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Acoso escolar: semillero de supremacismo y desigualdad

Mensaje contra el acoso escolar en un centro escolar.
16 de septiembre de 2022 22:49 h

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Cuando se habla de violencia sistémica y simbólica, y el acoso escolar lo es en ambos planos, más allá de las cifras, de las estadísticas y de los números, es necesario observar y estudiar los perfiles de las víctimas, las motivaciones de quienes agreden, el mensaje de “grupo social válido” que se lanza con la agresión y cuáles son los “temas calientes” en la coyuntura política. El acoso escolar, que todavía demasiada gente se empeña en normalizar con un “son cosas de niños” o “esto siempre ha pasado”, contiene un mensaje claro y directo de que el problema no es solo de “las y los niños”, o en su defecto de sus familias. Pero, como tantas veces se dice, es mucho más fácil (y menos polémico) mirar el dedo que señalar la luna, es decir ver hasta qué punto la cultura de la indiferencia, la falta de empatía, el individualismo, la precarización de la vida y la fragilidad de los vínculos pueden estar influyendo en un problema tan grave como el acoso escolar.

El acoso escolar es un síntoma de cómo en las niñas y niños (a partir de determinada edad) no permea el ver la otredad, la diversidad, la diferencia, la fragilidad como algo a lo que proteger, a valorar y atender. El acoso escolar, del que tanto se habla estos días, al igual que otras violencias estructurales, exige ser abordado en toda su complejidad conectándolo también con el orden político, económico, social y sexual en el que estamos inmersos y que potencia un estilo de vida superficial, capitalista y agresivo que profundiza en las desigualdades y alimenta la discriminación. Es simplista reducir el acoso solo a una criminalización-victimización cuando a Saray, la niña (de 10 años) que se intentó suicidar, la acosaban “sus iguales” por ser inmigrante, o cuando de Izán (de 11 años) se burlaban por su aspecto físico; o cuando una niña de un colegio de Jaén (de 11 años) era insultada y humillada por ser trans. Las motivaciones que están detrás de estas agresiones tienen que ver, desgraciadamente, con la coyuntura política y las corrientes anti-derechos. Por eso urge, aunque suene a lo de siempre, educar en la convivencia ciudadana, esa debería ser la mayor urgencia para hacer frente a la violencia escolar, un Pacto de Estado contra el acoso escolar.

Existe el riesgo de caer en soluciones efectistas pero inútiles si no se afronta el problema de fondo. No se trata de más punitivismo, sino de mejor educación, de más educación (a poder ser pública, accesible y también a las y los adultos). No es cuestión solo de señalar a los autores de los hechos, infundir culpa a los testigos cómplices o tener una actitud compasiva con la víctima. El acoso escolar es síntoma de algo mucho más hondo que ni siquiera el mejor de los coordinadores de bienestar podrá abordar si no comprendemos que está conectado con un supremacismo que permea en nuestra sociedad y que adoctrina sobre quiénes son “los otros” tolerables y quiénes no lo son, sobre qué vidas son las que valen y cuáles son de las que se puede uno burlar. 

El acoso escolar es la versión infantil de los incidentes de odio, de hecho, pueden ser denunciados como tales. Es el racismo, el capacitismo, el machismo, el sexismo, la transfobia, el antigitanismo, la gordofobia, el clasismo, la homofobia, etc. lo que está detrás de los insultos, las mofas, las burlas, las agresiones... de las violencias indirectas y directas que ejercen seres que apenas llevan en el mundo más o menos una década. Preguntémonos seriamente qué es lo que está pasando, preguntémoselo más en concreto a políticos, periodistas e influencers, a quienes crean “cultura”. Si pasamos por alto la trascendencia del tema es posible que haya centros educativos, que la escuela, corra el riesgo de convertirse en un campo de entrenamiento sobre cómo ejercer dominación y a la vez ser popular, cuando debería de ser y todos esperamos que sea un espacio de encuentro y aprendizaje donde se materializan, entre otros, el derecho a la educación y a jugar, el derecho a crecer feliz. De eso va la infancia, ¿no? 

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