Ya que este texto en entregas es una visión particular, debiera ofrecer alguna reflexión acerca de mi relación con la política, no habiendo querido nunca ser un político la política afectó toda mi vida condicionándola, pero no creo que eso interese a los lectores de esta sección. Sin embargo, fue desde esa posición ambivalente que me interesó la figura de Zapatero, no basta la explicación que ya he dado de que la segunda legislatura de Aznar puso en peligro la democracia misma y era una obligación apoyar un cambio, vi algo en aquel hombre joven que lo hacía sustancialmente distinto de los políticos españoles en general y de los socialistas en concreto.
LA APARICIÓN DEL PSOE. Más allá de los libros de historia que trataban del primer tercio del siglo XX, recuerdo la primera vez que oí hablar de la existencia del PSOE, debió de ser en 1975, un catedrático de Economía, Francisco Bustelo, había llegado a Santiago y sondeaba cómo crear en Galicia ese partido. Bustelo era una figura respetable y aquel pequeño grupo inicial se presentó con la humildad que correspondía a recién llegados. Por otra parte, aquellas siglas tenían algún tipo de atractivo, remitían a una época y una cultura republicana que era fácil idealizar, pues era completamente desconocida en aquella sociedad troquelada por curas y militares; tampoco el antifranquismo contenía una cultura cívica, pues estaba naturalmente empapada de cuartel y sacristía. Pero, tras la muerte de Franco, aquel embrión se transformó, hinchó e hinchó.
La experiencia revolucionaria de Portugal por aquellos años, la “Revoluçao dos Cravos”, fue definitiva para que EEUU apoyase a la Internacional Socialista en Europa con el fin de anular a los partidos comunistas, llegaron los marcos alemanes y todo tipo de apoyos tácticos y fácticos y el PSOE barrió a toda la izquierda antifranquista. Sin ese contexto histórico no se comprende el lugar que ocuparon González y Guerra en las décadas siguientes ni se comprende al partido que recrearon, una organización con un programa de reformas sociales pero nacida y preparada para administrar el Estado dentro de estructuras internacionales dadas. El idealismo sincero de militantes fue quedando al margen, y aun aplastado por los profesionales de la política, con la inevitable carga de cinismo que eso conlleva.
EL PSOE EN GALICIA. Pero mis reticencias no sólo se fundamentan en una apreciación general sobre ese partido en España sino, de un modo muy concreto, a su relación con Galicia y que se concretan en dos decisiones absolutamente perjudiciales y también significativas.
Recuerdo a la presentadora de TVE (la única emisora entonces) informando de los beneficios que conllevaría para los españoles el tratado de adhesión a Europa que había negociado el Gobierno de González. Fue relatando las ventajas para las producciones de un territorio tras otro y cerró la relación refiriéndose a Galicia, creo que éstas fueron sus palabras exactas: “En Galicia tendrán más facilidad para desplazarse”. Efectivamente, todos los sectores productivos gallegos habían sido olvidados y nos ofrecían facilidades para seguir emigrando, aunque la maleta corría por nuestra cuenta. Hay recuerdos que no se pueden ni deben olvidar.
Y la otra decisión estratégica fue mantener a Galicia como un interesado feudo de la derecha. De ello se encargó un increíble fenómeno político llamado Francisco, “Paco”, Vázquez. Cualquier antifranquista gallego reconocía en él sin dudar a un franquista gallego. Un personaje que reunía todos los ingredientes del franquismo político: la corrupción urbanística, el nacional catolicismo del Opus y el nacionalismo españolista de Falange.
Vázquez, aupado por un lobby de intereses locales, mantuvo completamente anulada a la organización de la que era secretario, el PSdeG, de modo que Fraga pudo reinar y modelar la sociedad. Su pacto con Fraga llegó al extremo de hacer campaña a favor de éste en contra del candidato de su propio partido. No se comprende tal disparate si no es porque a González, en Madrid, le interesaba tener dividido al PP sabiendo que Fraga seguiría desde Galicia interviniendo en la política estatal y mantendría debilitado así el liderazgo de un Aznar recién llegado. Galicia fue la moneda de cambio para frenar el avance estatal del PP.
Sólo salvaría la etapa de Pérez Touriño como secretario, se esforzó por empezar a asumir las responsabilidades debidas del partido con la sociedad gallega. Con estas experiencias se comprende que no esperase nada particularmente bueno de un dirigente socialista y que Zapatero me resultase una verdadera sorpresa.
UN INESPERADO. La llegada de Zapatero a la secretaría, frente a las opciones que eran más previsibles y que se mostraban las más “razonables”, fue una sorpresa; el PSOE era un partido sin fe en sí mismo y sin esperanza en nadie, y de ahí surgió un personaje prácticamente desconocido e inesperado.
Zapatero, sin dejar de ser un profesional de la política y sin pretender romper los marcos establecidos, era distinto; recuerdo que al conocerlo me dije que era un verdadero espectáculo humano, reconocí en él el ímpetu de un joven. No era un revolucionario pero entendía también la práctica política de un modo radical, verdaderamente creía en la política como un instrumento para cambiar las vidas.
Había en él algo de peligro, de aventura, supongo que fue eso lo que me sorprendió. Y creo que eso lo percibieron todas las personas que lo conocieron en ese momento en el que él, tras años incubándose a sí mismo, se manifestó: era un animal joven y peligroso. No pretendía romper el cercado en el que se desenvolvía la política pero su ímpetu hacía que se acercase peligrosamente a los límites, era un animal político por domar. Ese peligro juvenil hace que algunas personas se sientan atraídas y otras, dentro y fuera de su partido, que recelen y sean hostiles. Sí, Zapatero era un inesperado en la política española. Y también un intruso.
UN INTRUSO INCLUSO EN SU PROPIO PARTIDO. Se había mantenido en una cierta penumbra observando y aprendiendo, había ocupado responsabilidades de segundo grado y no pertenecía al círculo de los señalados o protegidos por G y G. Pero lo que lo hacía distinto no era tanto lo que dijo cuando se presentó ante el partido, sino la cultura política que se percibía cuando uno hablaba con él. Su cultura política era distinta a la de la generación anterior y que se veía propietaria del partido, pues efectivamente lo había refundado.
Creo que parte de la autoconfianza, tan característica de Zapatero, nacía de creer que él podía expresar el modo de ver las cosas de una nueva generación que ya no había sido educada por la dictadura y había crecido sin miedo y creyendo realmente en la democracia. Una generación que no había interiorizado el miedo, que no había crecido en una sociedad rígida, jerárquica y burocrática, donde hombres y mujeres vivían en espacios segregados, donde la hombría se adquiría a través de ritos de iniciación brutales como el servicio militar, una humillante descarga de violencia machista y nacionalismo, donde no existía el derecho a la discrepancia ni tampoco a la diferencia...
Los cambios económicos y sociales de las décadas anteriores, facilitados por la generación anterior de dirigentes socialistas, habían creado una nueva cultura social y Zapatero había tomado buena nota de una máxima que repetía González, “los cambios siempre son generacionales”.
OTRA CULTURA POLÍTICA Y OTRO LIDERAZGO. Ese cambio de cultura política se manifestaría políticamente más tarde cuando alcanzase el Gobierno pero entonces ya se percibía, en su trato personal y en su modo de liderar, un modo diferente que desconcertó totalmente a los cuadros del partido formados en las décadas anteriores.
Su estilo de liderazgo nació tanto de sus experiencias generacionales como de su personalidad tan peculiar. Zapatero es un individuo irremediablemente individualista, un solitario. Frente al estilo de G y G, basado en establecer fratrías, entendimientos y complicidades, Zapatero levantó su poder político en una relación, primero con su partido y luego con la sociedad, basada en un diálogo personal.
Todo líder es forzosamente personalista, en su caso eso se evidenciaba más, pues no sabía ocultarlo. Cuando hablaba en el Parlamento hacía un razonamiento concreto y, cuando se dirigía a la ciudadanía, le hablaba a cada persona individualmente; muchas personas que antes habían votado o no a G y G no creían en la sinceridad completa de sus palabras y sus posiciones, sobreentendían la astucia política, en cambio, sí confiaron en la sinceridad de Zapatero.
SE TRATÓ DE UN LAZO PERSONAL. Creo que ese pacto y ese lazo, que saltaba por encima del partido, entre él y las personas que lo votaron, es lo que explica el dolor que expresaron luego muchas personas decepcionadas por su actuación política en sus últimos tres años de gobierno. La rabia que manifestaron muchas de estas personas estos años es significativa de la profundidad de aquella relación, hubo un desengaño personal.
No se trataba de decepción con la política sino de verdaderos sentimientos de desengaño, algo difícil de reparar. Creo que, aunque Zapatero lo intente, sólo el tiempo permitirá que esas personas lo comprendan y lo perdonen. Naturalmente, no me refiero a otras personas que sin haberle entregado nunca su confianza lo insultan, ésa es otra historia de la que trataré más adelante.
Aquel político carismático consiguió durante unos años que el cinismo predominante en la política española cediese el campo a una confianza y una esperanza en que la política podía ser de otra forma, que la política podía ser moralizadora y educadora de la ciudadanía. La crisis trituró ese momento político pero, antes de llegar a ese fracaso, permítanme alguna otra consideración sobre el liderazgo de Zapatero.
ZAPATERO Y SU RELACIÓN CON EL PARTIDO. La idea dominante, sobre todo entre la gente ilustrada y de izquierdas, es que existe “el sistema”. En cierto modo es verdad, pero ello no elimina la consideración de que existen las personas y de que tanto la economía como la política es realizada por individuos, autores.
Los logros de Zapatero nacieron de la misma energía que le creó obstáculos, de su mesianismo. Todo liderazgo fuerte tiene un componente mesiánico mayor o menor; sin duda, él creía ser una figura necesaria para transformar España para mejor, a eso me refería la semana pasada cuando aludía a su nacionalismo regeneracionista.
El propósito de cambiar lo existente, la confianza en sí mismo y el modo radical en que entendía la política le llevaron a pretender recrear también al partido socialista. Desde el aparato se expresaron los temores de la generación anterior y se le criticó que pretendiese “jubilarlos”; si bien todo relevo en la dirección de una organización supone la llegada de unos y el apartamiento de otros, en conjunto me parece que fue una crítica injusta pues tuvo gran interés, puede que demasiado, en soldar las generaciones y no fracturar el partido. Sin embargo, el contenido político de su propio liderazgo exigía inevitablemente un relevo político y humano, y eso sólo podría acabar en victoria o en derrota.
La relación que Zapatero mantuvo hasta el final con su partido fue compleja y difícil de desentrañar para todos, incluso para el grupo de jóvenes dirigentes que lo aupó y que se sintió decepcionado con un dirigente que veneraba tanto al partido como institución y su historia y que poco a poco iba cediendo terreno a sus inercias. Sus referencias políticas las buscaba en la propia historia del partido y, aunque siempre se manifestó respetuoso y devoto de la figura de González, lo cierto, sin embargo, es que no sólo rompió con su estilo sino también con algunos lazos.
LA RELACIÓN CON PRISA. Uno, que le acabó resultando muy costoso, fue la relación o el entendimiento entre el PSOE y el Grupo Prisa. Creo que está sin historiar con ecuanimidad el papel de ese grupo de comunicación como verdadero intelectual colectivo de esa época histórica que va de la muerte de Franco hasta aquí, y que bastantes consideramos ya cerrada y, en general, el papel de los medios de comunicación españoles, fundamentalmente madrileños, como parte del poder político.
Se podría resumir en que el PSOE cedió al grupo, principalmente a El País, el papel de educador ideológico de la sociedad española y que la hegemonía política del partido se argumentaba y se alimentaba de las ideas y tendencias que irradiaba el periódico.
El caso es que Zapatero percibió que sería imposible conservar esa relación sin ceder su liderazgo y sin perder la independencia del partido, y se distanció, o rompió la tutela intelectual, de Prisa. Creo que los militantes, si tenían constancia de ello como creo que la tenían, debieran sentirse orgullosos de esa defensa de su soberanía, sin embargo, les pesó la preocupación por las consecuencias negativas que tendría ese distanciamiento, los costes.
ZAPATERO EN LA CORTE. La distancia y los recelos con Prisa cambiaron una pauta muy importante en el espacio de la opinión progresista y de la cultura establecida. Esos recelos se extendieron también a toda una generación intelectual que no había mostrado antes distancia ni hostilidad con el partido de González y que reaccionó con cierta violencia intelectual contra Zapatero.
Desde la distancia, me resulta difícil explicar completamente esa actitud; creo que fundamentalmente nace de esa personalidad individualista y solitaria del propio Zapatero, no hizo los suficientes gestos de reconocimiento de esa intelectualidad establecida. Con anterioridad a ser elegido secretario del partido, Zapatero era un diputado volcado en el trabajo político que hacía en Madrid una vida social mínima y que viajaba de vuelta a León en cuanto el trabajo parlamentario lo permitía.
Zapatero puso énfasis en conservar su vida personal y familiar, en parte por su propia naturaleza y lazos personales y en parte porque entendía las relaciones políticas de un modo práctico y formal. Creo que eso le impidió establecer unas relaciones que en una ciudad que es corte, como Madrid, son fundamentales. De nuevo el aspecto personal de la política.
Mi conocimiento es poco pero mi impresión es que en los distintos ámbitos de poder madrileño, sean políticos, económicos, mediáticos, culturales, reina una cultura basada no en el diálogo, el trato y el pacto sino en los entendimientos y complicidades. Y todo eso nace del roce constante, Zapatero fue esquivo para ese tipo de relaciones constantes y permaneció aislado humanamente.
DE 'TROLLS'. En cierto modo, las resistencias que encontró como gobernante eran las de la España tradicional, las mismas resistencias de izquierdas o de derechas que enfrentó la II República.
Hoy nos solemos referir a aquella República fracasada, a la figura de Azaña, del modo en que se tratan los mitos, sin pararnos a analizar y sin aceptar sus contingencias. La España de aquel entonces era una nación sólo posible por la fuerza y un estado imposible, no sabemos cómo habría evolucionado si no hubiese triunfado el golpe de Estado de los militares nacionalistas, en otros estados europeos se daban en aquel entonces tensiones semejantes, pero hubo un factor particular que intervino y que creó enormes perturbaciones a la República: la cultura de guerra civilismo.
Una tradición cultural que se mantiene hoy, que nace de la falta de cultura cívica y que la niega. Igual que entonces, la derecha española es nacionalista, increíblemente clasista, inculta, autoritaria y rancia pero en otros sectores que no se corresponden exactamente con ella domina también el autoritarismo, el nacionalismo, la incapacidad de escuchar y dialogar con el diferente, la falta de respeto al otro y el instinto aniquilador del contrario.
Tanto Azaña como los partidarios de la República en general cometieron fallos clamorosos, merecían críticas pero también respeto y comprensión. Sin embargo, tanto la República entonces como la vida pública o los medios de comunicación ahora están llenos de 'trolls'. 'Trolls' que ayudaron a forjar una tenaza con la derecha para atacar las medidas políticas que inició Zapatero y que primero sorprendieron pero luego encontraron agrias resistencias.
RESISTENCIAS. Hubo resistencias que ironizaban sobre la paridad de las mujeres, que se burlaban de las mujeres ministras. Naturalmente que hubo ministras más o menos incapaces para el cargo, igual que otros compañeros suyos, pero nadie se burló en cambio de 'los Aídos', 'los Pajines'. La ranciedad generacional incapaz de verse al espejo y de aprender algo nuevo.
Pero hubo unas resistencias enormes que veo que ahora nadie recuerda. Pero ¿nadie recuerda aquellas manifestaciones de cientos de miles de personas con sus banderas clamando contra quien vendía a España, traicionaba a las víctimas de ETA, liquidaba a la familia, mataba a los niños, reabría las tumbas y reavivaba el odio fratricida? Fue un carrusel rojo y gualda continuo apoyado por potentes medios de comunicación y por las estructuras de la iglesia católica española y que dividió, como pretendía, a la sociedad. Y eso estuvo ayudado por un matonismo intelectual de una nueva derecha pija, toda esa violencia intelectual pretendía atemorizar y evitar que su gobierno tuviese apoyos. ¿Realmente alguien cree que toda esa oposición no es algo a tener en cuenta cuando se gobierna?
UN CIERTO AIRE CON SUÁREZ. Como ya escribí en esta sección, creo que Zapatero supuso el fin de las posibilidades de este sistema político, intentó actualizarlo y adaptarlo a las transformaciones habidas en la sociedad española en los últimos treinta y cinco años. Vemos que no lo consiguió.
Pero lo intentó. Si queremos referirnos con ecuanimidad a su intento, debiéramos pararnos un momento a hacer recuento de las ignominias de estos dos años de Rajoy en los que, comenzando por su inicial asalto a una TVE que ofrecía un servicio profesional, procedió al desmontaje total de la democracia y al saqueo final de los servicios públicos.
Y quien quiera ser justo debiera quedar un minuto en suspenso y considerar lo siguiente: todas las cabeceras de prensa existentes llamadas 'nacionales' pidieron en su día reiteradamente que Zapatero dimitiese. ¿Sabe alguien de alguna de esas cabeceras de prensa que haya pedido la dimisión de Rajoy? Y, si hicieron lo anterior y ahora no lo hacen, es porque se trataba justamente de eso, de que llegase Rajoy. Ése es el único secreto de aquel ambiente de hostilidad abrumadora desde todas partes y en el que acabaron cayendo muchas personas, abrumadas y decepcionadas.
El final de su etapa política me recordó en parte a la figura de Suárez, en soledad, abandonado por su partido, denostado y recibiendo ataques desde todos los lados. Como él, Zapatero era un intruso insolente y molestó.
Fracasó, claro que sí, toda aventura acaba en fracaso. Aquel potro joven fue encontrando sus límites y puede que haya sido finalmente domado. Pero no quiero cansar, permitan que hable de su fracaso, que fueron tres derrotas, la semana próxima.
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