El anuncio de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de que abandona Twitter ha abierto un debate sobre el ambiente que se respira en algunas redes, especialmente en Twitter, probablemente la más politizada.
Las razones expuestas por Colau son básicamente dos: la “tiranía de la exposición permanente”, que le obliga a dedicarle mucho tiempo y atención; y la percepción de que “en los últimos años es sabido por todos que la red se ha llenado de perfiles falsos y anónimos que intoxican e incitan al odio”.
Son varios los estudios y expertos que coinciden con Colau en sus críticas a la red social. Al parecer, los algoritmos de las redes aumentan la visibilidad de los contenidos extremos y, por tanto, la confrontación entre usuarios. Es algo de sobra conocido también que uno de los elementos que nos provoca más atención es la ira. Un texto, un comentario, un tuit que nos despierte ira nos estimula (en el peor sentido, claro está) más que un discurso amable o bello. De ese modo el ambiente tuitero se precipita hacia el odio y el insulto.
Pero yo me voy a centrar en un elemento sin el cual gran parte de todo esto no se produciría: el anonimato. Está demostrado que es el anonimato el que puede provocar las acciones más abominables en los actos públicos escondidos en las masas o en los privados tras un teclado.
Si Ada Colau u otro político o personaje público va por la calle no es fácil que alguien le pare y le insulte, sin embargo eso les sucede cada minuto en las redes. Sencillamente porque en el segundo caso el acosador o abusador se refugia en un anonimato que le garantiza la impunidad, la social y la legal. Ya es habitual que las personas con proyección pública tengan que recurrir a esa nueva opción que ha incorporado Twitter que impide responder a los tuits a quienes no sean tus seguidores. Sin embargo, todas esas personas permitirían sin problemas preguntas y comentarios del público en un acto de entrada libre.
Y el caso es que, en estos tiempos de ensalzamiento del discurso de la privacidad y la intimidad, nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, o sea, a poner sobre la mesa que el anonimato en redes como Twitter es algo negativo y, por qué no, replanteable.
Veamos algunos argumentos de los defensores del anonimato en las redes. Por ejemplo, que no existen condiciones para expresarse en libertad y solo desde un pseudónimo pueden hacerlo libremente. Pero en un régimen dictatorial, donde se debe recurrir al anonimato para el activismo político, el opositor no reivindica su derecho a esconderse en un alias clandestino, sino su derecho a expresarse en libertad sin tener que esconderse. Los defensores del anonimato en redes no exigen actuar contra esas supuestas condiciones que les coartan para actuar con su nombre y apellidos, se limitan a vivir tras su pseudónimo.
Otras veces se alega que, por ejemplo, solo sin conocerse la identidad un trabajador puede hacer público el abuso de su patrón o una corrupción. Si su jefe superior supiera su nombre podría tomar represalias. Pero ¿qué valor tiene una denuncia anónima en redes? Si uno necesita denunciar algo en su trabajo y teme represalias, lo más adecuado es recurrir a la prensa o al sindicato. Cualquiera de ellos tendrá más poder de difusión que un usuario anónimo de redes y tendrá más credibilidad ante la opinión pública. Por otro lado, muchas denuncias (desde condiciones de seguridad o incumplimiento de horarios) también las puede ejercer de forma anónima en la inspección de trabajo. Aclaro que también la empresa podrá aparecer bajo otro pseudónimo (o cinco) diciendo que es un compañero del anterior y que le acusa de llegar siempre borracho al trabajo. Muchos de los casos de corrupción de las administraciones han salido a la luz porque algún conocedor del asunto filtró la información a la prensa y, ahora sí, lo difundieron desde una identidad reconocida de periodista o de medio de comunicación.
Es curioso porque muchos de los que, con razón, piden, por ejemplo, que los ultraderechistas que acosan a Pablo Iglesias e Irene Montero y sus hijos en la puerta de su casa deben ser identificados y sancionados, terminan defendiendo el derecho al anonimato en las redes y poder continuar desde allí con ese mismo acoso. No hay más que ver los insultos, amenazas e improperios (que no críticas con argumento) que dejan decenas de usuarios tras un tuit o un post en Facebook o Instagram, de un ministro, cargo o líder político .
Es verdad que las redes, y de nuevo especialmente Twitter, dispone de todo un equipo de vigilancia y recepción de denuncias para actuar contra los tuits y usuarios que recurren al acoso o la ofensa, que borran tuits y suspenden cuentas, temporal o definitivamente. Pero es que sancionar una cuenta anónima, a una persona que no se sabe quién es, es absurdo. Su mayor problema será que debe recurrir a una nueva identidad para seguir acosando, anónima por supuesto, suponiendo que no combine varias.
La mayoría de los usuarios de Twitter con un perfil más o menos definido políticamente nos vemos obligados a bloquear a insultadores y estúpidos por decenas. La crispación es tal, y la falta de lucidez tan evidente, que no faltan quienes alardean de que les han bloqueado. Es como si nos obligaran a elaborar listas negras de personas que no pueden ir a nuestras conferencias o leer nuestros libros. Pero eso no sucedería con ciudadanos con cara y nombre porque la gente, en su vida real, no es así, afortunadamente.
La decisión de acabar con el anonimato no es nada nueva. La mayoría de los medios de comunicación digitales empezaron a incluir los comentarios en sus informaciones sin crear ningún control sobre lo que se publicaba, posteriormente se vieron obligados a poner filtros para determinadas palabras y, finalmente, han optado por exigir registro del usuario para poder dejar comentarios.
No debería ser necesario recordar que no tiene ningún valor un panorama de redes sociales donde uno dice que es epidemiólogo para desautorizar unos datos de la pandemia, otro dice que es ingeniero para denunciar las obras de construcción del puente de su ciudad y otro que dice que es el trabajador de una subcontrata municipal que no les pagan las horas extras. No, las redes no ayudan a ninguna transparencia informativa ni a sacar a la luz ninguna información. Si difunden una información valiosa es porque remiten a una fuente identificada y con prestigio, todo lo demás es ruido o meras opiniones, que se pueden hacer perfectamente sin ocultar tu identidad. He comentado en numerosas ocasiones que no hemos logrado democratizar la información pero, en cambio, gracias a las redes, sí hemos logrado democratizar la desinformación. Y, junto con el anonimato, el odio, el acoso y la crispación.