“Todas las democracias de éxito dependen de reglas informales que, pese a no figurar en la Constitución, son ampliamente conocidas y respetadas”
Sé que les pillo en mal momento porque, o están descansando, o está cansados de no poder descansar. Máxime cuando les voy a pedir que se asomen conmigo a un torbellino. Estoy leyendo estos días -para hacer ver el verano- un entretenido folletón contemporáneo escrito por Michael Macdowell, el guionista de Beetlejuice, maravillosamente editado por Monsieur Toussaint Louverture. Descanso de la fatiga nacional dejándome llevar por las turbulentas aguas del río Perdido en su confluencia con el Blackwater, allí en Alabama. Ambos ríos forman al encontrarse un tumultuoso torbellino, capaz de succionar barco, nadador o vida cualquiera. Sobre él corren relatos de tragedia y de tenebrosa fantasía. Algo terrible vive justo al fondo, donde nace el torbellino. Lo cuento porque tengo que pedirles que vengan conmigo hasta allí, si bien se trata de un torbellino más casero e indefiniblemente más áspero y aburrido. Lo cierto es que se valen de ello para que nadie mire hacia él, a pesar de que es el hoyo más oscuro, peligroso y tenebroso que actualmente acecha a nuestra democracia.
Vengan conmigo. De perdidos al río, al Perdido. Voy a intentar dibujar al monstruo con la sagaz perspicacia y la tensión narrativa de McDowell, a ver cómo se nos da.
Mañana lunes, ocho señores muy y mucho conservadores, que siguen apoltronados en un asiento que no les correspondería ocupar desde hace tres años, han pedido una reunión extraordinaria para “abordar”, o más bien para abortar, una reforma presentada por un grupo parlamentario ante la soberanía popular del Congreso de los Diputados. Ya sé que es fantásticamente monstruoso, se lo he advertido, pero es la pura verdad. Ocho vocales totalmente caducados de un poder del Estado han forzado una tenida para presionar al parlamento respecto a una propuesta legislativa que deben votar nuestros representantes populares.
Todo nace -y se lo llevo contando más de tres años, entre el espanto y la dejadez del aburrimiento con el que buscan adormecernos- de la decisión consciente del Partido Popular de impedir que la normalidad democrática y constitucional se llevara a efecto. Eso es así. Todo sigue porque, según me temo y me dicen, el PP no tiene intención de solventar esa anomalía hasta que no concurra a unas elecciones que pretende ganar. Resumiendo: el PP cogió la pelota del juego constitucional cuando perdió y no piensa soltarla hasta ver si gana y vuelve a tener la posesión. No cabe ninguna duda de quién es culpable del deterioro democrático. Ninguna.
Ahora bien, llegados a este punto, creo que también se están cometiendo equivocaciones en el bando de los que buscan acabar con este injusto y anómalo comportamiento. La última tiene que ver con el Constitucional y con la renovación de un tercio de sus miembros que debe realizarse justo a hora. [Inciso, el TC no es un tribunal de justicia y sí debe ser nombrado por los órganos políticos designados por la Constitución, en este caso dos miembros por el Gobierno y dos por el CGPJ]. Así que no, no hay ninguna manipulación ni anomalía ni control ni nada extraño. El Gobierno tiene la obligación de nombrar dos miembros y el CGPJ otros dos.
Resulta que en una acción de urgencia, ante la jeta y la falta de conciencia democrática e institucional del PP, aprobaron las fuerzas progresistas una reforma legal para que el CGPJ caducado no pudiera seguir nombrando jueces de libre designación en los grandes tribunales. Producía una impotencia terrible que el PP en acción claramente agresiva con las instituciones, además estuviera sacando la ventaja de seguir poblando los tribunales más importantes de magistrados afines ¿para hacer qué? Pues un poco como en USA, ya saben, los dejas ahí y luego es como si no dejaras de gobernar.
Lo malo de un sistema político y constitucional bien diseñado es que cuando gripas un engranaje, todo empieza a ir mal. Así que el PP gripa el sistema, la coalición gubernamental enjareta una reforma para frustrarles los planes y aparentemente eso gripa la designación del tercio del Constitucional que toca. Digo aparentemente porque creo que aquí el Gobierno se está dejando hacer una envolvente subterránea que pretende solucionar con una nueva reforma de su reforma cuando en realidad lo único que tendría que hacer es cumplir con su deber de nombrar dos magistrados y dejar que fueran adláteres del PP los que quedaran en evidencia. Pero va a ser que no, va a ser que van a caer en el chantaje y en los miedos y van a hacer un nuevo truco legislativo que no mola y que, encima, va a servir para que los aposentados conservadores caducados del CGPJ lo vuelvan a usar contra ellos.
Argumento de los conservadores: el TC se renueva por tercios (cuatro magistrados) y si no se puede nombrar al tercio completo, no se puede renovar.
El argumento es falaz, por mucho que existan mentes jurídicas dedicadas a enredar y producir teorías aparentemente sesudas y felices. ¿Por qué tiene que pensar el Gobierno en si otro poder del Estado puede hacer sus nombramientos o no si tiene el deber y el derecho de hacer los suyos? ¿Cómo es eso de que deban concertarse dos poderes del Estado para cumplir sus funciones? Además es mentira. Cuando se creó de nuevas el Constitucional, aún no existía el CGPJ, así que en febrero de 1980 se nombran los primeros magistrados pero no se constituye formalmente hasta julio.
El Gobierno tendría que nombrar pues a dos magistrados y dejarse de vainas. ¿Por qué se mete en nuevas andanzas de reformas legales? Pues según me cuentan desde la propia tarta, porque el presidente caducado del Constitucional, González-Trevijano, uno de los que tiene que salir, se ha dedicado a hacer llegar al Gobierno que desde el tribunal sabotearían tales nombramientos. Ahí es nada, sobre todo porque a él le interesaría personalmente. La idea sería utilizar dos facultades de ordenamiento del presidente para impedir la toma de posesión de los nombrados. Sería el Constitucional haciendo trampas a la Constitución. Los murmullos amenazantes consistirían en hacer llegar que si el gobierno de Sánchez osara cumplir con su obligación -nombrar dos magistrados- o bien el caducado presidente no convocaría el pleno de aceptación, hasta que el CGPJ no nombrara a los suyos -una ignominia, obviamente, que haría correr el mandato de los nombrados sin que se ejerciera- o bien la mayoría conservadora se opondría a darles el placet en ese pleno -otra ignominia porque ese trámite sólo permite revisar si concurren las condiciones legales en los nombrados, no el sentido del nombramiento-. Pues bien, parece que el Gobierno ha sucumbido a esos cantos de sirena maligna y se dirige a estrellarse contra las rocas de una reforma de su reforma de la que, seguro, la derecha va a sacar tajada de relato y mediática. Al final ellos van a ser los malos y los que quieren copar los tribunales. Y como esto es un carajal difícil de explicar, pues les saldrá de maravilla. Ni cuando lo conoces te da tiempo en una tele o una radio a explicar lo que pasa de verdad. Eso les da ventaja a los peperos.
No contentos con eso, y ante la inminencia de la reforma de la reforma, para que el CGPJ pueda nombrar a esos dos miembros del TC, -pero no a los más de 60 jueces que ya no les corresponde nombrar y que exigen seguir haciendo- pues van a tener las santas narices de reunirse en pleno para reprocharle al grupo parlamentario socialista esa solución y para exigirles que ¡tengan que consultarles a ellos!.
El torbellino negro consiste en una situación endiablada en la que por un lado el PP y por otro lado su caducada mayoría del CGPJ y sus magistrados conservadores del TC, cierran filas e impiden en el fondo que otros partidos, que no sean ellos, puedan llevar a cabo las tareas que por orden constitucional les corresponden.
Es un lío pero es el peor lío, el más grave en el que se encuentra sumida nuestra democracia. Un partido y unas élites conservadoras dentro de la carrera judicial, tiene secuestrada la Constitución con el mero principio de que las otras formaciones políticas no están legitimadas para hacer lo que la ley les exige hacer.
Feijóo ayer, en una nueva torpeza, lo verbalizo: “Solo quedamos un partido constitucionalista y somos nosotros”.
¿Saben lo que define eso? Una ley fundamental y un partido único.
Y hacia eso avanzamos, como una barquita al pairo, que es llevada hacia el torbellino. Sólo que todos vamos dentro.