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¿Es el Acuerdo del Clima de París injusto para Estados Unidos?

Cuando el presidente Donald Trump anunció el abandono de Estados Unidos del acuerdo climático de París, justificó la medida diciendo “el caso es que el Acuerdo de París es muy injusto para Estados Unidos, al más alto nivel”. ¿Lo es?

Para evaluar la afirmación de Trump es importante entender que cuando preguntamos cuántos países deberían recortar sus emisiones de gases de invernadero, en lo esencial estamos hablando de cómo distribuir un recurso limitado. Como si estuviéramos hablando de cómo cortar un pastel de manzanas cuando más gente con hambre quiere un pedazo grande y no hay pedazos suficientes para satisfacer los deseos de todos.

En el caso del cambio climático, el pastel es la capacidad de la atmósfera para absorber nuestras emisiones sin generar un cambio catastrófico en el clima de nuestro planeta. Los que quieren pedazos grandes son los países que desearían emitir altos niveles de gases de invernadero.

Todos conocemos una manera de cortar un pastel: dar a cada uno una tajada del mismo tamaño. Para la atmósfera, significaría calcular la cantidad de gases de invernadero que el mundo puede emitir hasta una fecha determinada de manera segura y dividir esa cifra por la población actual del mundo. El resultado es la proporción per cápita de la capacidad de la atmósfera para absorber los gases de invernadero que producimos, hasta la fecha seleccionada.

Pero el mundo se divide en estados soberanos, no en personas, y no hay manera de medir las emisiones de gases de invernadero correspondiente a cada individuo. Por eso, tenemos que asignar objetivos para cada país. Para que esto sea coherente con las “proporciones equitativas” tenemos que multiplicar la proporción per cápita de la población del país para llegar a su cupo de emisiones.

¿Según esto, fue el Acuerdo de París injusto con Estados Unidos? Difícilmente. En la actualidad vive en Estados Unidos menos de un 5% de la población mundial, pero el país emite cerca del 15% de los gases de invernadero mundiales. Si por justicia se entiende que el tamaño de la tajada del pastel debería ser igual para cada uno, es Estados Unidos el que está siendo injusto al recibir una tajada tres veces mayor de la que le correspondería.

En contraste, en India vive un 17% de la población mundial y el país emite menos de un 6% de sus gases de invernadero, por lo que debería tener derecho a casi tres veces sus emisiones actuales. Muchos otros países en desarrollo usan una fracción incluso menor de la proporción de la atmósfera que les corresponde según el criterio per cápita.

Tal vez las proporciones equivalentes no sea la manera más justa de dividir un pastel. Una objeción evidente es que esa forma de cortarlo no toma en cuenta la verdadera necesidad de quienes las necesitan. ¿Están realmente hambrientos, o ya están bien alimentados y solo buscan un tentempié?

Pero tomar en cuenta la necesidad no beneficia en nada el argumento de Trump de que en el Acuerdo de París se trató injustamente a Estados Unidos, porque los estadounidenses podrían recortar sin esfuerzo alguno en lujos como vacaciones, aire acondicionado y consumo de carnes, mientras que los países menos ricos tienen que industrializarse para sacar a sus habitantes de niveles de pobreza desconocidos en Estados Unidos.

Un principio diferente de justicia surge si consideramos los gases de invernadero como contaminación y aplicamos el principio de que quien la haya causado debe pagar su limpieza. La razón de que el cambio climático sea un problema hoy es que a lo largo de los últimos dos siglos algunos países han estado emitiendo grandes cantidades de dióxido de carbono y otros gases a la atmósfera.

En este periodo ningún país ha emitido más gases de invernadero que EEUU, lo cual es una razón para pedirle recortes mayores hoy que a ningún otro país, especialmente si se considera que continúa emitiéndolos a una tasa per cápita mucho más veloz que otros grandes emisores, como China e India. Si los países que se industrializaron antes causaron el problema, parece razonable pedirles que hagan los mayores esfuerzos por corregirlo.

También podríamos ver las contribuciones históricas de los países al cambio climático en términos de una participación per cápita a lo largo del tiempo. Otros países pueden afirmar que Estados Unidos ya ha agotado su participación histórica per cápita de capacidad de absorción de gases de invernadero de la atmósfera, y que ellos mismos deberían tener derecho a emitir más en el futuro, de modo que al menos nos acerquemos a las proporciones equitativas per cápita a lo largo del tiempo. (Otros países no pueden utilizar este criterio tanto como ya lo hicieron Estados Unidos y Europa, debido a que el calentamiento global superaría entonces los 2oC, punto en el que, a juicio de la mayoría de los científicos, el cambio climático se volvería impredecible y posiblemente catastrófico).

Por lo tanto, sobre los tres principios más plausibles de justicia que se pueden aplicar al cambio climático (proporciones equivalentes, necesidad y responsabilidad histórica), Estados Unidos debería hacer drásticos recortes a sus emisiones de gases de invernadero. Siguiendo el principio de las proporciones equivalentes, las emisiones estadounidenses no deberían ser más de un tercio de las actuales, y todavía menos si se siguen los otros principios.

En su lugar, el presidente Barack Obama comprometió a Estados Unidos a reducir sus emisiones en solo un 27% para 2025, con respecto a los niveles de 2005. La afirmación de Trump de que el acuerdo climático de París fue injusto para Estados Unidos no resiste escrutinio alguno. Todo lo contrario, el país salió bastante bien librado.

Si ahora Estados Unidos no alcanza ni siquiera el muy modesto objetivo que se fijó en París, y por tanto no cumple su parte justa de las reducciones necesarias para estabilizar el clima de nuestro planeta, ¿qué debería hacer el resto del mundo? China y la Unión Europea ya han manifestado que cumplirán sus compromisos. Pero no debemos permitir simplemente que Estados Unidos se aproveche impunemente de las reducciones a las que tienen derecho otros países mientras quema cantidades ilimitadas de combustible fósil para proporcionar energía barata para sus industrias. En su lugar, los ciudadanos del mundo deberían tomar el asunto en sus propias manos y boicotear los productos fabricados en un país que tan manifiestamente se niega a hacer su parte para salvar el planeta.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor Laureado de la Universidad de Melbourne.

Copyright: Project Syndicate, 2017.