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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Adoro a los ricos de mi ciudad

7 de noviembre de 2023 22:37 h

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Con tanta intensidad informativa nacional e internacional, se nos pasaba una de las buenas noticias de la semana, del mes y del año: los ricos más ricos de España han aumentado sus fortunas un 37% en el último año. Ha salido la lista Forbes de los 100 más adinerados de España. No es que solo haya cien, estos solo son los más ricos entre los ricos: la nota de corte para entrar es de 349 millones, que es una cantidad que ni a ti ni a mí nos cabe en la cabeza, y ese es el menos rico de los cien. Y lo mejor: la riqueza conjunta de estos cien ha pasado de 143.000 millones a 196.000 millones. Por fin una buena noticia en estos tiempos de inflación y pérdida de poder adquisitivo de los salarios.

¿Buena noticia? ¿Que no? Solo hay que ver el entusiasmo acrítico con que la mayoría de medios recibe este tipo de anuncios. Las posiciones en la lista, los ascensos y descensos, las nuevas incorporaciones…, todo contado con maneras de periodismo deportivo. Luego cada periódico provincial se dedica a subrayar cuántos ricos locales aparecen. “Seis vascos en la lista de los cien más ricos”, “El murciano T.O. escala posiciones y se sitúa en sexto lugar”, “Dos leridanos se cuelan entre los cien más ricos de España”. “El extremeño R.L. escala 14 puestos en la lista”… Son titulares copiados de la prensa regional del lunes, e imagino que los habitantes de esos territorios se sentirán orgullosos de contar con paisanos en la lista. ¡Un murciano entre los diez más ricos! Inevitable acordarse de La Costa Brava cantando “Adoro a las pijas de mi ciudad”.

Cuando se publique la lista mundial, nos cantarán los nombres de los españoles que han accedido al top como si fueran tenistas o los 40 Principales. Y en cabeza, siempre, Amancio Ortega, que es nuestro megarrico: él solo suma casi tanto como como los otros 99 ultrarricos españoles. Si en general adoramos a los ricos de nuestra ciudad, con Ortega pasa como con Faulkner en el pueblo de Amanece que no es poco: es verdadera devoción lo que hay por él. Nuestro self-made man por excelencia, orgullo patrio, más admirado que envidiado, la prueba de que cualquiera puede llegar de la nada y ganar su primer millón y luego seguir sumando hasta los 81.800 millones. Uno mira la lista de Forbes y se encuentra mucho apellido de heredero, pero Ortega no, él es como tú o como yo, se hizo a sí mismo trabajando y mira dónde ha llegado.

Ahora que está de moda ensañarse con los ricos en el cine y la televisión, haciéndoles todo tipo de perrerías en ficciones como Parásitos o El triángulo de la tristeza, sorprende tanta fascinación con la lista Forbes. Sobre todo sorprende que nadie coja esa lista para ir escudriñando uno a uno el origen de cada fortuna, a ver si se cumple la archicitada frase de Balzac. Empezando por Ortega, del que no hay mucho que rascar para averiguar las prácticas laborales de Inditex durante décadas, su gusto por los países con mano de obra más barata y con menos derechos, y la ingeniería fiscal de sus empresas. Que sí, que luego regala aparatos carísimos a los hospitales.

Pues lo mismo con el resto de ultrarricos: aprovechar la lista para contarnos cómo nació esa fortuna, y cómo ha crecido tanto en el último año. Quién lo heredó de familia, a quién le viene de una empresa beneficiada por el franquismo o por el expolio a los republicanos (ahí surgieron no pocas fortunas), dónde paga cada uno sus impuestos, quién especula con viviendas, qué opinan los sindicatos en sus empresas. Pero pesa más la fascinación que sentimos por los muy ricos. Como las pijas de la canción, “van rompiendo los corazones en sus coches de tres millones”.