No tendremos agua para comer
No somos conscientes de lo que necesitamos a alguien hasta que lo perdemos. Y cuando hablamos de naturaleza y medio ambiente el agua es alguien, no algo. Como dice el bueno de Dersu Uzala en la novela de Arséniev y en la película de Kurosawa: el agua es gente. Y nos estamos quedando sin su compañía.
Estamos atravesando la peor sequía de los últimos veinte años. Las reservas de agua han vuelto a caer esta semana dejando nuestros embalses en torno al 40% de su capacidad. Una situación que no apunta mejora, pues las perspectivas de lluvia en el corto y medio plazo no son nada favorables.
Los pronósticos de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) indican que el otoño puede resultar más cálido, mientras que las precipitaciones, en el mejor de los casos, rondarán la media. En todo caso no está previsto que vaya a llover más para compensar. Incluso algunos expertos alertan que podría resultar más seco de lo habitual en el noroeste peninsular: es decir, allí donde la sequía está resultando más severa y hace más falta la lluvia.
El problema es que en la ciudad abrimos el grifo y sale agua. Y digo problema porque eso nos hace vivir una situación irreal, muy distante y muy distinta de la que se está viviendo en el campo, donde nuestros agricultores y ganaderos están viviendo una auténtica pesadilla que en buena parte de los casos los está conduciendo al desastre.
En Castilla y León los pantanos están al 36% de su capacidad: uno de los niveles más bajos de las últimas décadas. Sus campos, que producen casi la mitad del cereal español, han dado una de las peores cosechas de las últimas décadas. Las pérdidas rozan el 100% en buena parte de los cultivos, tanto de secano como de regadío. Como primera consecuencia, las previsiones apuntan a que nuestras importaciones de cereal aumenten este año sobre un 40%.
En Galicia, los sindicatos agrarios y ganaderos han exigido al presidente Feijoo que lidere la grave situación que vive el campo gallego por culpa de la sequía y organice un gabinete de crisis, con él al frente, que ponga en marcha con carácter inmediato medidas excepcionales para evitar la ruina del sector agropecuario.
Las alarmas también se han disparado en Aragón, donde el gobierno autónomo teme por el cierre de varias explotaciones agrarias, o en Castilla-La Mancha, la mayor zona vitivinícola del país, donde la vendimia podría verse reducida en una cuarta parte por culpa de la sequía.
Y así podríamos seguir recorriendo nuestros territorios afectados por la sequía, como en Navarra, que con los embalses al 37 % de su capacidad, o en La Rioja, donde apenas disponen del 23% de las reservas de agua, la situación que viven los agricultores es de tal gravedad que hasta el propio Ministerio se ha visto obligado a reconocerlo.
Ahora solo falta que tanto las comunidades autónomas como el Ministerio pasen del reconocimiento a la reacción y activen de una vez por todas las medidas excepcionales que contemplan los planes de sequía. Solo así evitaremos la ruina absoluta del campo y el aumento del abandono rural.
Porque cuando eso ocurra descubriremos que el agua también es lo que comemos, y que cuando creíamos que los únicos perjudicados por la sequía eran los agricultores, estábamos estúpidamente equivocados.