El acoso online que silencia a las mujeres de la prensa
En los mítines de la campaña presidencial de Donald Trump, la escena se repetía. Algún hombre merodeaba cerca de las mesas para periodistas al final del gimnasio o colegio de turno -los lugares de los mítines de campaña no son muy glamorosos- preguntando con aire de pocos amigos por alguna periodista que había visto en Twitter. A veces, había insultos escritos en las hojas de papel para reservar el sitio antes de que llegáramos. En otras ocasiones, el acoso iba más lejos.
Una colega, periodista política, me contaba cómo le habían llegado a su dirección personal esvásticas y otros símbolos antisemitas. Para ella, como para otras periodistas, el acoso había empezado en Twitter y otras redes sociales que protegen el anonimato y se benefician del asalvajamiento de sus foros.
En aquella campaña que marcó un hito de acoso a la prensa en Estados Unidos también había colegas hombres insultados online o en vivo, pero el comportamiento más crudo y más dado a ataques y amenazas personales era contra las mujeres. Algo documentado en todo el mundo y habitual también en España.
Basta echarle un vistazo a las respuestas de casi cualquier tuit de la periodista Ana Pastor para perder la fe en la humanidad. Tampoco anima el nivel de agresividad de las reacciones que reciben a diario los tuits de Lucía Méndez o Esther Esteban. En mayor o menor medida, sucede a todos los niveles de exposición.
Hace unos días, en una reunión de las columnistas de eldiario.es, un punto de preocupación común era el nivel de ataques personales tanto en las redes como en los comentarios de este periódico. Les pasa tanto a las autoras más contundentes y reconocibles como a las expertas más asépticas y menos habituales en los medios. Las “consecuencias” de escribir un análisis o incluso compartir una noticia o una anécdota suelen ser mucho más altas que para sus colegas hombres.
El acoso contra las periodistas en particular es una amenaza creciente contra la libertad de prensa, según el último estudio del Comité para Proteger a los Periodistas (CPJ) sobre este asunto.
El acoso online es la amenaza omnipresente para el 90% de las encuestadas en este estudio en Estados Unidos y Canadá con ejemplos que habitualmente incluyen amenazas sexuales. Las encuestadas son novatas y veteranas -tienen desde seis meses hasta 37 años de experiencia-, trabajadoras de plantilla y periodistas freelance. Y reportan un fenómeno nuevo que tiene que ver con la tecnología, pero también con el triunfo de Trump y sus imitadores, de esos políticos que animan abiertamente a la persecución de periodistas (en el caso del presidente de Estados Unidos, con una obsesión especial contra las periodistas mujeres).
En muchos casos, la reacción de las mujeres, como cuentan las encuestadas, es evitar cualquier asunto político o ligeramente polémico en redes sociales, incluso aunque sea sólo para compartir sus artículos de información sobre el tema. Otra opción habitual es salirse de las redes del todo. Es el escenario buscado por las campañas organizadas o por los individuos aislados. Y que también tiene un efecto a medio plazo en las dificultades que tenemos los medios para conseguir secciones de opinión o charlas públicas donde la mayoría de los que escriben o hablan no sean siempre hombres.
El hecho de que los ataques online sean menos graves que los ataques físicos que siguen siendo una lacra en México, Venezuela, Marruecos o Rusia no resta importancia a este fenómeno, que a veces es la antesala de algo peor. La organización de la ofensiva contra periodistas empieza en redes y acaba con piedras en la calle, como le pasó a la reportera de TVE que cubría las protestas de la Diada hace unos días.
El cambio en países considerados ahora seguros para los periodistas e incluso ejemplo del respeto de la libertad de prensa es una amenaza colectiva para la que las redes, las autoridades e incluso los medios no quieren o no saben dar respuesta.
El debate online es un refugio para quienes se dedican a insultar o acosar y hay cambios posibles en las herramientas, pero el comportamiento depende en primer lugar de las personas. Sobre todo de las que están en una posición de poder como para marcar el camino a otras. También depende de usted, ahora mismo, aquí mismo.