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Achinar España, ¿para qué?

Rosa Paz

Ahora que todos los voceros de la derecha mediática se habían aprendido el argumentario de la rebaja salarial, aquello de “pero es que tenemos que competir en un mundo global, con los productos que se fabrican en China, y los chinos trabajan muchas horas y ganan muy poco”, resulta que llega la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que no hace ni diez meses andaba recomendando bajar los sueldos de los españoles, y dice que reducir los salarios no mejora la competitividad, agrava el riesgo de pobreza y desincentiva la demanda interna.

Lo dicen economistas con un currículum repleto de másteres de las mejores universidades y escuelas de negocios del mundo, los mismos que todavía en diciembre de 2013 decían lo contrario y que han tenido que esperar a la demostración empírica de que bajar los emolumentos empobrece a los afectados que, por lo tanto, compran menos. Dicen además que no repercute en un descenso del precio de los productos porque muchos empresarios aprovechan el aminoramiento salarial para mejorar sus beneficios.

Parece que a los expertos de la OCDE les ha ocurrido lo mismo que les pasó hace un año a los del Fondo Monetario Internacional (FMI), citados en esta columna la pasada semana, que se quedaron sorprendidos del empobrecimiento ciudadano que habían causado en Grecia sus recetas de austericidio, que no habían contribuido, sin embargo, a la creación de empleo ni a la reducción de la deuda ni, desde luego, a salir de la crisis sino más bien a ahondarla. A ellos les sorprendió el resultado del austericido, al resto de los mortales que no asumieran responsabilidad alguna por el sufrimiento provocado con sus errores a tantísimas personas.

Se podría decir lo mismo ahora, porque han sido estos organismos internacionales, junto con el Banco Central Europeo y la Comisión Europea -lo que, en lo referente a las instituciones europeas, se viene resumiendo en Merkel- los que, imbuidos de un neoliberalismo feroz, han recomendado achinar países como España. Es decir, desmantelar el mercado laboral para, supuestamente, flexibilizarlo, por la vía de recortar los derechos laborales, reducir los sueldos, precarizar los puestos de trabajo.

En fin, aproximarlo al modelo chino de producción. Y cuando eso ya está en marcha y las consecuencias no son las que se preveían -en parte sí, porque seguramente una de las intenciones era debilitar a los empleados frente a los empleadores- ahora resulta que caen en la cuenta de que a lo mejor esa no es la mejor vía para salir de la crisis.

Tampoco proponen un cambio de políticas. Porque aunque la Unión Europea se encamina a celebrar la octava cumbre para hablar de empleo y políticas de estímulo al crecimiento, acaba de someter al austericidio a Francia, y eso que el Gobierno francés arrasó electoralmente hace dos años con un discurso potente en contra de los recortes y a favor del crecimiento.

Aquí, mientras tanto, el Gobierno reincide en derrochar entusiasmo por una recuperación económica que no se sostiene en un entorno europeo estancado y amenazado por las contrasanciones de Rusia, y destilando euforia por un crecimiento del empleo mínimo además de precario. La propia OCDE dice que España es el país donde más bajará el paro hasta finales de 2015. Se quedará en el 23,9%. No parece un porcentaje como para echar cohetes. Más bien suena a año y medio del mismo castigo.