Cuando era un chaval me gustaban las películas de miedo. Pero lo mejor no era la peli en sí: las escenas de susto acurrucado en la butaca, el suspense de la trama o el acollone de la música. No, lo bueno venía cuando la peli se acababa, al salir del cine, respirar hondo y, mientras seguías oliendo al ambientador Paco Rabanne de la sala, comprobar que los zombis no habían tomado el barrio y ni Freddy Krueguer ni el de la motosierra esperaban en el semáforo.
Ahora en cambio las pelis de miedo han dejado de darme miedo. Ahora lo que me acollona de verdad son los informes que recibo sobre el estado de salud de nuestro planeta. Sé que muchos pensarán que estoy exagerando, pero les aseguro que es cierto. Y entre los más inquietantes están los que hacen referencia a las dificultades de acceder al agua en futuros no muy lejanos, incluso para mediado de este mismo siglo, y aquí, en la región mediterránea.
La pasada semana el Banco Mundial publicó un informe aterrador, un trabajo que, como todos los que nos señalan con el dedo y nos sientan de un empujón en el banco de los acusados, no ha tenido la repercusión que debiera. Alerta sobre las graves consecuencias de la escasez de agua asociadas al cambio climático. El escenario sobre el que nos sitúa es el año 2050. Nos hablan pues del agua de nuestros nietos. Pero no solo del agua.
Según el organismo de la ONU, la evolución del calentamiento global se está produciendo de manera tan intensa y acelerada que, si no actuamos de manera inmediata el acceso al agua potable podría verse en peligro a mitad de siglo en regiones densamente pobladas. Lugares donde hoy el derecho humano al agua está hoy en día absolutamente garantizado y nadie podría prever problemas de abastecimiento.
Habla de nuestras ciudades y señala que, si el aumento de las necesidades de abastecimiento urbano sigue creciendo, entrará en conflicto con otros usos como la energía, la agricultura y la industria, reduciendo a más de la mitad la disponibilidad de agua respecto a los niveles actuales.
Por otro lado la situación de escasez se agudizará todavía más en los países de Oriente Medio y la región del Sahel africano que ya sufren de sequía crónica, lo que motivaría el estallido de grandes conflictos armados por el acceso al recurso y el desplazamiento de grandes masas de población escapando de la sed y el hambre: son los llamados refugiados climáticos, esos sobre los que algunas organizaciones humanitarias llevan años avisando y que se cuantifican por centenares de millones.
Este nuevo informe del Banco Mundial es un pellizco más, un nuevo aviso del futuro que aguarda a nuestros nietos si seguimos actuando como el mono egoísta. Sus recomendaciones se centran en este caso en la acción política. Por eso haríamos muy bien en rebuscar en los programas de los partidos que concurren a las próximas elecciones sus propuestas en materia de agua ya que, como recoge el informe “los impactos negativos del cambio climático en el agua podrían neutralizarse con decisiones políticas más acertadas”.
¿Hacia donde deberían encaminarse esas políticas? Pues hacia la eficiencia, la solidaridad y el respeto al medio ambiente. Llevando a cabo una planificación de los usos del agua mucho más ajustada a la disponibilidad real, con un objetivo básico: garantizar el acceso universal de la población. Promoviendo y alentando la eficiencia en todos los ámbitos de consumo (urbano, industrial y agrícola). Mostrando un respeto escrupuloso de los caudales ecológicos de los ríos y reforzando las inversiones en reutilización y uso circular del agua para reducir la demanda. De todo ello deberían hablarnos los políticos pues el agua debe convertirse en un tema central de la acción de gobierno.