Ya pueden las televisiones ir preparando un cartel de advertencia con el que avisar a la audiencia antes de ofrecer las próximas noticias sobre Begoña Gómez (“el caso Begoña Gómez”): “Atención: las imágenes que van a ver a continuación pueden herir la sensibilidad de los espectadores”. Niño, apaga la tele. Se avecina sangre. Snuff-política. Adiós máquina del fango, hola picadora de carne. ¡A por ella, oeeee, a por ella, oeee…!
No querría yo estar en el pellejo de Begoña Gómez durante los próximos meses. Si antes del verano la derecha había olido sangre, el punto débil de Pedro Sánchez, y se lanzaba al acoso y derribo de su mujer, estos días parece apretar el acelerador y afilar los cuchillos. La doble decisión (coincidente en el tiempo, oh casualidad) de los jueces de la Audiencia de Madrid de no pisarle la manguera al juez Peinado, y de la Asamblea de Madrid de crear una comisión de investigación sobre el máster de la Complutense, es el toque de corneta para que todos se preparen: ¡en sus puestos, apunten, fuego!
El frente judicial, el mediático, el político (Congreso, Senado, Asamblea madrileña, Feijóo y Ayuso repartiéndose los papeles de poli malo y poli peor), el macarra Miguel Ángel Rodríguez enredando en la sombra (o abiertamente en Twitter), la alegre tertulianada, la ultraderecha compitiendo por decirla más gorda, la ultraderecha plus ultra en sus canales de Telegram, los fabricantes de bulos… Todos a una a por Begoña Gómez, que ya no se conforman con su cabeza: no van a dejar ni los huesecillos.
¿Quién defiende a Gómez de la cacería? En principio parecería que está bien pertrechada: el gobierno, el PSOE, los socios parlamentarios, algunos medios, la abogacía del Estado… Cualquiera diría que es un combate igualado, pero qué va: yo la veo bastante sola ante el peligro, a la intemperie, se la van a merendar y además lo van a hacer poco a poco, para estirar el calvario: la comisión de la Asamblea madrileña, a la que será llamada a comparecer, empieza en noviembre y ya anuncia que no se dará mucha prisa, varios meses de sesiones espaciadas. Y lo mismo con la instrucción del juez Peinado, que respaldado por sus superiores se tomará su tiempo para seguir echando la caña y dando espectáculo.
Al frente de la carnicería ya se ha situado Isabel Díaz Ayuso. Esto no es algo personal, es solo política. Qué va: es también algo personal. Ayuso se cobra venganza en modo Kill Bill con la katana: esto por lo de mi novio. Y lo mejor: ella va a ver cómo arrastran a la mujer del presidente, desde el balcón del ático fraudulento en el que sigue viviendo. Olé. Y de fondo resuena hasta una revancha tardía por Cristina Cifuentes y su relación con otra universidad madrileña pública, aquella cuyo desprestigio no pareció importar al mismo PP.
Yo no sé tú, pero a mí me da rabia y me da pena. Y no sé si deberíamos hacer algo por defender a Gómez, algo más que tuitear y escribir columnas como esta. Porque hoy es Begoña, pero mañana puede ser cualquiera el que sufra la cacería. Qué sé yo, Mónica Oltra, Pablo Iglesias, Alberto Rodríguez, Victoria Rosell, algún independentista catalán… Es que le puede pasar a cualquier.
Ironías al margen, insisto en la pregunta: ¿qué hacemos los que asistimos con espanto al despelleje de la mujer del presidente? ¿Nos tapamos los ojos pero mirando entre los dedos, como hacemos con las imágenes que pueden herir nuestra sensibilidad? ¿Seguimos a lo nuestro, sintiéndonos a salvo mientras tengan algo que morder? ¿Podemos hacer algo? Lo pregunto en serio, y no sé qué contestar.