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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Agenda electoral y ocurrencias

15 de mayo de 2023 22:46 h

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Vaya por delante que entiendo y comparto la importancia de marcar la agenda del debate público como factor determinante de la competición electoral del 28M.  La pugna insomne por la agenda se ha convertido en el epicentro de la batalla de las próximas elecciones. Lo es siempre, pero mucho más en periodo electoral. 

En Barcelona fracasó el intento de los “Desokupa” de marcar territorio y paquete en el barrio de la Bonanova. Pero el plural y nutrido frente 'anti Colau' hace todo lo que puede para que la agenda de la seguridad mande en la opinión pública a través de la opinión publicada. En Madrid, algunas -demasiadas- izquierdas caen muy a menudo en la trampa de Ayuso para que se hable solo de sus exabruptos y provocaciones. Así consigue que no se debata sobre su gestión política. 

Feijóo, bastante desesperado porque le han fallado sus apocalípticos vaticinios de catástrofe económica, vuelve a lo de siempre. Utiliza el terrorismo de ETA y sus víctimas para que no se hable de nada más. Aunque tampoco parece tener mucho que aportar a su pancarta del “antisanchismo”.  

En este contexto, es del todo lógico que las izquierdas hayan decidido marcar la agenda electoral con debates de un fuerte contenido social. Pero sería deseable que los anuncios de medidas concretas tuvieran algo más de consistencia. Llámenme antiguo, pero tratar a la ciudadanía como personas adultas e inteligentes también forma parte esencial de la democracia.  

La preocupación, especialmente entre las rentas más bajas, por el aumento de los precios de productos básicos, acompañada de las evidencias de que algunos sectores empresariales están aprovechando la situación para aumentar sus márgenes empresariales, justifica de sobra que la izquierda sitúe con fuerza este tema en el centro del debate. 

Así, Podemos ha planteado la propuesta de una cadena de supermercados públicos. Comparto la necesidad de dotar al Estado de funciones emprendedoras, pero sería deseable que las propuestas sobre el nuevo papel del Estado tuvieran, además de sentido social, lógica económica. Sobre todo, que sean propuestas viables.

La ocurrencia del supermercado público “precios justos” igual da algunos votos -lo dudo- o produce una íntima satisfacción entre los llamados a “plantar cara”. No creo que ayude a resolver el problema de los precios y seguro que no sirve para avanzar en la reflexión sobre el nuevo papel que debe jugar el Estado en la economía de mercado.   

En el terreno de las ocurrencias, la agenda de La Moncloa es insuperable y comienza a ser preocupante. Entiendo perfectamente que el PSOE necesite disputar el espacio del llamado centro político, dando respuesta a las inquietudes de sectores de clases medias. Y, como lo entiendo, no comparto las críticas fáciles que se le hace desde otros sectores de la izquierda. Para ganar la batalla, primero de las autonómicas y las municipales y luego las generales, hace falta que cada una de las fuerzas políticas situadas en la izquierda cubran bien su flanco, en una sociedad con intereses cada vez más segmentados. Cooperar entre las izquierdas es una manera inteligente de competir. 

Disputar en el cortísimo plazo la agenda electoral no se puede hacer a costa de deteriorar la coherencia de las políticas. Especialmente por el impacto regresivo socialmente que tienen algunas de las medidas anunciadas.

Esta cascada de ocurrencias de la Moncloa está teniendo algunos efectos indeseables -o que debieran ser no deseados-. De un lado, añade dificultades a los debates de fondo que la sociedad necesita hacer para hacer frente a retos como el de la emergencia climática y la transición energética. De otro, resta visibilidad a los proyectos de transformación social -las utopías cotidianas- que están implementando los gobiernos de progreso, en el Estado y en algunas CCAA y ayuntamientos.  

Es verdad que el vertiginoso ritmo digital en el que estamos inmersos provoca que todo se amortice en poco tiempo, a la velocidad de la luz. Además, y desgraciadamente, muchas personas se olvidan pronto de cuál era el salario mínimo hace cuatro años. Eso obliga a renovar cada día la cartera de soluciones para marcar agenda y mantener alta la ilusión. Pero no todo sirve y, sobre todo, no todo vale. 

En su momento se criticó al gobierno de coalición porque algunas de sus medidas, como la bonificación universal de la gasolina o la reducción generalizada del IVA de algunos productos, tenían efectos distributivos regresivos. Compartí esas críticas, pero creo que en aquellos momentos era difícil hacer otra cosa. Todo el mundo exigía medidas urgentes, la presión mediática era brutal y cualquier otra opción más selectiva hubiera desencadenado la lógica perversa de los agravios comparativos, a la que tan adictos somos. 

Pero ahora la urgencia no es social, sino electoral. Y tengo la impresión de que la cosa se está pasando de castaño oscuro. La proliferación de bonos de todo tipo termina devaluando su escasa credibilidad. Los anunciados avales a jóvenes para la compra de vivienda han sido criticados por la inmensa mayoría de expertos. Con argumentos sólidos basados en experiencias de otros países. No facilitan el acceso a la vivienda de los jóvenes y pueden acabar beneficiando a las entidades financieras. 

Pero lo que ha colmado el vaso es el último anuncio de que se van a subvencionar las entradas de las salas de exhibición de cine un día a la semana para los mayores de 65 años, sin distinguir sus rentas. Es muy probable que, de toda la cascada de anuncios de las últimas semanas, este sea el más inocuo, pero la última gota siempre es la que desborda el vaso. 

No creo que esta medida sirva para sacar de la crisis al sector de la exhibición cinematográfica y no parece que sea muy progresista subvencionar con recursos públicos, siempre limitados, el coste de las entradas de cine de los mayores con independencia del poder adquisitivo de la persona beneficiaria.

La política, como la vida, esta cargada de contradicciones. Además, es bueno que sea así. La pureza ideológica quizás ofrezca consuelo para las derrotas, pero no ayuda a ganar elecciones para las políticas de transformación social. 

Pero creo que en ninguna circunstancia la política puede dejar de hacer pedagogía, porque entonces deja de ser política, para ser otra cosa. No todo vale para ganar en el corto plazo electoral si es a costa de perder la batalla por la hegemonía ideológica imprescindible para cualquier proyecto de transformación social. 

Si no se hace pedagogía con las prioridades en el gasto público, dejando claro cuáles son las prestaciones o derechos que deben ser de acceso universal y en cuáles debe primar la función redistributiva y si no se hace pedagogía sobre la fiscalidad, luego no hay musculatura ideológica para abordar la imprescindible reforma del sistema tributario o la protección social, que tanto necesitamos. 

En los días que quedan hasta el 28 de mayo las fuerzas políticas que forman parte del gobierno de coalición deberían ser muy cuidadosas en las medidas exprés que se anuncian para dar la batalla de la agenda electoral. 

Seguro que los asesores de La Moncloa tienen más datos que un servidor, pero mi experiencia me dice que diez movimientos tácticos no hacen una estrategia y que diez ocurrencias no hacen un proyecto de transformación social. Además, tampoco tengo claro que sirvan para ganar elecciones.