Agujeros negros, literatura y política

La entrevista con el crítico Ignacio Echevarría en la sección “Diario Kafka” en esta web me movió a escribir un desafortunado artículo, pues enlazó equivocadamente con un recuerdo lejano. Gran metedura de pata, le atribuí a él una reseña de un libro mío que en verdad era de otro crítico, pero su contestación, “No, no duele”, me aconseja decir algo más. Reitero que lamento mi error, reitero mi petición de disculpas por el daño que le haya producido. Reitero que me pareció y me parece injusto su, llamémosle, despido hace años del medio en el que publicaba por hacer su trabajo. Junto al incidente laboral emergió un aspecto feo de la vida literaria española que permanecía en sombra, los intereses de los grupos editoriales y el modo en que influían, más de lo que influyen hoy, en la recepción y valoración de las obras literarias. Otra cosa es que me parezca correcto el modo en que ejerció su oficio en esa ocasión, como aquí escribí. O que me siga pareciendo brutal y destructivo el modo en que entiende la labor del crítico literario según manifestó en esa entrevista que me motivó a escribir.

Lo que sí entiendo bien es que nunca haya leído un libro mío, tampoco yo cuando publicaba libros tuve nunca un interés particular en que los leyese él y ahora mucho menos. Lo que no sé es si puedo concederle la posesión del don de la clarividencia, por el que sin haber caído en la tentación de leer un libro del “pobre Suso de Toro” sabe que debe ignorarlos, pues ello me lleva a pensar que la crítica literaria en España es cosa de magos clarividentes que no precisan de la atención y el trabajo. Pero no pensaba en tales cosas desde hace años y de no ser por la entrevista que me desagradó y me trajo viejas sensaciones, así seguiría. Lamentablemente para los dos no es así, aunque espero que pronto las cosas vuelvan a lo suyo. La memoria nos juega malas pasadas, pero con los años podemos decir: “bendito olvido”. Lo que quisiera explicar es cómo me aupé “oportunistamente a la tragedia del Prestige” y cómo hice “industria del chapapote” y también cómo me convertí en “lameculos del presidente Zapatero”, pues son dos asuntos que plantea Echevarría en su contestación. Aunque en principio son muy particulares creo que dan pie a una consideración más general.

Empezaré por lo de lamer culos. Brevemente, tengo extendido que es una práctica sexual bastante extendida, de hecho veo que la ejecuta mi perra con otros perros con regularidad y parece satisfecha, como entiendo que los humanos no somos más ni tampoco menos que unos animales me parece lógica y comprensible su práctica así que no la censuro y no creo que deba ser censurado. Aunque no ignoro que el crítico me la atribuye en un sentido figurado con el significado de “adulador”, que recogió María Moliner, o el significado calificado de “malsonante” de “pelota” o “servil” que le da la R.A.E.. No tengo más remedio que explicarlo porque me lo vienen llamando voces de la caverna desde hace años y por algo será. En primer lugar, aunque no lo parezca, suelo pensar bien de la gente y, cuando no, estoy abierto a ser comprensivo, pues el autoanálisis me hace ver que casi todos los defectos de carácter que veo en los demás anidan en mayor o menor grado también en mí. Es por lo que suelo censurar más las acciones que los individuos, si me presentan a un asesino en serie en caso de que sobreviva acabaré encontrándole alguna virtud; es un defecto peligroso. Esta debilidad de carácter bastaría para comprender por qué me gustó Zapatero como persona, una persona a la que cualquiera que lo trate de buena fe y sin prejuicio encontrará encantadora en el mejor sentido de la palabra (Éste es un buen momento para gritar, “¡lameculos!”)

Empecé a ser lameculos de chaval, cuando ya se manifiestan esas tendencias, y tras pasar por algunas asociaciones ingresé en un partido clandestino a principios del año 1974, por entonces la policía perseguía ese tipo de desviaciones y me trajo algunos problemas pero insistí una década entregado al vicio en organizaciones de todo tipo durante años. Incluso, cuando en los años ochenta retomé el otro vicio de escribir literatura, continué recayendo en el vicio oscuro. Como escritor dediqué con vicio un par de años a escribir un libro alrededor de un político, Camilo Nogueira, que el crítico no tiene por qué conocer ya que, además de ser un político de izquierdas, es gallego, cosa que no dice mucho a su favor. Somos esclavos de nuestra naturaleza y recaí y recaí. Publicar mis opiniones lameculeras me trajo algunos problemas que no voy a detallar pero que me hundieron un poquito la moral y me causaron estropicios varios. Crimen y castigo.

Que Echevarría opine, seguramente lo cree, que me aupé “oportunistamente a la tragedia del Prestige” demuestra que todas las cosas pueden ser vistas de un modo o del contrario. Por ejemplo, yo en su momento pensaba que estaba haciendo un trabajo periodístico con profesionalidad, y que realizarlo era un modo de prestar un servicio a Galicia, a la costa y a la gente en general en un momento delicado. En suma, pensaba que cubriendo esa información ayudaría a romper el muro de silencio que el Gobierno de entonces pretendió levantar. Me consta que esos reportajes tuvieron su efecto, aunque el señor Echevarría no lo crea o si lo cree no lo considere importante. Espero que alguien recuerde que aquel fiscal del Estado también pretendió probar entonces que los promotores de “Nunca máis” se habían aprovechado nada menos que de los marineros, espero que no parezca presunción entonces que diga ahora que aquel autor ingresó el importe de los contratos de las ediciones en castellano, catalán y gallego en las cuentas de la antedicha organización y de las cofradías, mitad y mitad. Cosa que conoció Hacienda en su día. El chapapote no me engordó tanto como cree el crítico, aunque algo lo probé.

También publiqué un par de libros que puede que me hayan ganado alguna simpatía pero estoy seguro de que alimentaron fuertes antipatías, “Españoles todos” y “Otra idea de España”. Es que no paro. En esos enredos y en otros relacionados con una guerra que hubo por allá en Irak conocí a Zapatero. Ser lameculos tiene un pasar, pero serlo de Zapatero... Zapatero es un demonio, lo demonizaron a conciencia. A mí me pareció entonces no sólo una persona muy decente sino también un dirigente capaz y una esperanza en un momento muy tétrico. El balance de su paso por el Gobierno no es momento de hacerlo aún pero creo que hizo cosas muy buenas e intentó hacer otras, como lo prueban las enormes campañas y manifestaciones para acusarlo de todo: enemigo de España, enemigo de la Religión, enemigo de la familia... El Enemigo por excelencia. Y por encima, desde el lado contrario, corrieron la especie de que era un burro completo, un niñato incapaz, un arribista sin peso, un buenista ñoño. La pinza que lo acabó de demonizar. Y claro que se equivocó y seguramente por razones más profundas que las que indican los reproches que se le hacen; aunque creo que cualquier otro dirigente político de entonces, y de ahora, se habría equivocado igualmente. El caso es que quien se acercó a esa figura de Zapatero transformado en un blanco también recibió el estigma. Y reconozco que hice todo lo que estaba en mi mano para que el PP no ganase las elecciones porque me parecía desastroso y, por lo tanto, ayudé en mi medida a que el Enemigo llegase al Gobierno. Algunos en cuanto vemos una poza de barro, allí vamos corriendo. Lo que había hecho antes con la figura y el pensamiento político de Camilo Nogueira hice entonces con Zapatero.

Echevarría supone que de tanto chapapote, agujeros negros y lamer culos tengo la lengua negra, por eso detecta “adulación y oportunismo” en todos mis artículos en prensa; estos sí los lee. Yo no lo veo así y creo que puede ser visto de otra manera más simple: mis opiniones publicadas que tratan de política o sociedad dibujan lo evidente, el que firma es un tipo antiguo y de tendencia militante. Y coincide que ese tipo es escritor, como podía ser electricista. Cuando pudo ser militante de un partido lo fue y cuando no, siguió enredado en todo tipo de líos que me busco y me vienen a buscar. Mi vida no fue aburrida. Escribí ese libro sobre Zapatero por militancia, por apoyar el proyecto político que traía; por eso desoí reiteradas propuestas de escribir un libro sobre personajes de la derecha.

Desde mediados del siglo pasado se le da alguna vuelta al asunto del compromiso del artista o del escritor, no es un tema que tenga yo claro. Lo único que sé es que llevo desde chaval metido en líos así que concluí que ésa es mi naturaleza. Lo hago porque soy así. Y me dio por ser militante de partidos y sindicatos, el clásico tipo “de izquierdas”, reconozco toda mi ranciedad. Aunque hoy ya no tengo claro casi nada, no creo que todo ni todos sean iguales y hay muchas cosas que sigo identificando como dañinas socialmente o injustas simplemente y me molestan.

Pero lo que me interesa sacar de todo esto es que comprobé que ya se ha instalado en España el prejuicio de que un escritor no debe tomar partido, ni apoyar a un partido o estar afiliado. Anteriormente existía el prejuicio contrario, es bien sabido. Sin embargo no acepto el prejuicio interesado de que el escritor o el intelectual en general no deba comprometerse con proyectos políticos ni tampoco el prejuicio contrario, que deba hacerlo. Cada uno es cada uno. Y en el caso de un escritor de ficción es de esperar que sepa mantener la autonomía de la literatura respecto de las ideologías. O no, depende. Como creo que el tomar partido y posicionarse no debe limitar su capacidad de análisis crítico y su independencia intelectual.

El descrédito de los partidos tradicionales fue ganado a pulso pero creo que ese denuesto de la política tiene más contenido ideológico, es parte de la ideología de la derecha. Y nació una derecha elitista y snob. Al final, pero sin mucha tardanza, la derecha pija y la derecha tradicional acaban convergiendo. Tras la muerte de Franco, la restauración de la política democrática en España se levantó sobre una base precaria, éramos los que éramos, y acabó entregada a los partidos, que se encerraron. Me gustaría saber cuántos escritores y escritoras en activo tienen el carné de algún partido político, creo que deben de ser poquísimos. Hay muchas causas pero en general la política en España mancha. Si antes definirse políticamente de izquierdas molaba, hoy te hace ser blanco seguro y no da prestigio alguno.

En todo caso, soy un fulano de una generación para la que la política pareció una forma segura de cambiar el mundo y la vida y se equivocó. Empecé pronto y en unos días cumplo cincuenta y siete, mi vida no tiene vuelta, me gustaría escapar a mi naturaleza pero sólo lo consigo a ratos, me mancho constantemente. Pero aunque no sepa a estas alturas lo que es la izquierda, sí que sé lo que es la derecha, y creo que es necesario que todos nos impliquemos en la vida política y tomar partido cada uno a lo suyo.

Como no tengo claro casi nada tampoco tengo claro que los partidos tal como son sean algo útil y no perjudicial socialmente, pero creo que quien lo tenga claro debiera apoyarlos y empezar por afiliarse a ellos. Mi ranciedad. Y que, al menos de cuando en cuando, si uno cree en algo hay que mancharse.