antes, o para ahorrar dinero en expropiar terrenos y extender nuevas vías.

Error humano es tener instalado en el resto del trayecto un sistema avanzado y sin embargo no utilizarlo.

Error humano es querer llevar el AVE a todos los rincones, a un coste que hoy no podemos asumir y que ya veremos si no acaba deteriorando el mantenimiento y la seguridad de las líneas ya existentes. El AVE en sí mismo, con o sin accidente, es un enorme error humano, que antes de la crisis nos parecía fantástico, y cuyo verdadero precio ahora conocemos.

Error humano es salir en tromba gobernantes y medios afines a señalar (y linchar) a un culpable urgente que cierre el caso cuanto antes, sin dar explicaciones suficientes, sin esperar a la investigación, y demasiado preocupados por la repercusión en los contratos pendientes en otros países.

En efecto, hay muchos errores humanos detrás del accidente. Algunos de ellos también podrían ser considerados como imprudencias, no solo la distracción del conductor. Y también deberían implicar responsabilidades y consecuencias.

Me gustaría seguir subiendo al tren sintiéndome tan seguro como antes. Y no pensar que a los mandos del país hay gente que se distrae jugando al Tetris.